Entre crisis económica y pandemia, sobrevive la industria cinematográfica venezolana
Lo único cierto para los actores de la industria cinematográfica es que deben estar preparados para garantizar un regreso a sus actividades comerciales apenas el gobierno de luz verde
Las salas de cine nacionales cerraron sus puertas el pasado 13 de marzo, un día después de que el mandatario Nicolás Maduro decretara un estado de alarma nacional debido a la llegada del coronavirus al país. Desde entonces han pasado más de cinco meses de inactividad casi total y el sector afronta una importante crisis, pero la debacle no es nueva ni causada únicamente por la pandemia, pues años de crisis económica han dejado su huella.
La contracción de la industria cinematográfica se evidencia en sus cifras. Durante 2019, las salas de cine mantuvieron un promedio de 11 millones de espectadores anuales, prácticamente un tercio de lo que alcanzaban en 2015, cuando se estimaban unas 30 millones de butacas ocupadas por año.
Con las ganancias menguadas, boletos a precios irrisorios, una menor cantidad de salas y variedad de empresas, pocas películas nacionales y una escasez destacable de cine independiente, llegó la pandemia para dejar en la lona a una industria golpeada durante cinco años consecutivos.
«Antes de que llegara la covid-19 ya el sistema inmunológico de los cines estaba bastante débil. Somos un sector que al llegarle la covid-19 es como si le hubiese llegado una persona con dolencias graves. La pandemia está afectando gravemente la exhibición, distribución y producción del cine», advierte el presidente del Circuito Gran Cine, Bernardo Rotundo.
Las causas que han empujado al sector a su peor estado en aproximadamente 20 años son diversas. Aunque están atadas principalmente a la crisis económica y se profundizaron desde que Venezuela empezó a registrar índices de hiperinflación, las decisiones gubernamentales y la mala administración de las instituciones también impulsaron el panorama actual.
De los años dorados al abismo
Entre 2004 y 2015 se ubican los años dorados de la industria nacional, con un crecimiento que llegó a su cúspide cinco años atrás. Las salas promediaban 30 millones de espectadores anualmente y el cine venezolano experimentó su mayor producción histórica de películas, al presentar hasta 30 obras en la gran pantalla durante 2014 y alcanzar un promedio de 5 millones de espectadores por film nacional.
Aunque la economía venezolana venía decreciendo progresivamente desde 2010 y tuvo una contracción mayor a raíz de la caída de los precios del petróleo en 2014, la industria había resistido las devaluaciones y la inflación. El primer impacto contundente que recibió fue en 2016, cuando los problemas de generación eléctrica en el país impulsaron el cierre de centros comerciales y la regulación de la electricidad por franjas horarias.
La crisis energética conllevó al cierre del 33% de las funciones y la asistencia bajó a 19 millones de espectadores. Las funciones nocturnas prácticamente desaparecieron, un duro golpe al considerar que las cifras indican que son, históricamente, las más demandadas.
El año siguiente tuvo más atenuantes, pues las protestas antigubernamentales complicaron la asistencia a las salas y la situación económica se agravó. A pesar de esas condiciones, se alcanzó la ocupación de 21 millones de butacas anuales, pero el repunte no perduró. En 2018 la hiperinflación escaló y acabó por mermar el hábito de ir al cine, por lo que se promedió la cifra de 14 millones de espectadores y posteriormente en 2019, año en el que además se produjeron los apagones nacionales, se situó en 11,7 millones por año.
El presidente de la Asociación Venezolana de Exhibidores de Películas (AVEP), Abdel Güerere, acotó que la crisis económica no es un problema aislado, sino que genera otras situaciones adversas para el ciudadano como la inseguridad y el déficit de servicios públicos.
«Al llegar la crisis económica, los bienes esenciales son prioritarios, cero cine. La inseguridad implica un reajuste y la función de las 9:00 pm deja de existir, que agrupaba un 30% de los espectadores. La crisis del transporte provocó que los empleados y el público tuvieran problemas para acudir a los cines, y un 60% de los espectadores provienen de sectores populares, por lo que usualmente dependen del transporte público. Al llegar la crisis, el sector popular es el primero en recibir impacto», explicó.
Otro factor esencial para explicar la crisis es la diáspora venezolana. Según organismos internacionales como la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Mundial para las Migraciones (OIM) estiman que cerca de 5 millones de venezolanos han emigrado en los últimos años. Güerere razonó que la mayoría de los emigrantes son jóvenes, estadísticamente la población que más acude al cine. «Se fueron un montón de espectadores», afirmó.
Todos estos elementos han dado como resultado un panorama desalentador. Para 2020, antes del parón provocado por la pandemia, se registraba una pérdida del 35% de los espectadores con respecto a las ya menguadas cifras de 2019, especialmente por la crisis de servicios públicos que azota al interior del país.
