ENTREVISTA | Teodoro Petkoff: La crisis de un revolucionario profesional
Esta entrevista personal, hecha entre junio y diciembre de 1971 y nunca antes dada a conocer, fue hecha por el periodista estadounidense Norman Gall y publicada el pasado 31 de enero en la revista Trópico Absoluto. En ella, Teodoro Petkoff, director y fundador de TalCual habla de sí mismo aportando datos que nunca se han revelado en los libros biográficos
Teodoro Petkoff es un ejemplo representativo y destacado del tipo de comunista formado en Venezuela. En su extraordinaria carrera política, Petkoff, a la edad de 39 años, ya participó en la rebelión que derrocó la dictadura de Pérez Jiménez, formó parte de la dirección militar del PCV que planificó y organizó la insurrección guerrillera urbana y rural, logró dos sensacionales fugas de la prisión, primero, en 1963, descendiendo solo por un cordón de nylon desde el séptimo piso del Hospital Militar de Caracas, y luego en 1967, a través de un túnel excavado en una antigua fortaleza militar, el cuartel San Carlos, en el centro de Caracas, con otros dos líderes del PCV.
Teodoro Petkoff luchó en unidades guerrilleras en los estados Lara y Falcón en las montañas del oeste de Venezuela, participó en extensas polémicas, junto con otros líderes del PCV, en respuesta al ataque de Fidel Castro, en 1967, al PCV por su retirada de la lucha guerrillera, y en 1969 se centró en la invasión soviética de Checoslovaquia como una ocasión para un debate instructivo sobre el futuro de la revolución y sobre la verdadera naturaleza de la sociedad socialista.
Basándose en estas experiencias, Teodoro Petkoff hablará por sí mismo en las páginas siguientes. La primera parte de su historia cubrirá los años de la lucha armada, hasta 1963. La segunda seguirá el declive del movimiento guerrillero en Venezuela, el debate interno y la división del Partido Comunista de Venezuela, y la formación del Movimiento al Socialismo.
I. Los años de la lucha armada
No me enteré de que papá había sido comunista hasta la adolescencia, ya que mis padres siempre fueron muy reservados. Mi madre es una judía polaca, médica, cuya familia fue aniquilada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Mi padre es un ingeniero químico nacido en Bulgaria. Se conocieron en la Universidad de Brno, en Checoslovaquia, adonde mi padre había ido a terminar su carrera cuando huyó de Bulgaria, después del fracaso de la insurrección de 1923 en la que murieron unas 30.000 personas. Hubo levantamientos en varias ciudades de Bulgaria, una de las muchas insurrecciones revolucionarias ocurridas en Europa Central y Oriental en los años posteriores a la Revolución Bolchevique. Mi padre era miembro del Partido Comunista Búlgaro, y su ciudad natal, Pazardyik –ubicada a unos 130 kilómetros de Sofía, la capital–, fue uno de los centros del levantamiento. Años más tarde, mi tío Luben fue asesinado en la Guerra Civil Española. Cuando visité Bulgaria por primera vez, en 1960 –regresando a casa de un congreso estudiantil en Suiza–, descubrí que mis dos abuelos también eran miembros del Partido Comunista Búlgaro. Mi abuela se llamaba Raida. Era maestra de escuela y fundadora del partido. Parecía ser un miembro de cierta importancia, ya que fue nombrada para uno de los tribunales populares que se formaron después de la Segunda Guerra Mundial. Mi abuelo aún vivía cuando fui a Bulgaria, y lo conocí en ese pequeño pueblo de Pazardyik. El abuelo era muy viejo, pero aún lúcido, e incluso informado de la situación de Venezuela. Me mostró dos o tres de sus medallas, el tipo de condecoraciones que confieren en los países socialistas, una pequeña estrella y ese tipo de cosas. Tenía una típica casa campesina búlgara: cuadrada, sobre cimientos de cemento, con un pequeño terreno y una casita de madera donde criaba abejas. La abuela había muerto, así que se casó o vivió con una macedonia analfabeta. El abuelo y yo nos comunicábamos a través de una estudiante que traducía su búlgaro al inglés, que yo había aprendido en el bachillerato.
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Resultó que mi hermano Luben y yo nos hicimos bastante famosos en Bulgaria, casi héroes nacionales, ya que se nos consideraba como búlgaros que luchaban con la guerrilla venezolana. Cuando mi hermano Luben dejó el Partido, en 1967, se produjo una pequeña crisis entre los comunistas búlgaros, y la siguiente vez que fui allí me preguntaron: “¿Qué vamos a hacer? ¿Informamos al pueblo búlgaro de esto?” Les dije que era mejor no decir nada, que en última instancia aquello era un problema nuestro en Venezuela.
Después de que la revolución búlgara de 1923 fracasara, mi padre se fue a Viena, donde se reunieron los exiliados búlgaros. Llegó a conocer personalmente a Georgi Dimitrov, a quien siempre consideró como una gran figura del movimiento comunista internacional. Papá luego se mudó a Checoslovaquia para terminar sus estudios. Fueron los años románticos que siguieron a la victoria de la Revolución Bolchevique: Rusia necesitaba técnicos, y papá era ingeniero químico y miembro del Partido Comunista Búlgaro. Mi padre había pedido ir a la Unión Soviética para trabajar allí, pero insistieron en que fuera solo, y que mi madre lo siguiera después. Como se acababan de casar, mi padre dijo que tendrían que ir juntos o no irían. Así es como emigraron a Venezuela, casi por accidente. Algunos amigos búlgaros en Venezuela les habían escrito que había posibilidades aquí, así que llegaron en 1927. Mi madre fue la primera mujer en pasar los exámenes de la Junta Médica en Venezuela.
Mi padre trabajaba en varios tipos de empleos. Era difícil trabajar como ingeniero químico, porque la industria petrolera apenas había comenzado a funcionar y no había mucho más que hacer en Venezuela. Poco después de que aprobara sus exámenes médicos venezolanos en 1929, mi madre respondió a un anuncio del periódico para trabajar como médico en la Central de Venezuela, el mayor ingenio azucarero del país, en un pequeño pueblo llamado Bobures, al sur del Lago de Maracaibo. El ingenio azucarero necesitaba médicos debido a la epidemia de malaria que se extendía por el interior de Venezuela.
Cuando los dueños del ingenio se enteraron de que mi padre era ingeniero químico, lo contrataron también. Yo nací en el ingenio, en 1932; más bien, mi madre fue en una de esas pequeñas lanchas que cruzan el lago hasta Maracaibo para dar a luz, porque las condiciones eran muy precarias en el ingenio. Aquellos años de infancia en el ingenio fueron muy felices. Teníamos una casa prefabricada de madera, grande y aireada, importada de Estados Unidos y montada en la plantación. Era una casa muy romántica y hermosa, típica del sur americano.
Estábamos cerca de un río, en campo abierto, y nuestra casa tenía un inmenso patio lleno de animales. Papá era muy feliz en esos años. Él tenía una gran colección de serpientes y yo una cabra, que un día un tren mató. Había muchos negros de Trinidad que trabajaban como cortadores de caña y vivían en un rancho aparte. Nosotros formábamos parte de la “alta sociedad” de ese pequeño pueblo. Luego, en 1940, nos mudamos a Caracas.
Lea la entrevista completa a Teodoro Petkoff en Trópico Absoluto