«Ese venezolano desprecio por «la carpintería», por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Nada hay más difícil de hacer o de éxito más dudoso o más difícil de manejar, de iniciar,
que un nuevo orden de cosas”
Maquiavelo, citado por Enrique Tejera París.
“No nos referimos a la gran política general…sino más bien a eso que en este
país se ha llamado despreciativamente “la carpintería”.
Naim, M y R.Piñango.
Se acabó el tiempo de las aporías revolucionarias, de las prédicas de bufete y de los “ventetú” de tecnócratas bien nutridos que van por ahí prescribiendo – como de los médicos de su época decía Voltaire- recetas que conocen poco para problemas que conocen aún menos. De acuerdo con la última edición de la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida Encovi, la esperanza de vida al nacer se ha reducido en tres años y medio en dos décadas de revolución chavista. Al cierre de 2019, posiblemente 2 millones de venezolanos habrán sido diagnosticados con malaria. Y son solo algunos de los números que por ahí circulan. Así estamos.
Doble pitazo final entonces para tanto diagnóstico sin propuesta terapéutica aparejada que por ahí abunda. Parón en seco a los “fashionistas” de la política para quienes nada salvo su imagen pareciera estar en juego aquí: poco tendrían que decirle, por ejemplo, a una Venezuela en la que más de 5 mil enfermos renales perdieron la vida en el último año en programas gestionados por militares ineptos cuyos parientes se iban de compras a las exclusivas tiendas de los Campos Elíseos mientras ellos aquí averiguaban cuál era el valor normal de la creatinina.
Venezuela no puede esperar más. Sus enfermos no aguantan otra ronda de reuniones en Bogotá ni otro “workshop” en la Nueva Inglaterra. No es tiempo de repartir embajadas ni ministerios sino de identificar talento venezolano aquende y allende dispuesto a salir de su particular zona de confort para ponerse al frente de operaciones técnicas muy específicas esenciales en la recuperación de la vida del país.
Más importante que designar embajadores en Budapest o Bratislava (¿los habrán nombrado ya?) es pensar, por ejemplo, en un competente jefe de planta para Tacoa (para no volver a quedarnos sin luz), en un sólido gerente de operaciones para los sistemas Tuy I, II y III, en otro para el sistema Metro y al menos en dos docenas de “resteados” jefes de emergencia a ser destacados en cada uno de los 23 destartalados hospitales de Caracas
Similar consideración me merecen las gestiones de servicios indispensables hoy en manos de incapaces como la telefonía, el internet, el saneamiento ambiental, las escuelas, los puertos y aeropuertos, la vialidad, el abastecimiento de alimentos a nuestras ciudades y paremos de contar. ¿Están identificados sus sustitutos? ¿Localizados?, ¿Dispuestos? ¿Estamos listos para enfrentar el desafío que supondrá tener ese “gobierno en mano” al que se refería el doctor Tejera París en sus memorias, de cara a un país destruido que urge poner a andar con razonable expectativa de éxito? Nada que ver, pues, con cócteles de embajada, macchiatos en oficinas de organismos internacionales ni meetings en Davos.
No habrá cosa tal como un “milagro venezolano”: aquí de lo que se trata es de dar cauce en el terreno mismo de los hechos a ese río de sangre, de sudor y de lágrimas cuya insustituible fuerza hará posible que las cosas realmente cambien en Venezuela. Ante tamaño reto se entiende entonces que proliferen los aspirantes a cónsul en París o Sidney pero que escaseen los que estén dispuestos a ejercer, por ejemplo, de autoridad única de la Autopista Regional del Centro, ruta esa rodeada de más peligros que una calzada romana en tiempos de Atila. Poner en marcha un nuevo orden de cosas – y a otro Nicolás, el florentino, apelo- será duro, muy duro. La probabilidad de fracaso no es despreciable. Será el reto de nuestras vidas.
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En materia sanitaria, la hoja de ruta debe ser señalada de modo claro y fuera de toda duda. Necesitamos una gestión basada en resultados que premie el ejercicio de una medicina de alto valor y que al tiempo tenga claro que aquellos tiempos del “pida por esa boquita” terminaron. A tal fin, la escasa y desportillada infraestructura hospitalaria disponible en Venezuela, cuyo hospital más reciente – el Domingo Luciani- data de 1987, deberá ser refaccionada de acuerdo con un completo (¡y complejo!) programa de ingeniería.
Levantar nueva infraestructura no parece estar entre las opciones de un país arruinado por el chavismo que en los años por venir dependerá de manera vital del financiamiento que el mundo pueda y quiera darle; al contrario, habrá que poner a funcionar a tope estructuras como el HUC, hoy subutilizada en más de 80% o como el Periférico de Coche, desalojado tras un cortocircuito que hasta hoy espera por solución. Las tecnologías médicas necesarias – imagenología, laboratorio clínico, medicina nuclear, etc- tendrán que ser concesionadas a quienes puedan proveerlas y operarlas a costos razonables.
