Érase una vez…, por Teodoro Petkoff
La semana próxima se cumplirán 49 años del derrocamiento de «mi general Marcos Pérez Jiménez, presidente constitucional». Medio siglo ha pasado desde entonces. Veinte de los 26 millones de venezolanos que somos hoy nacieron después del 23 de enero de 1958. Es lógico, entonces, que de la dictadura de Pérez Jiménez no sólo no recuerden nada sino que no sepan nada. Por eso es bueno rememorarla, para percatarse de que por oscura que se vea la noche, siempre amanece. Cuando Pérez Jiménez, en nombre de las Fuerzas Armadas Nacionales (entonces era en plural la denominación de la institución castrense, que no fue fundada por Bolívar sino por el general Gómez), dio el golpe del 2 de diciembre de 1952 y asumió el poder absoluto, de ahí en adelante cayó una especie de lápida sepulcral sobre el país.
Durante cinco años aquí no hubo libertad de prensa. Todos los periódicos estaban censurados, al igual que la radio y la incipiente televisión. Los partidos políticos fueron ilegalizados, sus sedes cerradas, sus actividades prohibidas. El margen para la acción política opositora se redujo a la precaria actividad clandestina. Miles de personas pasaron por las cárceles y centenares de ellas sólo salieron con la caída de la dictadura. Los presos políticos no recibían visitas de sus familiares ni veían prensa o televisión, tampoco podían oír radio. Las torturas más terribles eran sistemáticamente aplicadas y el asesinato de dirigentes o militantes opositores cobró numerosas vidas. El terror se enseñoreó del país. La gente tenía miedo. La Seguridad Nacional, policía política, inspiraba pánico. Para colmo, el país vivía la falsa pero ilusoria bonanza proveniente del ingreso petrolero y el consumismo ya comenzaba a hacer presa del espíritu nacional.
Entre 1908 y 1935 los venezolanos habíamos vivido la terrible satrapía del general Juan Vicente Gómez. El recuerdo de esos 27 años hacía pensar a mucha gente que Pérez Jiménez también moriría en su cama, como Gómez, después de décadas de poder absoluto. Si entre el 24 de noviembre de 1948 –fecha del golpe contra Rómulo Gallegos, este sí presidente constitucional– y el 2 de diciembre de 1952, la de Pérez Jiménez había sido una dictadura relativamente light, después de esa fecha, cuando la opresión se hizo realmente heavy, el descorazonamiento atrapó el alma de buena parte de los venezolanos. Según se decía, aquí no había nada que hacer.
Hasta el 21 de noviembre de 1957, cuando se rebelaron los estudiantes de la Universidad Central, literalmente no se movió una hoja en el país, que parecía muerto. El 1º de enero de 1958 se fracturaron las Fuerzas Armadas. Veintitrés días después, el poderoso general Marcos Pérez Jiménez yacía en el basurero de la historia.