Francisco José «Joseíto» Virtuoso, S.J., por Marta de la Vega
Twitter: @martadelavegav
En los últimos meses hemos perdido a valiosas figuras de la vida venezolana. Entre ellos, quisiera nombrar a tres personas que dedicaron su fuerza, su intelecto y sus proyectos a construir no solo un mejor país, sino a aportar sus energías, hasta el último aliento de sus existencias, a favor de una educación de excelencia, innovadora e incluyente, con amor y pasión por una patria ahora enferma de egoísmo y mezquindad, martirizada a causa de la corrupción, el oportunismo y la ausencia de ética pública.
Estas tres personas, que me honraron con su amistad, siempre se distinguieron por estar comprometidas con la justicia, la democracia y la calidad de la educación. Nos dejaron de manera temprana, Mikel de Viana, S. J., a quien debemos la expresión «familismo amoral» para caracterizar el «ethos intramundano» de una realidad venezolana distorsionada por el populismo, que alertó tempranamente, desde 2002, sobre el enemigo formidable que era Chávez para la democracia y la dignidad de la gente, en un doloroso exilio en el país vasco, del que nunca pudo consolarse, a pesar de su espiritualidad y su temple interior; Olga Isabel Ramos, quien, cofundadora de la Asamblea de Educación, no tuvo miedo para desenmascarar las «tácticas de guerra» de un gobierno criminal y sin escrúpulos que ha buscado la «sumisión política» para despojar a la población de su calidad de ciudadanos, en una lucha ejemplar y sin cuartel por la vida, contra la obesidad, primero, y contra el cáncer, después, al cual finalmente sucumbió, a pesar de su luminosa resistencia y su admirable creatividad; y hace apenas unos días, por un cáncer recientemente descubierto en las vías digestivas, Joseíto Virtuoso, S.J., rector en ejercicio de nuestra Universidad Católica Andrés Bello, a quien las autoridades eclesiásticas el 14 de octubre pasado habían renovado su mandato hasta 2026, en su afán ciudadano de transformar el país mediante iniciativas cívicas que hicieron florecer su liderazgo democrático y civilista; mediante una educación que enseñara el sentido de lo público y del bien común, a la vez que los conocimientos profesionales.
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Ninguno de los tres, los dos sacerdotes jesuitas desde la dimensión religiosa y pastoral para iluminar sus propósitos de recuperar la democracia y Olga Ramos, con la misma meta desde una visión laica de la trascendencia, dejaron nunca de mirar a los otros como prójimos, como semejantes, con una profunda convicción de que era posible y necesario el futuro, que podíamos ser parte de un país deseable y próspero, con un ciudadano solidario y compasivo, riguroso con sus deberes, ecuánime en sus derechos; respetuoso de las normas, con sentido del logro y la superación.
Fueron exigentes con ellos mismos y con los demás, siempre y cuando no esperáramos que fueran los otros quienes actuaran sino nosotros mismos. Y afianzáramos la reflexión y la formación política desde la libertad, la autoridad moral y el pensamiento crítico, del cual Mikel, Olga y Joseíto fueron exponentes valientes y destacados que han dejado un legado imborrable.
Podemos calificar a los tres con las palabras de otro gran venezolano, dichas para el Padre Virtuoso después de su muerte inesperada el 20 de octubre pasado, el amigo, líder social y guía espiritual de la parroquia «Alberto Hurtado» en La Vega, donde reside, Alfredo Infante, S. J.; porque ellos fueron, desde distintos horizontes, «soñadores y constructores de esperanza». Esta convicción poderosa del urgente y sostenido esfuerzo que se requiere de cada uno para superar el desaliento, fue un rasgo común de mis amigos, en cuya memoria escribo hoy.
Y es afianzada en la edición 466 de Magis, en entrevista a un muy ilustre venezolano por decisión, vasco de nacimiento, Luis María Ugalde, S. J., amigo admirado y querido, cuando responde: «La gente me dice: «¿Cómo mantiene usted el optimismo?». Y yo trato de hacer dos cosas: uno, no disfrazar la realidad, que cada día es más trágica, pero al mismo tiempo, cuando la gente dice: “Aquí no hay nada que hacer”, yo digo: “Ahora es cuando hay que hacerlo con la convicción de que esto tiene salida”. Pero tenemos que hacer lo necesario, no esperar a que otros lo resuelvan”.
El Padre Ugalde, rector durante muchos de los años de mi carrera académica en la universidad Católica, precedió en el rectorado a Joseíto, a quien debo varios honores: haber recibido de sus manos mi título de abogada en 2011, haber presentado públicamente en uno de los auditorios de la Biblioteca de la UCAB el libro que me fue publicado en 2014 sobre democracia y modernización en América Latina desde la óptica de la «razón comunicativa» de Habermas; haber sido su alumna por generosidad suya en uno de los cursos de Filosofía Política que dictó en la Escuela de Filosofía, donde ambos éramos colegas.
Ante la crisis y la pérdida, no tengo sino gratitud por estas vidas fecundas que irradiaron hacia la sociedad venezolana lo mejor del futuro y han encendido los faros en medio de la tempestuosa realidad que afrontamos para que, “cada quien en su área y con una visión de conjunto”, el padre Francisco José Virtuoso nos ha invitado a construir.
Marta de la Vega es Investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB.
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