Félix Allueva: Gobierno chavista ha impulsado un proceso de exclusión cultural
El productor de programas de radio, organizador de eventos culturales, fundador del Festival Nuevas Bandas y autor de varios libros que documentan la historia del rock en Venezuela Félix Allueva acaba de publicar su nueva obra, «Al acecho de una silenciosa exclusión», en la que demuestra cómo la música rock contestataria quedó fuera de los espacios, medios y políticas del Estado, salvo aquellos exponentes encuadrados con la ideología oficialista
En sus libros, Félix Allueva ha documentado en detalle la historia de la movida rock en Venezuela. Como “ratón de biblioteca” se ha apertrechado de la documentación hemerográfica necesaria para dar cuenta de la trayectoria de grupos y artistas en más de 40 años. Ahora le toca convertirse en una suerte de conciencia sobre la libertad truncada de las manifestaciones culturales en Venezuela.
El productor de programas de radio, organizador de eventos culturales, fundador y director del Festival de Nuevas Bandas acaba de editar su nueva obra, Al acecho de una silenciosa exclusión, que lleva por subtítulo Violaciones de los derechos culturales. El caso del Pop Rock venezolano, editado por Provea, en el explica esa «lobotomía» que se le está intentando aplicar a la cultura del país para despojarla de sus manifestaciones más libres y contestatarias, donde el rock, género musical que lleva en su ADN las semillas de la rebeldía y la contracultura, ha sido una de las víctimas de una política de Estado que busca imponer un pensamiento único y evitar y atacar cualquier manifestación de crítica o cuestionamiento.
A lo largo de las 222 páginas que comprende este volumen, primero en una serie que impulsará Provea en la que se aborda la violación de los derechos culturales de los venezolanos por parte de la gestión del chavismo, y con precisión de cirujano, Félix Allueva va diseccionando los mecanismos que los gobiernos que se autoproclamaron revolucionarios fueron implementando para configurar una expresión cultural uniforme, conformista con respecto al nuevo establecimiento, y ajeno al espíritu crítico que muchos artistas han tenido siempre con respecto al sistema en el que se desenvuelven.
Con entrevistas, recortes de periódicos de más de 20 años de haber sido publicados, y su experiencia personal al ser víctima, como director del Festival Nuevas Bandas de la exclusión de la planificación cultural del Estado, Félix Allueva logra hilar una historia en el que los aires libertarios del rock y del pop, que fueron ganando terreno durante la llamada IV República (1958-1988), se vieron excluidas del espectro radioeléctrico, los espacios públicos y los medios que, precisamente por ser del Estado, deberían ser de todos los venezolanos.
En entrevista realizada vía telefónica, el autor de Crónicas del rock fabricado acá y Rock Vzla 1959-2019 manifiesta su respeto por las expresiones, no solo del rock, sino de la cultura en general, que no necesariamente son contestatarias, cuestionadoras, o parte de esa “resistencia cultural” que muchos practican y defienden; sin embargo, aboga por expresiones artísticas que luchen contra el autoritarismo y el militarismo y advierte que en diferentes épocas y naciones, la tentativa autoritaria ha buscado callar el arte, pero éste ha encontrado la manera de seguir la lucha por propiciar los cambios, algo que, dice estar convencido, llegará a suceder en Venezuela.
Félix Allueva explica la convivencia de tendencias durante la IV República
—En tu libro narras ese auge que en la IV República tuvo la movida cultural de Venezuela, inauguración de espacios, Galería de Arte Nacional, Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, Ateneo de Caracas y la organización de festivales y actuación de exponentes del rock en espacios de instituciones del Estado, cuentas que estas políticas avanzaron de la mano con la planificación de gentes de izquierda y de derecha, tradicionalistas y revolucionarios, la pregunta es ¿qué hizo posible la convivencia de esas tendencias opuestas y cuál fue el resultado?
—En los años 70, 80 e incluso los 90, efectivamente existió convivencia, con lo que quiero decir que representantes de la izquierda y de la derecha podían estar perfectamente conviviendo en una institución cultural. Me atrevo a decir que muchas instituciones culturales se convirtieron en una especie de reserva u oasis para muchos militantes de izquierda, personas que se identificaban con la corriente marxista y en esas instituciones se convirtieron en gerentes culturales, gente de acción en el mundo de la cultura. Eso se debió a Muchos factores, principalmente a que, indudablemente, estábamos en el marco de una democracia, con fallas, imperfecciones, injusticias, violaciones de derechos humanos, que existieron en la IV República, pero no se puede negar que a pesar de todos esos elementos había un Estado de derecho donde los distintos niveles y conexión entre poderes generaban un equilibrio relativo que permitía que en el sector cultura hubiera cierto avance, exposición de puntos de vista contrarios, que en editoriales del Estado se editara material que no correspondía a visión de partidos vinculados al gobierno, sino a la izquierda, al cambio social. Existía un modelo democrático, imperfecto, pero democrático.