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La desgracia de los pequeños
Aunque los últimos cinco años han sido negativos para la industria, las grandes empresas se mantienen firmes incluso en un contexto de pandemia. Los verdaderamente perjudicados fueron los exhibidores pequeños o menos extendidos en el territorio nacional.
Lejos de las condiciones adversas que genera la crisis económica, el cierre de las empresas medianas y pequeñas de exhibición cinematográfica guardó relación con un proceso de renovación tecnológica que no pudieron costear.
Desde el año 2010, aproximadamente, inició un proceso de digitalización en las salas de cine del país. Los proyectores fueron sustituidos de acuerdo con las nuevas exigencias del mercado que incluían tecnologías Imax para proyectar imágenes más grandes y en mejor calidad, además de la implementación del 3D. Mientras que Cines Unidos y Cinex completaron este proceso, exhibidores con menos extensión no pudieron y perdieron competitividad.
De acuerdo con Güerere, este proceso estuvo mal gestionado por el gobierno, ya que en otros países sucedió y se implementaron estrategias para ayudar a los exhibidores, como eximir los aranceles de los componentes tecnológicos importados para reducir los costos.
«Las salas pequeñas independientes no resistieron el proceso de digitalización de proyectores. No hubo políticas públicas que acompañasen a los exhibidores en este proceso. Hicieron esfuerzos, pero no hubo acompañamiento del Gobierno», relató.
Como resultado, a raíz de todos estos motivos, la cantidad de salas operativas en Venezuela disminuyó de 470 en 2015 a las 379 que hay actualmente.
Toda la cadena afectada
Los números dejan en evidencia la contracción que ha sufrido el negocio de exhibición de películas. Sin embargo, la industria no se reduce a tan solo salas de cine. Existe una larga cadena de elementos interconectados que permiten la proyección de películas, que también han sentido el impacto de esta crisis.
Para que las películas puedan llegar a la gran pantalla en Venezuela, son imprescindibles las distribuidoras, que sirven de puente entre las casas productoras nacionales e internacionales, y los exhibidores.
De acuerdo con el director de la distribuidora Cinematográfica Blancica, José Pisano, los problemas económicos han provocado que el negocio de la distribución aborde casi únicamente las películas taquilleras a través de las grandes productoras.
En el caso de Blancica, llevan las pantallas venezolanas los títulos de Warner Bros y Sony. Otro puñado reducido de distribuidoras venezolanas tienen licencias de The Walt Disney Company, Paramount Pictures y Universal Studios para comercializar sus obras. En este sentido, la víctima clara es el cine independiente.
«Al disminuir el número de espectadores, se dificulta la negociación de películas independientes, cosa que Blancica solía hacer. Esos acuerdos se hacen en dólares, se paga una garantía mínima, que es lo que el productor espera como forma de recuperación de su película, y sobre eso se generan otros costos que tienen que ver con la distribución de material necesario para estrenar el cine», explicó Pisano.
Lo mismo opina Bernardo Rotundo, que destaca una escasez del cine artístico que antes reposaba en los hombros de varias distribuidoras encargadas de importar estas películas. «Las compañías distribuidoras han disminuido su importación de películas, ni hablar del cine de arte que no llega casi a ninguna sala. Las grandes compañías como Mundo de Películas (distribuidora perteneciente a Cines Unidos) o Cinematográfica Blancica traían muchas películas del buen cine internacional. Hoy llegan muy pocas», lamentó.
No obstante, a pesar de las dificultades, los grandes estudios no han dejado de lado su intención de comercializar sus películas en Venezuela, más allá del caso de 20th Century Fox que estuvo fuera del mercado venezolano desde 2017 hasta 2019, cuando fue adquirida por Disney.
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José Pisano insistió en que no hay un eslabón de la cadena de la industria cinematográfica que escape a la crisis que vive el país. «Al haber menos espectadores hay menos ingresos y eso afecta todo el negocio, desde exhibición y la distribución hasta productores», resaltó.
Pero hablar de productores es referirse al cine venezolano, aguas profundas debido al sinfín de elementos que han condicionado la producción de películas locales.
Sin verdes no hay producción
El cine venezolano afronta un horizonte desolador. Hace apenas cinco años vivía su época dorada, con hasta 30 filmes estrenados en un mismo año y con un promedio de 5 millones de espectadores anuales. En 2020 en cambio, solo estrenó un título antes de la pandemia: Voy Por Ti, dirigida por Carmen La Roche.
La cantidad de proyectos cinematográficos en el país se reduce con el paso del tiempo y cada vez son menos las obras que llegan a la gran pantalla.
