Esto se hincha, por Teodoro Petkoff
Crece el montón. Ayer anunciaron su participación en el paro dos instituciones que por sí mismas cambian la calidad de la movilización: la CTV (incluyendo dos de sus federaciones decisivas: la de trabajadores bancarios y la de empleados públicos) y el Bloque de Prensa. Lo que comenzó siendo una protesta puramente empresarial, ante la abusiva promulgación del paquete de leyes habilitadas, se ha transformado en lo que se anuncia como una gigantesca protesta nacional de todos los agraviados, los atropellados, los maltratados por Hugo Chávez. En esto participan desde los empresarios, habitualmente cautelosos y poco dados a este tipo de efusiones, hasta los trabajadores; ricos y pobres; gente de la Cuarta y gente de la Quinta. Todo el mundo tiene alguna razón para participar en esta enorme polifonía nacional de rechazo a una concepción del ejercicio de gobierno basada en el autoritarismo y la confrontación permanente.
Este es el nudo del problema. El país lo que rechaza es una manera de gobernar caracterizada por la retrechería, la prepotencia y la autosuficiencia de un equipo de gobierno más que mediocre, con la cabeza llena de esas «buenas intenciones» que conducen derechito al infierno. Aquí se ha atropellado a mucha gente. Se ha satanizado al empresariado; se intentó destruir al movimiento sindical, agrediendo indistintamente a sus dirigentes; a los medios de comunicación, a sus propietarios y a sus periodistas se les ha insultado implacablemente; a gobernadores y alcaldes se les ha despreciado y chantajeado con el bozal de arepas; los adversarios políticos del Gobierno han sido expuestos al odio público, ridiculizándolos y caricaturizándolos. Hugo Chávez no ha dejado hueso sano en el país. Ahora cosecha las tempestades de los vientos que sembró.
Ese estilo de gobierno ha cavado una honda brecha en la sociedad venezolana. Porque el país no se ha dejado atropellar impunemente. La virulencia de un discurso gubernamental «lleno de ruido y furia» (y que a ratos parece «contado por un idiota») ha propiciado una respuesta también virulenta. La conflictividad natural de cualquier sociedad, la hostilidad hacia el Gobierno, que cualquier mandatario tiene que tomar como un dato de la realidad, ha sido hipertrofiada hasta una polarización diabólica y peligrosa por Chávez, quien viviendo una fantasía revolucionaria, apuesta a la llamada «profundización de las contradicciones» y no a los acuerdos de gobernabilidad.
Cualquier gobierno con un mínimo de sensatez tomaría buena nota de una jornada como la que se avizora para el lunes 10 de diciembre. El país, desde luego, no se acaba ese día, pero su vida sólo puede seguir con normalidad si Hugo Chávez se baja de su Chimborazo particular y se aviene a que estos signos, que ahora aparecen, de una embrionaria disposición a revisar las leyes, se transformen en una profunda y seria rectificación del autoritarismo presidencial y en una voluntad de reencontrarse con esa enorme parte del país de la cual se ha divorciado. De lo contrario, los tiempos que vienen serán más tempestuosos aún.