—En los 80 uno veía espacios en las emisoras de radio y algunos programas de televisión, pero había la sensación que el rock era visto como algo minoritario en el país, incluso con cierta división de clases, ya que en los barrios se escuchaba más a géneros como la salsa. ¿Crees que había una política conservadora en los medios que los sujetaba más a lo tradicional y evitaba el rock, que era visto como sinónimo de rebeldía o que la población encontró trabas para identificarse debido precisamente a la tradición o incluso por causa del idioma?
—Depende del momento histórico en que te ubiques, no es lo mismo analizar el efecto, el impacto, la presencia del rock en los años 60 que analizar esos elementos en los 90. En los 60, y parte de los 70, indudablemente el rock era un género relativamente nuevo, no era bien visto por el estatus ni incluso por los gobiernos del momento; basta recordar el primer gobierno de Rafael Caldera, cuando la censura imperó y al rock se le imponían trabas por aquello de la droga y la cultura hippie, pero en la medida que avanzamos a finales de siglo se convierte en parte de la cultura. Lo denomino como la dicotomía; el rock puede ser contracultural, rebelde, pero a medida que pasa el tiempo se convierte en mercancía y parte del status quo. En sí mismo es una contradicción, así que, cuando nos acercamos al nuevo siglo, el rock forma parte de nuestra cultura, en todas las radios, canales de televisión y medios impresos el rock era atendido. Entonces viene otra lectura, ¿qué tipo de rock? Se trata de otro análisis, porque allí viene a entrar el imperio de la industria de la música, de las disqueras y los medios de comunicación; el rock está, pero se le da prioridad a lo comercial, lo que es más fácil de digerir, que no trae complicaciones en cuanto a las composiciones. No es un elemento que el Estado o determinados sectores de la sociedad controlan o ven como amenaza, es una cuestión de mercadeo y de imposición de una línea comercial.
El contenido es lo más importante, asevera Félix Allueva
—¿Cuál es tu análisis del por qué un género puede resultar incómodo para un gobierno?
—Hay algunos géneros que pueden resultar incómodos, pero me atrevería a decir que más que un género es el contenido, lo que dices a través de ese género, porque el enfrentarse al poder no es exclusivo del rock, puede haber una salsa combativa, la gaita puede ser otro ejemplo y otras expresiones culturales, musicales; entonces no le corresponde al rock solamente ser el género que combate la falta de DDHH, violación de derechos civiles, etcétera. Ahora, en el caso específico del rock, este género, por tradición, por su mismo origen en los años 50 cuando se le vinculaba a la cultura negra norteamericana, ya tenía un elemento de rebeldía, que se va renovando con el tiempo, aparece el movimiento hippie luego aparece el punk y así sucesivamente. En el caso específico de Venezuela, hay determinados momentos en que el contenido, lo que dice el rock, puede ser incómodo para la gente que ostenta el poder. Nos podemos ubicar a principios de los años 80 cuando determinadas agrupaciones más vinculadas al hard rock o el heavy metal decían cosas incómodas, estaba el asunto de la recluta, la imposición de lo militar a lo civil. Entonces sí hubo resistencia por parte de los estamentos que gobernaban. Eso se repite más adelante con agrupaciones como Desorden Público, que tenían la canción “Políticos Paralíticos”, un tema que fue censurado. Hay expresiones del rock con determinadas letras y posturas que a los gobernantes incomodan.
—Esto se hace evidente si el gobierno tiene inclinaciones autoritarias. Tú denunciaste en algunos medios la tendencia autoritaria del gobierno. ¿Cuándo se comenzó a percibir esta tendencia en el ámbito cultural?