No hay tal cosa en el mundo como almuerzos o tecnologías médicas de punta gratis. Con mucha dificultad, la capacidad técnica del estado venezolano da para cambiar un bombillo en un hospital público: ¿de veras alguien espera razonablemente que sea capaz de instalar y operar, por ejemplo, un equipo de tomografía de emisión de positrones en Mérida o en Maturín? Dato a tener en cuenta en un país que, como Venezuela, se acostumbró por décadas a comprar novedosos y onerosos aparatos antes que a crear y a transferir tecnologías.
Resulta impostergable también el diseño de una gestión de logística basada en tecnologías de despacho y control de inventarios como las que emplean gigantes como Amazon o Alibaba. Ese será el fin de las incontables “alcabalas” que so excusa del “control de gestión” sirven la mesa a multitud de intermediarios y comisionistas que en el mejor de los casos añaden costos, pero nunca valor a la operación de nuestra desportillada sanidad pública.
Tal es el oscuro submundo de las compras públicas de medicamentos y de material médico-quirúrgico en Venezuela, que hizo posible que una familia de empresarios de maletín sin más activos que un apartamentico en El Valle se hiciera mil millonaria en un pestañar tan solo con llamar a la puerta correcta en el IVSS que presidiera el infeliz general Rotondaro. Por Buenos Aires se les volvió a ver recién, cuando la policía argentina detuvo a uno de sus miembros con nada menos que 90 mil euros encima.
Y por último lo que debió ser lo primero: me refiero a la gestión eficaz, realista y eficiente del valioso capital humano sanitario que aun nos queda tras la migración hacia mercados laborales más atractivos de más de 26 mil médicos de los que más de la mitad probablemente nunca regrese. ¿Cómo sustituirlos con los más de 18 mil MIC que se sabe hay, a sabiendas de sus ostensibles debilidades formativas y de entrenamiento? ¿Qué haremos con eso?
Por otra parte, ninguna propuesta seria al país en esta materia puede soslayar la tragedia de una sanidad pública devenida en un dinosaurio burocrático en el que cobran más de 400 mil personas de las que apenas algo más del 30% son profesionales universitarios. ¿Qué hace un departamento hospitalario de Cirugía en el que abunden más los oficinistas y los bedeles que los cirujanos? ¿Cómo hace el de Medicina si sobran en él choferes y faltan internistas? Tópico duro y de deglución amarga pero inevitable en un país en el que, para 2016, uno de cada tres enfermos admitidos en sus hospitales públicos egresó por la puerta de la morgue.
Allí están algunos de los retos inmediatos para una sanidad pública deliberadamente arruinada por el chavismo en nombre de la llamada “revolución bonita”. Sus grandes y trágicas verdades –apenas “detallitos” para ciertos “policy makers” siempre fascinados por los “megaplanes”- irán surgiendo ante nuestros ojos, formidables, tras el fin del actual infierno rojo.
Mejor retomar el aprecio por el correcto manejo de lo concreto, por esa “carpintería” de todos los días a la que siempre vimos con desprecio: dar oportuno mantenimiento preventivo y correctivo a esos equipos “caballitos de batalla” que en nuestros pobres hospitales lo son todo, vigilar la evolución diaria del enfermo a nuestro cargo, dedicar tiempo y esfuerzo a la educación médica, dar cuenta hasta de la última ampolla de cada medicamento provisto, cuidar al detalle fino cada proceso. ¡Allí reside la grandeza de una sanidad orientada al logro y no en la diatriba inútil entre aprendices de brujo!
El corazón de un plan para la reconstrucción venezolana debe ponerse a latir desde aquí, entre nosotros y con nosotros mismos, únicos y últimos dolientes de nuestro propio drama. Nuestra precaria sanidad no está para una nueva feria de vanidades ni para ejercicios de “wishfull thinking”.
Nos debemos a nosotros mismos un valiente proceso de diagnóstico sectorial que sirva de base para una gestión potente y efectiva de nuestros problemas más acuciantes, incluida su particular “carpintería”. Nuestros hospitales hoy no son sino hospicios para ir a morir. Nuestras calles se han vuelto a llenar de muertos. Venezuela ya no puede esperar más.
Referencias:
- Encuesta Nacional de Condiciones de Vida ENCOVI (2019). En: htpps:// ucab.edu.ve. Recuperado el 5 de mayo de 2019.
- Tejera París, E (2009) Gobierno en mano. Memorias (1958-1963), 3T.Editorial Libros Marcados, Caracas.
- Memoria y Cuenta del ministro del Poder Popular para la Salud a la Asamblea Nacional, abril 2016.
- Naim, M y R. Piñango (1984) El caso Venezuela: una ilusión de armonía. Ediciones IESA, Caracas.