Fin de ciclo, por Gregorio Salazar

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«¡Imbécil!», acaba de espetarle Nicolás Maduro al Secretario de Estado Marco Rubio, con lo cual termina de caer el telón sobre el ciclo de expectativas favorables que el propio régimen se abrió con la llegada de Donald Trump por segunda vez a la presidencia de los Estados Unidos.
Ya no más propuestas de «win-win» –ganar/ganar, míster Trump– ni más ponderaciones en coro al «pragmatismo» del mandatario gringo en su segunda gestión, que lo suponían dispuesto a un insólito pero conveniente trueque para las partes de petróleo por presos. Chevron continuaría produciendo cada vez más, aliviando al sediento fisco venezolano, y aquí recibiríamos todos los inmigrantes que el imperio estuviera dispuesto a expulsar de su territorio, pertenecieran o no del tan trajinado Tren de Aragua.
«Yo apoyo», fue la frase de uno de los altos personeros del oficialismo ante el anuncio de deportaciones. Pero tales zalamerías van quedando atrás para dar paso nuevamente a lo que particularmente hemos dado en llamar la escuela de la «diplomacia escatológica», esa que pretende abrirse paso a base de insultos y denuestos, sin importar cargo, investidura ni representación oficial. Ya la doctora Rodríguez puso lo suyo, llamando «minúsculo» y «despreciable» al propio Rubio, cuya presencia en Guyana deja poco espacio para la altisonante retórica sobre el Esequibo.
Efectivamente, después de idas y venidas –lo cual también marca la controversial actuación de Trump en otros campos– sobre lo que sería el destino de las licencias petroleras a la norteamericana Chevrón–un día se cortaban, otro no y otro sí– el anuncio del gobierno de Trump ha sido el más drástico de lo que cualquiera podía imaginar: tendrían final el 27 de mayo, y a partir del 2 de abril habrá un arancel de 25 % a todas las importaciones de cualquier país que compre petróleo o gas a Venezuela, a la que también se le aplicará un arancel secundario por ser la triste cuna del TDA. Se venderá menos crudo y a peor precio.
No es para celebrar por ningún respecto, pues claramente de mantener Trump esas decisiones los efectos sobre la economía nacional y, finalmente, sobre la población serán devastadores, apocalípticos, con ribetes de hecatombe social.
Basta observar que el solo anuncio de las medidas sobre Chevrón ocasionó la disparada del precio del dólar paralelo que se despegó en 40 % del oficial y rebasó la barrera de los cien bolívares por divisa. Y todo el mundo sabe que la inflación con sus nefastas consecuencias le seguirá los pasos.
En un país con el microscópico salario de 3 dólares y cayendo cada minuto su valor en bolívares, las expectativas de los trabajadores que no han visto un aumento en tres años, terminan de esfumarse. Si el régimen, ahora simpatizante de ajustes neoliberales, no se dignó incrementarlo en ese período, en adelante queda evaporada toda posibilidad. Pensemos, por ejemplo, en los trabajadores universitarios que se echaron a la calle la semana pasada. ¿Tolerará pasivamente esta situación la agobiada masa laboral venezolana? ¿Hasta cuándo?
La destrucción de la economía durante estos 25 años nos ha traído a una crisis profunda y transversal cuyos paliativos o cualquier intento de soluciones demanda una ingente, incalculable erogación de recursos que ya estaba fuera del alcance gubernamental antes de las sanciones. Olvidémonos, por tanto, de una recuperación siquiera somera de las debacles de la educación, la salud, el déficit de combustibles, los servicios de agua y de la energía eléctrica, que ha determinado la casi parálisis de las labores en la administración pública, oficialmente decretada.
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Es muy probable que en su contumaz olímpico estilo el régimen siga adelante en sus planes: elecciones regionales para terminar de copar todos los espacios de poder, una espuria reforma constitucional para hacer más viable la reelección perpetua, la ampliación de su poder paramilitar.
La prioridad seguirá siendo controlar y prolongar sin término todo el poder, a despecho del rumbo que el país siga aguas abajo. Hambre, las cárceles llenas de presos políticos y el Estado de Derecho conculcado.
Ninguna nación podría enfrentar tan dramática perspectiva sin la búsqueda de alguna aproximación entre los extremos políticos. Diálogo, una amnistía para todos los presos políticos, acatamiento milimétrico a la Constitución nacional, una hoja de ruta para la vuelta a lo político con un mínimo de sensatez y preocupación por el destino de la gente. La que padece aquí, y ahora también más allá de nuestras fronteras. No hay un atisbo de ello. Sufrimiento es la palabra que se divisa en el horizonte y que nos engloba a todos.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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