El reto del Sí, por Teodoro Petkoff
La victoria del Sí debe ser el punto de arranque para llevar adelante una estrategia dirigida a recomponer un clima de convivencia política en el país. La revocatoria de Chávez dejará el gobierno en manos del vicepresidente (ya Chávez anunció que Rangel recibiría el mando “la misma noche del 15” ), quien lo dirigirá hasta la elección del “nuevo presidente”. Eso dice la Constitución. Durante ese período, en principio de un mes, el país tiene que percibir claramente la existencia de una voluntad política orientada a integrar y no a desintegrar el universo político y social. Porque el Sí vencedor tendrá del otro lado a un respetable sector de venezolanos al cual es preciso garantizar sus derechos así como sus espacios y posiciones. El voto por el Sí es para superar la conflictividad ya crónica y no para acentuarla. El voto por el Sí es para restablecer los fueros de una democracia operativa, en la cual la paz debe tener como soporte el respeto al derecho ajeno. El Sí vencedor no puede reproducir esos rasgos de intolerancia que desde el actual gobierno han pesado tanto en la conformación de la crisis política que nos agobia. El gobierno del Sí es para tender puentes y no muros.
Además, la revocatoria del Presidente y una posterior victoria electoral comportan tan sólo la conformación de un nuevo Poder Ejecutivo. Habrá un “nuevo presidente”, según reza el texto constitucional, con su respectivo “nuevo” gabinete y nuevos funcionarios en los cargos de libre nombramiento y remoción. Pero la Asamblea Nacional y los poderes derivados de ella (Fiscalía, Contraloría y Defensoría del Pueblo) no entran en la revocatoria y mucho menos podrían ser destituidos por vía de un decreto ejecutivo. En principio, el nuevo gobierno tendrá que “cohabitar” con esa parte de los poderes públicos.
De igual manera, el nuevo gobierno heredará algunos otros gruesos problemas políticos como, por ejemplo, el de la aplicación de la Ley del TSJ, que al igual que los ya mencionados, deben ser manejados con estrictos criterios institucionales. Como también debe ser muy institucional el manejo de los asuntos militares y los de Pdvsa. Revocar al presidente Chávez no puede ser visto como una revancha sino como el primer paso para el fortalecimiento de la institucionalidad y para la superación de la arbitrariedad y la discrecionalidad en la conducción de los asuntos públicos. Eso significa resistir la tentación de pagarle a Chávez con su misma moneda.
El principal problema político que confrontará el nuevo gobierno es precisamente Chávez en la oposición. Un Chávez a la cabeza de una porción muy grande de venezolanos, y contando con recursos de toda índole. Reconocer la legitimidad de esa oposición, respetar sus espacios y mantener abiertos los canales que hagan viable su participación en el juego político debe contribuir a su afirmación como fuerza democrática y a facilitar el aislamiento de sus sectores extremistas y ultrarradicales.
Este es el reto que tiene el Sí vencedor. Porque el mandato fundamental que le dará el pueblo venezolano a sus representantes es el de normalizar y estabilizar el piso político del país, reducir significativamente la conflictividad y conducirlo sin demasiada turbulencia hasta las elecciones del 2006. Eso es cuestión de paciencia y mano izquierda, sin permitir que las contingencias tácticas desbaraten la estrategia de recomposición de la convivencia política.