Las luces que procuró la pluma de Teodoro, por Víctor Amaya
A Teodoro no le gustaba la idiotez, ni el alcohol. Abstemio convencido y agnóstico por convicción, supo evolucionar y dar lecciones. Lo hacía aun sin mover los labios. Con acciones tanto como con palabras, dichas o escritas; esas que soltaba como metralleta: ásperas, toscas, rotundas
Quisquilloso, como lo es la gente inteligente, Teodoro Petkoff dirigió este periódico fundado con un objetivo claro: procurar una sociedad pensante, crítica, capaz de tomar las mejores decisiones. Por eso lo suyo no fue un periodismo “de librito”, tampoco de manuales, ni de camisas de fuerza.
Encabezó un equipo que combinó canas con ímpetu juvenil, que se permitía dibujar más allá de las líneas. Una visión que se mantuvo a lo largo de las distintas etapas de un diario que navegó por altos y bajos, como el país.
Su última oficina era austera, desordenada, llena de libros y papeles, pero coronada por dos piezas clave: el artículo que le dedicó su amigo Gabriel García Márquez, y un anuncio –también enmarcado- de un viejo periódico invitando a la ópera Simón Boccanegra. Sobre el escritorio, los lentes, los cuadernos y el espacio preciso para subir los pies.
En su ya vetusta computadora escribió cientos de editoriales, como faros para la penumbra. Lo hizo con cuidado, buscando el tino, estirando la liga cuando correspondía, sin llegar a romperla. Antes de cerrarlo, nos convocaba para leerlo y sopesarlo con nosotros, calibrar alguna idea, construir incluso un título colectivo. Quizá el único director de un periódico en el país que se deja editar así. Viejo zorro, no daba excusas al poder.
De esa forma dialogó con el gobierno, donde lo leían aunque no lo admitieran frente a “Chacumbele”. Quienes en la burocracia venían de la izquierda tradicional lo seguían considerando una voz de peso. Él lo sabía, por eso mandaba “mensajes a García” en esos textos y los que firmaba como Boccanegra, comentarios breves y afilados.
Pero también era una vitrina para sacudir a la sociedad. De allí que algunas ideas fueran simples, directas, como cachetadas: “El chavismo causa la crisis”, “Apagones, hecho en socialismo”, “Una oposición que se oponga”, “Farruco, sociedad anónima”, “La farsa habilitante”, “Militarismo y democracia”, “Sin unidad no hay vida” y otros tantos.
Cascarrabias y todo, echaba mano hasta del humor. Luego de una larga comparecencia de Jorge Giordani explicando algún plan económico, la respuesta de Teodoro fue un editorial que solo repetía, durante toda su extensión, “blah, blah, blah, blah…” ad infinitum.
Y alguna vez llegó a ser lapidario: “El chavismo era Chávez”, tituló su editorial del 16 de mayo de 2013. Decidimos acompañarlo con una foto de la tumba del expresidente. Fue el último reclamo público de Nicolás Maduro a Teodoro.
Ese arrojo y desparpajo lo impulsó en otros, en quienes tuvimos la tarea también de escribir piezas editoriales. Recuerdo aquella vez que el diputado Modesto Ruiz acusó a TalCual de insultar a la comunidad afrodescendiente por una caricatura de Roberto Weil que reflejaba el futuro como las aguas del grifo que provee el gobierno: negro. A los dos días, Teodoro tituló su editorial “Oye mi negro: Capriles los tiene locos”, con una foto del parlamentario.
La respuesta la extendimos por tres días en la sección Por Mi Madre, recordando otros de esos “insultos” en el habla popular, todo titulado bajo la palabra “Culpables”. Allí listamos al café negro, las caraotas negras, la torta negra, las aceitunas negras, el té negro, el asado negro, el cine negro, el negrito fullero, los angelitos negros, el beso negro, la misión Negra Hipólita, el punto negro, los ojos negros… y hasta el humor negro, que ellos condenan, porque les duele. Nos reímos mucho con aquella travesura, una que además servía para desnudar la ridiculez del poder.
Pero además de leerlo, a Teodoro había que escucharlo. Alguna vez los periodistas más “jojotos” de la redacción de TalCual le pidieron luces. “Queremos reunirnos contigo para evaluar lo que está pasando”. Teodoro aceptó, no sin antes decir “bien bueno, porque más bien ustedes tienen que explicarme vainas a mí”. Un diálogo, no una imposición.
Hay que decir, claro está, que como director y jefe sí hacía valer su criterio. Es lógico. Y alguien tan áspero, más aún. “Yo quisiera hablar así pasito, pero no me sale”, soltó alguna vez en un raudo viaje con él al volante. Así iba dibujando confesiones, episodios de su vida política, de su anecdotario incansable, de sus aspiraciones nunca conseguidas, de sus memorias cotidianas.
Un “¿qué hubo?” solemne comenzaba todo saludo y conversación con Teodoro. Una risa furtiva, varias de sus despedidas. Este 31 de octubre se despidió, modestamente.
Teodoro se fue sin ver cumplidas dos aspiraciones: la superación del chavismo, como gobierno y como problema, y un campeonato para los Tiburones de La Guaira. El país se lo debe, y eso que yo le voy al Magallanes.