La advertencia Albán-Khashoggi, por Bernardino Herrera León
¿Qué tienen en común los atroces crímenes de Fernando Albán y Jamal Khashoggi? Ambos de países, culturas e idiomas radicalmente diferentes. El primero, político activista de derechos humanos. El segundo, periodista. Seguramente no se conocían, ni los conocíamos.
Pero tienen mucho en común. Ambos fueron brutalmente asesinados por paranoicos y despiadados gobiernos totalitarios. Uno, la nueva modalidad “narco-tiranía” que rige en Venezuela. Otro, el Reino de Arabia Saudita, una de las seis monarquías absolutas que quedan en la Tierra.
Los criminales no guardaron discreción alguna. No actuaron con la típica clandestinidad para sumergir al crimen en el misterio irresoluto. Por el contrario, los homicidas dejaron todas las pistas posibles. Las víctimas fueron exterminadas en recintos de Estado. El venezolano, en la sede de un organismo policial. El saudí, en un consulado de su país en Turquía. Es un detalle tenebroso. Los dos gobiernos se reservan la licencia de matar en la sala de sus casas.
Antes de encontrar la muerte, ambas víctimas fueron salvajemente torturadas. Sin disimulos, como queriendo que todo el mundo se enterase, aunque negándolo rotundamente. A Albán le adjudicaron suicidio. A Khashoggi, una disputa. “Sí… matamos”, parecen decir por lo bajo los victimarios… “Pero no somos culpables. No hay manera de probar que lo seamos”. Y en efecto, tienen razón: Gobierno, policía, fiscales, jueces… Todos son un mismo criminal.
Esta modalidad de “no-asesinato abierto” funciona como una advertencia. O más, como una amenaza. Va para todos aquellos que osen desafiar al gobierno. “Ya lo saben”, dicen en silencio, “todos a callar, todos a someterse. Somos los amos del poder y hacemos lo que nos venga en gana.
No tenemos límites”. Con esto, este par de regímenes, el venezolano y el saudí, han ingresado al siniestro club de los magnicidas y genocidas en la historia de la infamia. De eso no hay duda. Los historiadores nos haremos cargo para que quede registrado
Donde tenemos dudas es en la reacción mundial. El crimen de Albán generó una indignación internacional que, en muy poco tiempo, bajó de intensidad. Algunos embajadores fueron llamados a consulta, pero aún no se ha producido una postura firme que obligue al régimen a permitir investigación y procesamiento de los asesinos materiales e intelectuales. Aún no se expulsan a los embajadores chavistas, que son símbolos de reconocimiento del régimen. Pero aún está pendiente. Probablemente, el asesinato de Albán pueda contener todos los crímenes del régimen chavista. Hay esperanza de que no quede impune. Alemania se acaba de agregar a la denuncia en la Corte Penal Internacional.
El asesinato de Khashoggi mantiene aún atónito al mundo, a medida que se revelan los horrendos detalles del crimen. Las consecuencias internacionales están por verse. A la medieval monarquía saudí se le pasó la mano. Y obliga a los gobiernos del mundo a fijar posición. Una posición moral que no admite términos medios. Ambos crímenes pueden hacer girar el péndulo de la política en el mundo. Y pondrá a descubierto quiénes toleran la barbarie criminal y quiénes no.
Los países que ya han dado muestras de tolerancia, han formado en dos grupos de amoralidad política. Uno, los pragmáticos, donde prima la condición de buen cliente de estos gobiernos forajidos.
El otro, se refugia en la “solidaridad ideológica”, típica de socialistas, comunistas, nacionalistas y fanáticos religiosos. El argumento de ambos grupos resulta, a un mismo tiempo, un perverso mecanismo de complicidad y una guarida para la corrupción. Son líderes que parecen tener suficiente tolerancia para una cantidad enésima e ilimitada de crímenes similares.
El primer grupo de los tolerantes pragmáticos lo representa el gobierno de Donald Trump. El segundo grupo de tolerantes ideológicos lo representa el gobierno socialista de Pedro Sánchez. Ambos venden armas de destrucción masiva al régimen saudí. Ambos necesitan “villanos de las películas” para fingir ser los “buenos”
Un periodista preguntó a la ministra de defensa de España si no le parecía inmoral que las bombas inteligentes vendidas a Arabia Saudita estuvieran involucradas en los recientes bombardeos a población civil, en Yemen. La ministra Margarita Robles respondió que España no se hace responsable del uso que de la mercancía hagan los clientes. Ese argumento, menos que inadmisible para alguien que se define como “socialista redentor de la humanidad”, resume la doble moral “groucho-marxiana” de muchos políticos. Representa el fraude de la política tradicional que aún no termina de fenecer.
La advertencia Albán-Khashoggi es un reto para los humanistas del mundo. Una gran oportunidad para un gran movimiento global moralizador en contra de un mundo abandonado a la “banalidad del mal”…
Se lo debemos a los Albán, a los Khashoggi…