Luis Guillermo Villegas ha evidenciado esta crisis por cuenta propia al observar cómo recibe cada vez menos trabajos en su empresa, Bolívar Films, una de las productoras más importantes del país. Mientras que una década atrás trabajaban con 10 ó 15 proyectos al año, durante 2019 trabajaron con apenas tres.
Este fenómeno no se debe únicamente a la crisis económica, pues las trabas y obstáculos burocráticos también se hacen presentes. Los mecanismos que utilizan las instituciones nacionales para financiar a los realizadores son ineficientes y el ritmo hiperinflacionario no perdona indecisiones ni esperas. Antes de que los fondos se destinen a cualquier proyecto, ya no tienen valor.
La financiación de proyectos cinematográficos en Venezuela pasa por el Fondo de Promoción y Financiamiento del Cine (Fonprocine), administrado por el Centro Nacional Autónomo de Cinematografía (CNAC). A través de este fondo, se recaudan y fiscalizan contribuciones para el cine venezolano.
La Ley de la Cinematografía Nacional establece una serie de «contribuciones especiales» que distintos sectores comerciales relacionados con la industria cinematográfica deben aportar un porcentaje de sus ingresos a Fonprocine. Entre ellos figuran los exhibidores, los canales de televisión de señal abierta, las empresas de televisión por suscripción, los distribuidores, los locales de venta y alquiler, y aquellos prestadores de servicios para producción de filmes.
Aunque este esquema, aplicado desde 2005, fue de utilidad para financiar muchos proyectos audiovisuales durante al menos una década, la llegada de la hiperinflación destrozó la posibilidad de crear cualquier fondo en bolívares y retenerlos hasta decidir qué hacer con el dinero.
«Con el asunto de la hiperinflación, si ese dinero alcanzaba el año pasado para hacer cuatro o cinco películas, el año siguiente no vale nada y no alcanza ni siquiera para una. Desde hace como dos años ese dinero no alcanza, no rinde. Más allá de la hiperinflación, el problema también es el tiempo que tarda el dinero en llegar el fondo, luego el que tarda en decidir y si se cumplen los pasos previstos para dar ese dinero al CNAC, y de allí al cineasta», dilucidó Villegas.
Por si fuera poco, el mismo gobierno ha decidido restringir aún más la capacidad de financiamiento de los cineastas venezolanos. Desde el segundo gobierno de Rafael Caldera, a finales de los 90′, Venezuela forma parte del programa Ibermedia, una plataforma internacional orientada en impulsar el cine iberoamericano mediante el apoyo financiero a proyectos audiovisuales de sus miembros. Pero desde 2016, el CNAC dejó de pagar sus cuotas correspondientes como afiliado.
Algunas de las obras más galardonadas del cine venezolano a nivel internacional, como lo son Azul y no tan Rosa de Miguel Ferrari y Pelo Malo de Mariana Rondón, fueron coproducciones en las que Ibermedia puso dinero. Sin embargo, un hito similar con la ayuda del programa no podrá lograrse por lo pronto, ya que Venezuela, por ahora, queda al margen, pues para el cierre del 2018 el chavismo debía al fondo más de 1.200.000 dólares. Se desconoce el estado actual de esta deuda.
«No es una deuda impagable e incluso se podía negociar. El problema es que no hay disposición política. Al principio decían que sí pagarían, pero a la hora de la verdad, decidieron no pagar más. Los cineastas no pueden presentar sus proyectos porque Venezuela está fuera», denunció Bernardo Rotundo.
En Venezuela, la política perjudica al cine y sus impagos son solo un ejemplo de ello. En años recientes se ha observado una intromisión, en algunos casos descarada, en la industria por motivos netamente ideológicos.
El año pasado, el director venezolano Flavio Pedota tuvo que ver el estreno de su film Infección en salas de cine mexicanas, mientras que en Venezuela quedó marginada por una decisión del CNAC, que no otorgó la certificación a la obra para que se emitiera en cines venezolanos. Pedota acusó directamente a Roque Valero, el presidente del ente.
«Teníamos contrato cerrado con Cines Unidos para exhibir en salas, pero el CNAC desde principios de año nos ha bombardeado con una cantidad exorbitante de exigencias de permisos innecesarios y fuera de la ley. La película debe pasar por un proceso muy sencillo: que el director sea venezolano y que el guionista también. Pero empezaron a exigir cosas que no vienen al caso. No nos queda otra que decir que lo primero que hizo Roque Valero durante su gestión fue censurar Infección«, declaró el director en una entrevista para Clímax.
La industria cinematográfica sobrevive
Si bien es cierto que diversos problemas han atormentado a todos los eslabones de la industria cinematográfica por años, el negocio sigue de pie y es uno de los más importantes en la vida social y cultural del venezolano.