—En el libro planteo varias fases, que van desde lo más básico a lo más complicado. La primera fue como una luna de miel con el presidente Hugo Chávez, cuando se planteaba la unión o vínculo con distintos sectores de la sociedad, incluyendo los más rebeldes. Al principio del gobierno chavista muchos representantes de la movida punk se suben al carro del gobierno, que comienza a darle cierta presencia en los organismos del Estado. Es una primera fase de paz y amor y ‘vamos a trabajar en conjunto’. Luego viene una segunda fase donde se empieza a radicalizar y el gobierno comienza a atacar a distintos sectores. Comienza a ver con malos ojos a aquellas agrupaciones o artistas que no comulgan con cierta línea gubernamental y donde la presencia del sector militar cobró mucha importancia. En la tercera fase hay un recrudecimiento de todo, un repunte de la censura, la presencia autoritaria en muchas instituciones y se intensifica el aislar, excluir a determinados artistas y organizaciones de la gestión cultural.
Apartheid cultural
—¿Cómo se conformó el apartheid cultural del que hablas en el libro?
—El libro tiene un alto porcentaje de testimonios, entrevisto a gestores culturales, músicos, técnicos, comunicadores que dan ejemplos concretos de esa exclusión.
«En el caso específico de la Fundación Nuevas Bandas, organización de la que he sido representante, -explica Félix Allueva- ya para 2003, 2004, comienza desde la perspectiva gubernamental a limitarse los espacios donde normalmente la fundación programaba (eventos), entonces el programar en la Plaza Bicentenaria en el Palacio de Miraflores desapareció, hacerlo en la Plaza de los Muesos desapareció; el acceso a teatros del Centro de Caracas como Nacional o Municipal se hace imposible. Otro elemento de esa fase en la primera década del siglo es la imposibilidad de tener patrocinio privado en espacios del Estado. Para poder programar en el Celarg, que era un sitio de uso casi cotidiano de la fundación, donde hicimos intercolegiales, presentamos artistas internacionales y eventos de integración latinoamericana, era imposible organizar nada porque no se le permitía que se hicieran eventos donde una marca privada fuera patrocinante».
“Eso ocurrió en La Estancia, el Teatro Teresa Carreño, entre otros espacios –prosigue Félix Allueva-, y ni hablar cómo muchos de esos espacios se convirtieron en salas de reunión del partido de gobierno del país, el Teresa Carreño se convirtió en sitio de reunión, de ruedas de prensa para el partido. Los espacios se limitan por causas políticas e ideológicas. Cuando se buscaba el apoyo de alguna institución gubernamental había como una condición, a veces explícita y a veces implícita, ‘podemos apoyar determinados eventos, pero tiene que ir con la carga de la ideología del Estado’, es decir, tenías que hacer eventos cubiertos de rojo o con íconos visuales de la revolución».
Indica Félix Allueva que se trataba de condiciones extremas, y como ejemplo relata que en la Cantv les pusieron como condición para poder patrocinar que él dejara de realizar, y se retractara, de las críticas que venía haciendo a la gestión cultural del Estado.
“Me lo dijeron en una reunión, ‘dejas de decir esto que estás diciendo y te podemos patrocinar’. Entonces desaparecimos de los medios de comunicación del Estado. No aparecía información de la Fundación Nuevas Bandas. El estigma que se le ponía a la fundación, cuando se le atacaba era que era de radicales de derecha, escuálidos, golpistas, sin ningún soporte objetivo de que estaba financiada por la CIA o que determinado espectáculo de la fundación era auspiciado por la ultraderecha, cosas que no se pueden comprobar porque no era así. Eso se repitió con otras organizaciones y artistas”, relata Félix Allueva.
Expresiones culturales dirigidas desde el poder
—En el libro encontramos una mención que me pareció interesante, la del movimiento de Bandas Rebeldes que impulsó el sector oficial. De acuerdo a lo que pasó con ellos ¿qué conclusión sacas de una manifestación cultural dominada por un gobierno y una ideología?
—Mi libro aborda casi exclusivamente la expresión pop rock que es en la que me he desenvuelto en los últimos 30 años. El Estado venezolano en el sentido de estructura dominada por factores del chavismo se acerca a cierto sector del rock, quizás al que venía militando en la izquierda y el anarquismo y mi opinión es que lograron acercar a determinados líderes, representantes y artistas que estaban en esa tendencia. Sencillamente, esos dirigentes, músicos y artistas, se plegaron casi que acríticamente a las propuestas del gobierno; abrazaron la propuesta que lideró Chávez y luego Nicolás Maduro, y se adaptaron, entraron a las instituciones y respetando su línea partidista convirtieron las mismas en apéndices del gobierno y de la ideología dominante.
