Hasta siempre Teodoro, por Javier Conde
Se apagó una de las mentes políticas más lucidas de Venezuela. Nada de eso de periodista y editor, aunque esa fuese una actividad que hizo con entrega total, que tanto le divertía. Teodoro Petkoff combinó acción y pensamiento, garra y reflexión, de manera excepcional.
Teodoro Petkoff (El Batey, estado Zulia, 3/01/1932) fue el último de la serie de hombres que marcaron la vida venezolana durante la segunda mitad del siglo XX.
Su nombre habría que ponerlo al lado de los de Betancourt, Caldera, Villalba, los llamados padres de la democracia venezolana, anteriores a él, a los que combatió, más a unos que a otros, y a los que admiró, también más a unos que a otros. Porque Petkoff hizo caso toda su vida a la pasión que lo encendía y a su mente privilegiada.
A él, que le gustaba tanto la pelota, habría que decirle que es candidato al Hall de la Fama de la política: oficio vilependiado que él enalteció.
Yo supe de Petkoff por primera vez a mediados, o quizás finales, de los 70. Era un imberbe militante de UCAB Libre –agrupación atípica y fuera de lugar en la confesional universidad de los jesuitas, no de todos ellos – y cayó en mis manos, no recuerdo cómo, Proceso a la izquierda, que leí sobresaltado, descubriendo en cada página que hablaba de uno, que retrataba y cuestionaba sin piedad esa “falsa conducta” de un izquierdista (uno se creía eso y revolucionario) de considerarse superior.
Petkoff había estado en la montaña, había caído preso en un par de ocasiones –con sus escapes sensacionales, uno de ellos lo relataría muchos años después ante un auditorio cautivado en mi clase de géneros periodísticos; en la UCAB, claro–, había escrito Checoslovaquia, El Socialismo como Problema, había parido el MAS, y uno, en sus estúpidos veintipoco de años, lo despachaba como reformista, revisionista; masista, en fin, que en ciertos ámbitos era sinónimo al uso.
Fue una lectura dolorosa la de Proceso a la izquierda. Aquel revisionista parecía tener razón. Pero cuando uno empezaba a admitir ciertas cosas, aunque no la esencia, él, Petkoff y su MAS, desterraban la lucha armada, y el marxismo leninismo, hasta la lucha de clases, tan sagrada, y no era para congraciarse con el sistema, sino por genuina creencia de que en el socialismo a la venzolana libertad y democracia podían andar juntos.
Su partido, el Movimiento Al Socialismo, que nació con los 70, fue precursor de un montón de cosas: ingenio en los mensajes, diversidad de opiniones, elaboraciones propias, críticas por igual al gobierno de turno y la izquierda borbónica y su “socialismo real”, el de Cuba y el de la URSS, que prometía comida, salud y educación a cambio de callarse.
Petkoff solo supo lo que era callarse ayer, de manera definitiva, y quizás unos años antes, durante el largo y penoso proceso que lo consumió, en el que se fue arrugando su voz, siempre fuerte, vivaz, incómoda.
Cuando aquel partido, muchas lluvias después, con la democracia sangrante, decidió apoyar lo que apoyó, él junto a Pompeyo (qué ejemplo de lucha la de ambos, que a pesar de desencuentros siempre cuidaron las formas) cogieron sus bártulos y hasta luego. Petkoff dejó aquel premonitorio “los espero en la bajadita”. Su voz no cabía ahí
Parlamentario, candidato presidencial dos veces y precandidato en otra, ministro de economía salvador de Caldera (lo que unos le reconocen y otros le machacan), que rodó más de 700 mil kilómetros en su Volkswagen para sembrar el MAS en todo el país, de Tucacas a Ciudad Guayana, de un pueblo en el oriente a otro en los llanos, aprendió en la etapa final de su vida pública –en pleno siglo XXI– a andar solo tras medio siglo largo de militancia política, y de ese trayecto nace TalCual.
Petkoff crea el diario para el combate político. Y vaya que lo dio. Es un político en toda la extensión de la palabra que encuentra en el periodismo un arma pacífica para luchar por la democracia, que la intuye en gravísimo riesgo. Es lo que tienen estos tipos: ven las cosas antes que los demás, es lo que los hace diferentes.
Yo estuve en El Nacional de los 70 ––pasantico tropezándose con luminarias: Cuto Lamache, Germán Carías, Polo Linares, Campos Martínez, Euro Fuemayor, Reinoso y un largo etc– y en El Diario de Caracas de los 80 –– donde aún quedaba la estela de Tomás Eloy Martínez y, también, la de Diego Arria–– y TalCual, que era otra cosa. Las tornas del país habían cambiado, el periodismo también.
Era, ese diario de Petkoff, un lugar llano, de iguales, sin protocolos, con una dirección de puertas abiertas donde cualquiera que se arrimara por ahí podía asomar su nariz una mañana mientras se debatía el editorial. Y desde ese periódico pequeño, que vivió siempre en el filo de las urgencias de quince y último, Petkoff hizo sonar como nunca su voz. Su fuerte e incómoda voz
Personaje ajeno a la reverencia, despistado para el apretón de manos en un ascensor, de risa y gruñido fácil, Petkoff luchó toda su vida por Venezuela. Sin concesiones, poniendo la piel en cada lance. Hasta siempre, Teodoro.