Para el vicepresidente de Operaciones y Mercadeo de Cines Unidos, Alberto Carrasquero, el sector no se encuentra en crisis. Pese a que ha resentido el impacto económico, se sostiene como un negocio rentable para el empresario y accesible para el público.
En este período de dificultades económicas, Cines Unidos ha mantenido sus labores de renovación de salas y en los últimos años tres años incluso inauguraron un complejo en San Cristóbal y han remodelado al menos siete instalaciones.
«En el caso de Cines Unidos, por supuesto que nos ha afectado en ingresos y ganancia, pero sigue siendo un negocio rentable, que permite mantener el circuito actualizado y permite innovar», apuntó.
Para las audiencias también es una opción rentable. El precio de los boletos para una función promedio en Venezuela no superaba $1 hasta el cierre de las salas en marzo. Esta cifra es muy inferior a las tarifas que manejan en otros países. En Chile, por ejemplo, las entradas tienen un valor aproximado de $6, y en España unos $8. En países con tickets menos costosos, como Colombia o México, cuestan más de $2.
Carrasquero aclara que los precios bajos en el país responden a una estrategia comercial, que se adapta a la crisis económica del país y a la pérdida del poder adquisitivo del venezolano. «El tema es que si estás en medio de una crisis, tienes que jugar con la oferta y demanda», acotó.
Una de las particularidades de Venezuela es que todas las empresas que se dedican al negocio de la exhibición son nacionales, a diferencia de otros países de la región en los que cadenas internacionales conquistaron el mercado. Esto implica una gran cantidad de inversión y décadas de trabajo en territorio venezolano, por lo que la intención en todo momento para los exhibidores es seguir de pie.
«Estamos desde hace años defendiendo la sobrevivencia de este negocio. No es un negocio especulativo, sino una tradición familiar de décadas. El conjunto de factores se escapa de las manos de los exhibidores, pero el compromiso se mantiene», afirmó Abdel Güerere.
La convicción del sector en general es mantener sus estándares de calidad y ofrecer la mejor experiencia a los espectadores de cine venezolanos. Sin embargo, la realidad macroeconómica venezolana y las trabas políticas palidecen ante el verdadero enemigo del cine: la pandemia.
Un futuro incierto
La llegada del nuevo coronavirus cambió por completo la realidad de la industria cinematográfica y paralizó la productividad de cualquier eje del eslabón cinematográfico. Productores, distribuidores, exhibidores e incluso espectadores están atados de manos y las expectativas no son demasiado esperanzadoras.
Según los cálculos de la Asociación Venezolana de Exhibidores de Películas, hasta el mes de julio se dejaron de vender un estimado de 5,58 millones de boletos debido a la cuarentena decretada por el chavismo en marzo.
Ya son más de cinco meses de paro caracterizados por la incertidumbre, reinante gracias a la progresiva evolución de los contagios en el país y a las cambiantes políticas y decisiones aplicadas por el oficialismo para intentar contener la crisis. En esta situación, hacer cualquier planificación a futuro es contraproducente.
«Aquí todo es impredecible, no es como otros países donde se hacen las cosas de forma organizada. Aquí todas las semanas inventan una cosa nueva. Cambian las reglas de un día para otro, no te lo dicen con tiempo sino de un día para otro. Bajo esa manera de funcionar, es prácticamente imposible hacer previsiones», opinó Luis Guillermo Villegas.
En este contexto, lo único cierto para los actores de la industria cinematográfica es que deben estar preparados para garantizar un regreso a sus actividades comerciales apenas el Gobierno de luz verde.
Como todos los sectores comerciales, deberán adaptarse a la «nueva normalidad» con normas de higiene y de distanciamiento especiales que ya están definidas en un protocolo bien estructurado para evitar contagios.
Algunas de las medidas que se adoptarán serán la aplicación de soluciones desinfectantes al entrar a las salas, protocolos de limpieza de los espacios periódicamente y un aforo de apenas un 30% de los espectadores para respetar el distanciamiento social.
«Hemos estado en contacto e intercambiando ideas, sobre todo con centros comerciales para evaluar el protocolo. Estamos esperando que nos den la oportunidad para activar todo el proyecto de regreso. Nos va a tomar varios días, no es que vamos a abrir de un día para otro. Hay temas que no podemos solucionar mientras los centros comerciales estén cerrados», resaltó Alberto Carrasquero.
Hasta entonces, la gran pantalla se mantiene apagada. Aunque Cinex ensayó reavivar la reproducción de películas con la propuesta de ‘Autocinex’, no tuvo un inicio óptimo. Por los momentos Cines Unidos descarta hacer algo parecido. Todo apunta a que la incertidumbre del sector reinará hasta que se supere por completo la pandemia.