¡Hasta que apareció de Zayas!, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“Las cartas sobre la mesa/le toca hablar al billete”
(de una vieja canción de Yordano Di Marzo)
Confieso haber perdido la paciencia con los organismos internacionales y su gente hace muchos años. Quizás se deba a cierta experiencia vivida en México, hace casi dos décadas, en ocasión de un seminario sobre temas público-sanitarios al que asistí y que se reuniera en el Centro Interamericano de Estudios de la Seguridad Social, casa en la que mi padre estudiaba justo cuando la fusilada en pleno zócalo de Tlatetlolco tiñó de sangre la bandera olímpica que el México desarrollista de Díaz Ordaz quería enarbolar aquel año de 1968.
Recuerdo la disertación de un funcionario de OPS/PAHO sobre las enfermedades de transmisión hídrica, el temible cólera entre ellas. Destacaba aquel hombre por su excesivo y chocante dandismo siendo que el caso de estudio no era otro que el de su propio país, Haití. Con pasmosa frialdad, el almidonado burócrata hablaba de enfermos y de muertos en su propia patria sin asomar ni tan siquiera un solo gesto de compasión o de sensibilidad: ¡evocar aquel drama le resultaba tan natural como referirse a una catástrofe en Tanganica o en Katmandú! “¿De qué pasta puede estar hecho este hombre?”, me pregunté entonces.
Porque esas burocracias son así. Sus patrias ya no están donde nacieron sino donde les pusieron oficina y escritorio. Por eso sus referencias son a muertos sin rostro, a cifras sin piel y a tragedias sin lágrimas. Y dispénsenme aquellos aludidos que no pudieran sentir ofendidos: porque el recuerdo de aquella indignante escena, la del patiquín caribeño en outfit de Saks Fifth Avenue con pose de gerente de cadena hotelera refiriéndose impasiblemente a niños muertos, me indigna al punto de que hasta el sol de hoy se me haga cuesta arriba soportar reuniones con agencias de ese tipo. No puedo evitar que el desprecio se me salga por los ojos.
He revivido aquel ingrato recuerdo leyendo en la prensa oficialista las infelices declaraciones de un tal Alfred de Zayas, ilustre desconocido que por donde quiera que vaya asegura ser o haber sido consejero de alto nivel o asesor de Naciones Unidas en materia de derechos humanos. Entiendo que no es la primera vez que se le ve por aquí, pero debo confesar que he debido “googlearlo” para saber más exactamente quién (o qué) es. Y como dirían mis amigos españoles: ¡resultó ser “menudo tío”!
Alfred-Maurice de Zayas nació en La Habana, pero parece que sus primeros pedaleos en triciclo los dio en Chicago. Grados académicos en Harvard y Gotinga y media vida a orillas del lago Lemán hacen comprensible su evidente lejanía con los pueblos sobre cuyos males opina, el nuestro entre ellos. En tal plan se ha involucrado en cuando “tejemaneje” se ha dado en el mundo desde Turquía hasta Timor Oriental. Pero hay más: el hombre es traductor de Hesse y de Rilke. Sobre historia ha escrito no poco, habiéndose ocupado, entre otros temas, del genocidio armenio y de los juicios de Nuremberg si bien bastante menos de los desmanes de veinte años de chavismo en Venezuela.
Un “lord” el tipo. Todo un “chevalier” de corbatín, cabello engominado y pañuelo empapado en Jean Marie Farina que nos llegó desde los Alpes suizos para decirnos que el informe emitido por la doctora Bachelet es “desequilibrado”. Que es exagerado decir que en Venezuela hay casi mil presos políticos y más de cuatro millones de emigrados por hambre. Que son pendejadas nuestras eso de asegurar que veinte años de chavismo se han saldado con un millón de muertos víctimas de la violencia endémica cuando no de las falencias de una sanidad pública que no es capaz ni de administrar una vacuna.
No: para de Zayas, esas son puras mentiras, exageraciones y desequilibrios injerencistas recogidos en un informe “defectuoso y decepcionante”. Para el encopetado patiquín cubano-suizo, ni “La Tumba” ni el Helicoide existen y de seguro que la sala de emergencia de un hospital público de Caracas se compara con “la parmanence” de esos impolutos nosocomios ginebrinos a los que él y los suyos acuden en carrera a la hora de los cólicos.
De Zayas no se ocupa de acompañar sus opiniones ni tan siquiera de un solo dato estadístico. Así suele suceder con esos espíritus anuméricos, tan propensos siempre a confundir la episteme con la doxa y que pretenden que la opinión – la suya, claro está- pese más que los propios hechos
Pero ocurre que, cuando de muertos por fallas en los hospitales atribuibles a sus respectivas administraciones se trata, opera siempre esa inexorable ley que mis colegas anestesiólogos e intensivistas bien conocen: la del “número mata letra”. Porque ante el shock séptico, el edema agudo de pulmón o la cetoacidosis diabética, de poco vale haber traducido del alemán las “Elegías de Duino”. Porque con la desnutrición clínica comiéndose a no menos de 600 mil de los más de 3.7 millones de venezolanos subalimentados, nada se hace citando de memoria pasajes enteros del “Lobo estepario”.
A continuación, ofrecemos al señor de Zayas algunos de los números que claramente desconoce pese a estar recogidos en la última edición de la Encuesta Nacional de Hospitales citada en el informe de la doctora Bachelet. Para que “agarre dato” el curioso helvético de Guanabacoa: son 1557 las muertes por trauma y causas cardíacas registradas en el primer trimestre de este año en los 40 hospitales encuestados por nosotros. Muertes injustificables, atribuibles a las fallas que, en materia de infraestructura, de equipos y de suministros acumulan los hospitales venezolanos; muertes que no fueron más porque, pese a todo, siempre estuvieron allí, presentes y dando testimonio de una fuerza moral que parece no abundar mucho por los predios del Palais des Nations de la gratísima Ginebra, el médico, la enfermera (o), el bioanalista y el obrero sanitario venezolanos.
Honestidad política e intelectual. Parece mucho pedir a esos sofistas internacionales, a esos “doctores mercenarios” –como los llamaba con desprecio Platón- que a la orden del mejor postor aparecen cuando sobre la mesa se planta la cara de Benjamín Franklin en billetes de impresión verde. Despreciables mercaderes de un dolor que jamás ha sido el suyo porque brota de una realidad que les hiede. Porque les irrita las mucosas el olor acre de la orina pegada al suelo sucio del hospital al que jamás consultarían ni ellos ni sus hijos. Porque les asquea la escena dramática de la muerte de quien pagó con la vida la tragedia de ser un venezolano pobre en tiempos de revolución.
Habló el billete, como decía aquella canción de Yordano Di Marzo que recuerdo de mis años de juventud. Y después, solo después, es que aparecen por aquí los tipos como Alfred-Maurice de Zayas. Nunca antes.
Referencias:
https://www.encuestanacionaldehospitales.com/ (consultada el 16 de julio de 2019)