Indica Félix Allueva, que comienza a surgir entonces el Frente de Bandas Rebeldes, «que supuestamente estaba dirigida a promoción de nueva música venezolana para que la misma tuviese alguna manera de difusión y organización, pero con la condición de que tenía que ser militante de izquierda». Añade que, de hecho, una organización como esa, con esas condiciones, subsidiada por el Estado venezolano, es excluyente, luego aparecieron organizaciones como Rockeros por la Paz, que duró muy poco, también con condiciones para participar, y el GillmanFest, Corazón Rockero y otras organizaciones colaterales como la Cumbre Independiente de Música Alternativa (CIMA), el Manifiesto del Proletariado Cultural y la del Waraira Repna, organizaciones, colectivos, que «asumían la ideología chavista y pretendían que los artistas entraran por ese tubo ideológico», porque si no, no recibirían recursos.
«Son organizaciones independientes, pero está la estructura del Estado, como determinados organismos vinculados a la cultura que solamente complacían determinadas líneas. Así que es una manera bien concreta de ver la exclusión en la gestión cultural basada en elementos políticos e ideológicos», acota Félix Allueva.
—Pero ¿qué conclusión sacas de cuando un gobierno domina la expresión cultural?
—Es la hipótesis que trato de comprobar primero con la experiencia directa de una organización que dirigí por muchos años, segundo, con documentación hemerográfica, y tercero entrevistando a los actores del hecho cultural. Sobre esa investigación desarrollo la hipótesis de que hay una doctrina de exclusión que tiene determinadas fases y que la motivación de esa exclusión es fundamentalmente política e ideológica; creo que doy suficientes elementos opiniones, registros y datos objetivos donde la hipótesis se comprueba.
“Efectivamente el Estado venezolano en los últimos 20 años ha desarrollado una política de exclusión hacia el sector cultura, muy especialmente hacia el área pop rock”.
—¿Es en general o mayormente en el rock?
—Es en general, no voy a poner al rock como ‘pobrecito, el único excluido’. El Estado, en su momento actual de gobierno chavista, se ha caracterizado por la imposición de un modelo populista autoritario y se manifiesta en lo cultural con el estimular aquellas manifestaciones y artistas que se acercan a su propuesta política e ideológica; esto no es solo aplicable al pop rock, sino a los otros géneros musicales, se puede aplicar a la gaita, y también en otras expresiones artísticas. En el teatro se ha dado prioridad a ciertas expresiones y marginado otras, igual puede estar sucediendo en el cine y en la literatura; basta ir a una feria del libro organizada por el gobierno, nacional, estadal o municipal y te darás cuenta que el predominio de libros vinculados a la ideología marxista es exageradamente alto y otras expresiones ideológicas o políticas no aparecen, esto es aplicable a todos los géneros y expresiones artísticas.
—Así como el Estado mantiene una hegemonía comunicacional, dominando medios de comunicación y dictando a partir de los mismos sus premisas ideológicas, ¿crees que puedan imponer un quehacer cultural ideologizante o estimas que las manifestaciones culturales pueden encontrar su propio camino para plasmar la realidad?
—La respuesta es obvia, la humanidad ha pasado por diversos momentos de imposición política, ideológica, dictatorial y a pesar de todo eso la resistencia existe, el pueblo se organiza, los artistas buscan las vías alternativas para generar sus proyectos así sea que estén en contra del régimen del momento. Tanto la vida, la cultura, los artistas se abren paso y posteriormente vienen los cambios, reconocimientos, entender que fue una lucha de muchos años. Estamos viviendo en un mal momento, pero poco a poco vamos a recuperar la democracia que tuvimos varios años atrás.
El rock y los cambios
—Hemos visto cómo en países de Europa del Este el rock o un subgénero como el punk formó parte de esa resistencia, de ese impulso a los cambios, y en la sociedad occidental, aunque no se puede hablar de cambio total sí hubo algunas expresiones y avances en cuanto al apoyo de derechos civiles, a grupos minoritarios marginados o a plasmar los problemas de la sociedad, ¿cuál crees que es ese papel del rock para propiciar cambios?
