Gabo, por Teodoro Petkoff
Por allá por el 2006, en una conversación con Gabo, le pregunté si no pensaba darse una vueltica por Venezuela, y respondió, tajante: «No» y de seguidas añadió: «No quiero que me usen». Cuando comenzaba el gobierno de Hugo Chávez, a quien Gabo había conocido hacía muy poco, sostuvo una conversación en un viaje aéreo. Gabo, que ya había calado al personaje, se preguntó al final y así lo escribió si estaba frente a un auténtico revolucionario o ante uno más de la estirpe de déspotas o mandatarios autoritarios que han plagado a este continente de miserias.
Como siempre me asalta el recuerdo por la donación que hiciera al MAS partido del cual se decía «militante internacionalista» de los cien mil bolívares del premio Rómulo Gallegos, lo cual da la medida cabal de la visión que tenía el Gabo del compromiso revolucionario, porque entonces esa cantidad era buen dinero. Para mí fue un momento mayor de una amistad entrañable que duró siempre, que no hizo sino intensificarse con el tiempo, y que he narrado ampliamente en mi libro «Dos izquierdas».
Ahora bien, hubo en él una ambigüedad política inexplicable para muchos, su repudio al régimen soviético, por ejemplo, era obviamente contradictorio con su fiel amistad con la revolución cubana. Pero había que conocer al personaje. No se hacía ilusiones con el fenómeno cubano, pero durante años había cultivado una amistad estrecha con Fidel Castro y Gabo, amiguero como era, mantuvo ese vínculo por encima de todos los avatares que conociera el proceso de la isla, incluyendo todos sus desacuerdos, que en privado comentaba. Incluso, sincero y abierto como también era, pudo compatibilizar la relación con Cuba aun después que esta se sovietizara con su amistad con el MAS de Venezuela, el de entonces, partido que sostenía una dura polémica con el partido comunista cubano. Su amistad con el MAS fue una amistad militante. Pero ya sabemos en qué triste destino paró el proyecto que otrora fue una gran esperanza para muchos, aquí y fuera de aquí.
La amistad con el Gabo continuó y le debo unas cuantas cosas como haberse convertido en Colombia en el más afanado sostenedor de mis campañas presidenciales, moviendo sus inagotables relaciones con todo el mundo, con toda Colombia literalmente, para abogar por éstas. Tampoco olvido las largas conversaciones en muchas ocasiones y en diversos lugares, sus varias casas, donde disfruté de su inteligencia, su humor, su vivacidad y su humana calidez, virtudes tan celebradas por tantos.
Pero quiero agradecerle en esta ocasión, como venezolano que resiste a este régimen despótico, su negación sostenida, a pesar de los requerimientos y halagos de éste, a ser su cómplice, a volver a esta tierra por él tan querida para que esto no se leyese como un signo de apoyo. Su silencio sin ambages hay los que hubiesen querido más, pero él era así de paradójico tuvo y tiene un inmenso valor para los que aquí luchamos.