Este será un año de cochinos días, por Miro Popic
Según el horóscopo chino, este es el año del cerdo, puerco, cochino, como queramos llamarlo. O sea, seguiremos en lo mismo. Terminamos el año 2018 entre perniles que no aparecieron por ninguna parte y comenzamos el 2019 con promesas de que será el año del jamón. Como no quiero entrar en terrenos de mi querida Andrea Caricato, prefiero quedarme en lo alimentario que es más sabroso.
El cerdo es, injustamente, el animal más perseguido, prohibido, humillado e insultado de toda la fauna universal. Sin embargo, es el más generoso, afectuoso e inteligente de los que comemos. Del cerdo se aprovecha todo, desde el hocico hasta la cola, desde la sangre hasta los huesos, y su consumo, muy popularizado en las diferentes clases sociales, refleja la discriminación alimentaria de su ingesta donde si bien nada se pierde ni se desecha, en los estratos más desposeídos y en los mercados populares abundan las menudencias del animal preparadas generalmente en frituras, mientras los más pudientes prefieren suculentos lomos, chuletas y jamones.
La única parte incluyente es el democrático pernil horneado que nos une a todos los que lo consumimos a orillas de cualquier carretera y no hay quien rechace un buen trozo de crujiente chicharrón aunque estemos a dieta, sin olvidar que este diciembre pasado los perniles solo fueron un recuerdo.
¿Por qué algunos no comen cerdo? Para los españoles, quienes trajeron el cerdo a América, este animal fue siempre más que una comida, fue factor de resistencia ante los siete siglos de penetración musulmana en gran parte de la península Ibérica y un elemento identificador de los perseguidos judíos ya que ambas religiones, enfrentadas al cristianismo, rechazan por diferentes razones el consumo de su carne desde los tiempos bíblicos y coránicos.
Eso de las prohibiciones de consumir carne de cerdo, por más que estén establecidas en los textos sagrados de las respectivas religiones, no se debe a razones de salubridad, como comúnmente se argumenta, sino a cuestiones simbólicas y la costumbre de todas las sociedades de establecer controles de diversa índole, especialmente los que se relacionan con la naturaleza y la alimentación. Explicaciones de todo tipo y para todos los gustos se han adelantado sobre el tema, tantas que ya el antropólogo norteamericano Marvin Harris adelantó que el mundo podía dividirse entre porcófilos y porcófobos.
Más allá del carácter puro o impuro que pueda tener para algunos, originado en el hecho de que come cualquier cosa, especialmente inmundicias, todo se origina en que el cerdo, en su orígenes, fue un animal sagrado destinado al sacrificio, tal como lo explica el historiador Michel Pastoureau, en su libro El Cerdo, donde recuerda que ya lo cananeos lo utilizaban para sacrificios idolátricos en Palestina, mucho antes de que llegaran los hebreos. Otros lo atribuyen a que el cerdo era despreciado por los pueblos nómadas ya que es un animal que no podía seguirlos en sus desplazamientos, como ocurría con los camellos, ovejas y cabras.
Para los pueblos islámicos el asunto tiene que ver con la sangre y la prohibición de comer carne de cualquier animal que no halla sido degollado. Para otros se trata simplemente de reafirmación de la identidad, que funciona de forma ambivalente, si tu comes cerdo, yo no lo hago porque no soy como tu, si tu no lo haces, yo sí lo hago, y así vamos.
Con todo el respeto que merecen esas creencias, no saben lo que se pierden esos fieles que por imposición divina quedan excluidos de uno de los buenos placeres terrenales como es la sabrosa carne de cerdo. La fe tiene razones que el sentido del gusto no alcanza a comprender. O, como dice Felipe Fernández-Armesto, “no tiene sentido buscarles explicaciones racionales y materiales a las restricciones alimentarias, porque son esencialmente suprarracionales y metafísicas”.
Nuestras restricciones alimentarias en esta era bolivariana no tienen nada de metafísicas. Tienen que ver con la incapacidad y deshonestidad de los que nos han gobernado por dos décadas. Solo de nosotros depende el regreso a la prosperidad, por más que nos esperen cochinos días.