—Mira, como decía al principio de la entrevista, el rock no es solamente rebeldía y cambios. Hay determinadas personas que dicen que el rock es rebeldía. Yo digo que no es solo eso, que es una dicotomía, un péndulo entre esa necesidad de rebeldía, la necesidad de cambio, la contracultura, pero que cuando se mueve puede ser mercado, mercancía, imposición o incluso, como se ha demostrado en Venezuela, puede ser una música que apoya a un régimen autoritario. Hay expresiones rockeras que se han cuadrado con una determinada tendencia del gobierno chavista y se han mantenido allí. Desde mi perspectiva, el rock debería tener una actitud más activa, de resistencia, de cambio, de luchar contra un régimen que tenga características autoritarias, militaristas y populistas, y luchar por un cambio a una visión humanista, democrática y de respeto a los DDHH, pero esa es mi posición. El rock no es fundamentalmente cambio y rebeldía, hay que reconocer eso para entender qué es el rock y el pop.
—¿Puede desde lo que se está haciendo por parte de esas personas que están en esa tendencia de cambio hacia una visión humanista y democrática favorecerse un cambio?
—La música como tal y específicamente el pop y el rock no van a lograr el cambio político en una sociedad. Eso que el rock sea un elemento de cambio yo lo cuestionaría, creo que la música y el caso específico de rock y el pop son vehículos de manifestar, de decir cosas, de unir a la gente y colaborar con un posible cambio, pero no es en sí el cambio. Los artistas que militan en el género pop y rock lo que hacen es manifestar en una sociedad, pero no van a lograr el cambio por sí mismos. Hay grupos en Venezuela que se mantienen activos haciendo resistencia cultural, un sector del punk se mantiene súper activo haciendo resistencia, a lo mejor el hip hop se ha convertido en una expresión de resistencia cultural, hay cultores del rap que mantienen un discurso de rebeldía ante lo que está sucediendo, el reggae también tiene ese tipo de posturas, y dentro de todas estas tribus urbanas hay resistencia, hay una postura de necesidad del cambio. No todos, porque en el rock como en la música en general, hay variedad, hay quienes están orientados a la música como elemento de distracción, para relajarse o de diversión, mientras hay otros que ven en el rock como elemento que ayuda a la transformación social. Creo que hay unas cuantas agrupaciones que están en esta línea de resistencia cultural.
“En el libro trato de hacer un desarrollo histórico del fenómeno pop rock y su injerencia en la gestión cultural durante los últimos 30 años y allí voy plasmando una serie de ejemplos para que el lector pueda sacar sus propias conclusiones. Ahí dejo muchísima información, entrevisté a más de 100 personas, incluyendo gente a favor y en contra de la gestión gubernamental para que el lector pueda llegar a su conclusión. Los invito a revisar esta publicación”, detalla Félix Allueva.
Derechos culturales conculcados
—¿Cuál es la Importancia de los derechos culturales de las personas, esa sigla C de la DESC (Derechos Económicos, Sociales y Culturales) que forman parte de los derechos humanos?
—Lo primero que tenemos que destacar es que los DDHH en el caso venezolano están explícitos en la Constitución nacional, que en los artículos del 98 al 101 aparecen los derechos humanos, y particularmente los derechos culturales que es a lo que me refiero, pero si vamos bajando podemos llegar a ley Orgánica de Cultura, donde se profundiza aún más los derechos culturales, la protección del creador, la atención a la diversidad cultural, el libre acceso a bienes y servicios y espacios destinados a la cultura, respeto libertad de expresión y a la propiedad intelectual, elementos en los que se concretan los DDHH, concretamente los culturales, justamente esa es la materia central del libro y de la organización que me ayudó a que este texto saliera adelante, Provea, junto a otras organizaciones que ayudaron a la edición del libro, como Cadal, (Centro Apertura y Desarrollo de América Latina), que facilitaron la aparición de este texto y a quienes agradezco su apoyo.
—¿Y la importancia para la sociedad y el país?
—Es importante porque la cultura, que es la expresión del ser humano en su visión súper amplia sin esa expresión de manera libere va a ser muy difícil que esa sociedad se pueda desarrollar y pueda alcanzar niveles de satisfacción colectiva, facilitar desarrollo de principios democráticos, visiones humanistas en la sociedad y el desarrollo de la sociedad misma, porque en la medida que seamos más libres para producir en esa medida la sociedad puede alcanzar objetivos más fácilmente y, especialmente, hacerlo libremente.
Al Acecho de Una Silenciosa Exclusión, escrito por Félix Allueva, será presentado el próximo 13 de noviembre en la librería a Alejandría, ubicada en la urbanización Las Mercedes, hacia el este de Caracas.
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