Eugenio Montejo, por Simón Boccanegra
Se nos fue Eugenio Montejo, una de las voces más nobles de la poesía que se escribe en la lengua de quienes rezan a Dios en español -como dijera en uno de sus versos Rubén Darío. No es, sin embargo, del poeta de quien este minicronista puede hablar. Otros lo hacen hoy, con una propiedad mucho mayor que la mía. En cambio, no quiero dejar de decir algo sobre Eugenio Montejo ciudadano. Ciudadano de esta república cuyos tormentos nunca le fueron ajenos. Dante reservaba alguno de los lugares más calientes de su infierno para quienes en tiempos de profunda crisis moral optan por la cómoda postura del silencio o de una acomodaticia «neutralidad». No era Montejo de esos. Un profundo sentido de compromiso moral, mucho más que político, lo llevó a negarse a toda pretensión de que su obra pudiera ser instrumentalizada por un régimen al cual, sin aspavientos y desde el discreto lugar que ocupaba en la vida pública, rechazaba con absoluta firmeza, como expresión de una decadencia moral que le repugnaba. Es una fortuna para este país contar con poetas-filosofos, -así denominados con acierto por Fernando Rodríguez-, como él mismo y Rafael Cadenas, capaces de dar cuerpo, con su mera conducta ciudadana, a la honda revulsión moral que estos tiempos venezolanos deben generar en toda persona de bien. Del poeta quedan sus versos purísimos, de maciza sencillez y densidad, las sabias crónicas de sus distintos heterónimos y el ejemplo de su firmeza moral. No es poco legado para el país que amó.