Hugo y Fidel, por Teodoro Petkoff
La discusión planteada en términos de si los médicos cubanos no son tales sino yerbateros o, al contrario, como dice el embajador en la entrevista que hoy publicamos, de que han salvado decenas de miles de vidas, está totalmente desenfocada.
Estamos ante un problema político y no ante un examen de suficiencia de los médicos o entrenadores cubanos, cuyos servicios concretos en los sitios donde están es inútil negar.
De hecho, no es Venezuela el único país donde hay presencia de entrenadores, médicos o educadores cubanos y tampoco es esta la primera vez que han venido técnicos deportivos o médicos de la isla al país. Para no mencionar sino un caso muy prominente, quien trajo entrenadores deportivos cubanos por primera vez fue Henrique Salas Römer, cuando fue gobernador de Carabobo, bastante antes de que Chávez fuera presidente de la República. De paso, esa circunstancia algo tendrá que ver con la transformación de Carabobo en el primer estado deportivo del país.
Médicos cubanos fueron también contratados, hace algunos años por el gobernador de Monagas, Guillermo Call, quien, por cierto, debió regresarlos ante la protesta de la Federación Médica de Venezuela. Incidentalmente, Call pidió a la FMV que le sustituyera los 30 cubanos por médicos venezolanos, para enviarlos a las aldeas donde se resintió su ausencia. Todavía los está esperando.
Pero nada de esto es el punto. En Venezuela esa significativa presencia cubana constituye, ahora, parte de un problema político porque en nuestro país existe un gobierno que se las ha arreglado para atemorizar a vastos sectores de la población –mediante un comportamiento provocador y una retórica supuestamente revolucionaria–, dejando correr la idea de que su propósito es adoptar en Venezuela el modelo político, social y económico fidelista. Si ese objetivo que se le atribuye a Chávez es cierto o no, es irrelevante. Un porcentaje muy elevado de la población, que es tan importante como el que piensa lo contrario, cree que es cierto y eso es lo que cuenta, porque en política lo determinante es la imagen.
Ningún gobernante democrático puede hacer creer que se propone adelantar un plan político que supondría cambios profundos en la economía y en la sociedad, contrariando, frontal y autoritariamente, el sentimiento y la opinión, equivocada o no, de una parte significativa de la sociedad y mucho menos puede hacerlo dando pie a que sus adversarios puedan manipular contra él aquél sentimiento. Cambiando lo cambiable, cuando CAP intentó poner en práctica, sin debate ni preparación, un programa económico que chocaba con la cultura y el sentimiento creado por décadas de populismo en millones de venezolanos, se estrelló. Chávez ha creado resistencias muy hondas contra su gobierno al generar la imagen de que marcha hacia un modelo fidelista de sociedad que, más que a sus logros, está asociado en el imaginario popular a la figura de los balseros y se sustenta sobre una dictadura personalista y totalitaria. Eso ha cavado una ancha brecha entre los venezolanos y la masiva llegada de cubanos no hace sino agravar la polarización que nos desgarra.
El esfuerzo que hace el embajador cubano por justificar lo que en otro contexto podría ser aceptado como una noble y desinteresada labor de sus compatriotas en Venezuela, es fútil y se hace patético.
Nadie puede quitarle de la cabeza a varios millones de venezolanos que esos técnicos y médicos están aquí para ayudar a Chávez a cumplir su supuesto cometido de fidelizar a Venezuela. Porque ahora, a diferencia de los entrenadores de Salas Römer y de los médicos de Call, los cubanos están dentro del marco de un régimen político que ha hecho de la palabra Revolución el leit motiv de su discurso.
Cuando esa palabra adquiere el rostro de entrenadores, médicos y educadores cubanos, millones de venezolanos sienten escalofríos. Porque lo que ven es Cuba y ésta, crean lo que crean sus partidarios o sus amigos, tiene una imagen que atemoriza y en mucha gente provoca reacciones existenciales de rechazo, incluyendo hasta la que se beneficia de los entrenadores y de los médicos. Promover, aunque sea retóricamente, un proceso de cambio social, asociándolo, así sea también retóricamente, a la experiencia cubana, es una de las maneras de asegurar su fracaso.
Sorprende que el fidelismo, habiendo tropezado con esta piedra tantas veces, insista en volver a meter la pata.
En 1999, cuando Fidel Castro todavía hablaba con lucidez, dijo en el Aula Magna de la UCV que la revolución cubana es irrepetible, que si ella hubiera tenido lugar hoy no se habría podido sostener. Chávez no le paró a su mentor y a este parece que ya se le olvidó lo que entonces dijo.
Lástima.