Frankenstein, por Simón Boccanegra
El gobierno de Nicolás Maduro está siendo retado por su propia base. Varios «colectivos» –denominación que cubre a los que no son otra cosa que grupos paramilitares, o más bien parapoliciales-, armados y sostenidos por los sectores más radicales del oficialismo, han declarado pública y abiertamente, en rueda de prensa, que no están dispuestos a desarmarse, tal como lo habría planteado, de acuerdo a las versiones más creíbles, el ex ministro del Interior y general Miguel Rodríguez Torres, hoy desaparecido de la escena pública.
Según aducen ahora, fue el mismísimo Hugo Chávez quien les entregó los «hierros», para que fungieran como custodios de la revolución. Maduro enfrenta, pues, su propio Frankenstein. Difícilmente exista algún síntoma de la fragilidad del poder chavista más elocuente que éste. El régimen está en vías de anarquizarse.
Desaparecido el liderazgo de Hugo Chávez, sus herederos, cual los generales de Alejandro Magno a la muerte de este, comienzan a hacer visibles su propias y particulares apetencias de poder. Se trata de un proceso todavía incipiente, pero intuitivamente perceptible.
Muchas veces la historia nos ha dado ejemplos de ello. Es la suerte que toca a regímenes estructurados en torno a una única personalidad, alfa y omega del poder, que no construyeron una organización político-partidista que los trascendiera y diera sentido a sus propósitos. Chávez trató de hacer algo al respecto, con la creación del PSUV, pero su propia desaprensión respecto de este, al cual nunca vio más que como un instrumento de su voluntad y no como una organización que fuera más allá de él mismo, jamás le dio entidad, derecho al debate y a las críticas y a proposiciones propias.