Florencia, por Pablo M. Peñaranda H.
Twitter: @ppenarandah
“Florencia es una ciudad para las parejas casadas; Venecia para los amantes; Turín, para los cónyuges adultos que ya no tienen nada que decir”.
Dino Segré
Mi maestro de cuarto grado cuyo apellido era Pichardo y sobre el cual no recuerdo acerca de alguien que haya pronunciado su nombre, tenía una fijación con la ciudad de Florencia y sobre la vida cultural en ella. Siempre nos insistía que aquella ciudad italiana fundada (59 a.C.) como un descuidado cuartel militar por el emperador Julio César, con el correr de los años era la depositaria de buena parte del arte en el mundo occidental.
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El maestro Pichardo tenía una especie de enciclopedia con reproducciones de las pinturas de Sandro Botticelli y las esculturas de Miguel Ángel Buonarroti, que nos pasábamos de mano en mano, mientras él iba tejiendo los prolegómenos del cuento cuyo argumento era, cómo un joven audaz había derrotado a un gigante, usando para ello, un artilugio llamado honda y que cumplía la función parecida a las “chinas” nuestras y que para aquel momento eran las únicas armas de combate que todos usábamos.
Con cierta meticulosidad, mientras estudiaba en la universidad llegaron a mis manos, lecturas diversas sobre esa ciudad y pude informarme que mientras el holandés Anton Van Leeuwenhoek difundía sus hallazgos encontrados en una gota de agua por medio de un microscopio que él había construido, otro holandés se dedicó a realizar el mapa de Florencia con el resultado de una pieza artística, conocida en el mundo entero como la cartografía de Florencia, ciudad diseñada maravillosamente y cuna de las artes. Estamos hablando de la Europa alrededor de 1670.
Al tener la posibilidad de saltar el charco, no lo pensé dos veces para incluir en esa visita a Florencia –y lo hice con los límites que permitía mi economía para aquel momento–, en un tour desde Roma por un día. Por lo cual, la premura y la avidez por lo nuevo, todas las cosas terminan convertidas en un verdadero revoltillo en la memoria. Pese a la libreta de notas que siempre he cargado en mis viajes.
Ese corto tiempo lo consumió, las visitas a las iglesias góticas, a la Plaza de la Señoría, un verdadero museo al aire libre y donde se encuentra una réplica del David de Miguel Ángel, las galerías de la Academia y de los Oficios, sedes de las obras del Giotto, Miguel Ángel, Da Vinci y Botticcelli y donde muestran al mundo, siete siglos de historias y leyendas.
Al realizar mi primer viaje en pareja a Europa, un hermano de mi esposa estudiaba en la academia de Santa Cecilia en Roma y su vivienda nos sirvió de centro de operaciones por lo cual pudimos visitar con comodidad varias ciudades y luego regresar cómodamente a disfrutar de la compañía de nuestro cuñado y de la Roma siempre cálida.
Para aquel momento ya conocía la obra de teatro Fiesole de José Ignacio Cabrujas, donde sus personajes, un par de seres agónicos y desesperados se preguntan a cada instante ¿cómo es la ciudad de Fiesole?
Lo cierto es que planificamos tres días para el viaje a Florencia de manera que incluimos visitar Fiesole bajo el argumento: si estás en Caracas porque no ir a El Hatillo. De manera que al llegar a la bella ciudad organizamos con cierta disciplina los lugares y dispusimos visitar Fiesole el último día. Pero ocurre que en el segundo día al caminar descuidadamente por esas hermosas callecitas que parten del Duomo, nos encontramos con una hilera de cajas de zapatos, siempre uno de ellos sobre la caja. Yo ya había disfrutado del calzado italiano, pero al escudriñar buscando el negocio establecido, no se veía ninguno, por lo cual pensamos de inmediato en una especie de buhonería.
Resulta que para esa época uno viajaba con travel cheque, la tarjeta de crédito Visa que todavía no había inundado el comercio y unos dólares para misceláneas. Nos habían advertido que mantuviéramos cierto cuidado en el uso de los cheques viajeros y que sólo lo usáramos en comercios bien establecidos, preferiblemente en hoteles o cadenas comerciales de manera que, al parecernos aceptable el precio de los zapatos y consultar nuestros bolsillos, la única alternativa era la tarjeta Visa.
El vendedor comenzó a llamar a unos familiares o amigos y entre ellos apareció la información sobre alguien que tenía el datafono o punto de venta. Los muchachos nos conminaron a seguirlos y mi esposa se encargó de la caja de zapatos y echamos a andar un par de cuadras, muy solitarias. Al llegar a un lugar cuya construcción de piedras amurallada dejaba ver a una altura de unos cuatro metros una pequeña ventana, comenzaron una serie de gritos y en una cesta enana descendió la maquinilla y se hizo el cobro.
Al regreso mi esposa me recriminó mi osadía por utilizar una navaja para pelar una manzana, mientras caminábamos en busca del punto de venta, y que yo no cesé de usarla hasta que la venta se concretó y salimos del lugar. Pero además agregó, que ella, al día siguiente, iría al mismo sitio para comprarle un par de zapatos a un hermano, quien pese a tener recursos, como era una especie de anti-Petronio, no se ocupaba de esos menesteres.
Al llegar al hotel en sana paz y después de varias argumentaciones, acordamos suspender la visita a Fiesole y dedicársela a las orillas del Arno, el Puente Vecchio y a la compra de los famosos zapatos.
El cuento es que mientras tomaba un delicioso baño, mi esposa pega un sonoro grito, el cual yo conocía como específico para acudir a defenderla de cucarachas, ratones y otras alimañas. Al salir de la ducha apresurado la encontré con los zapatos recién comprados en las manos y ante mi mirada de sorpresa me dijo son venezolanos, son hechos en Venezuela. Ambos estallamos en una risa que se prolongó hasta la cena, por lo cual uno de los mesoneros pensó que estábamos en luna de miel.
Al día siguiente en la mañana nos dirigimos a la colina de Fesole que se encuentra a unos ocho kilómetros de Florencia y desde donde se pueden observar unas vistas maravillosas. Conocimos el anfiteatro romano y la construcción (Belcanto) que los Medicci tenían como residencia. Visitamos también un par de monasterios y a nuestro regreso a Florencia divisamos grupos de senderistas que realizaban el recorrido a pie, animándose con canciones muy alegres y sonoras.
Ya en la parada para tomar nuestro transporte a Roma volvimos a reírnos al divisar una calzoleria con su iluminación de neon “negozio de Scarpe” –que nos recordaba nuestra incorporación a la lista de “genios” que llevan chivos para Coro.
Solo eso quería contarles.
Pablo M. Peñaranda H. Es doctor en Ciencias Sociales, licenciado en psicología y profesor titular de la UCV.
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