Inflación y escasez: la otra oleada del covid-19, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
El virus que nos llegó a principios de 2020, pero que en realidad comenzó en 2019 va dejando aún muchas consecuencias, demasiadas para pensar en una vuelta a la normalidad en breve tiempo. Hasta la fecha, al escribir este artículo, se han registrado, en el mundo, doscientos cincuenta millones de casos y en muertes se ha alcanzado la alarmante cifra de los seis millones, según el Instituto John Hopkings, aunque la revista especializada The Economist, habla de unos 16 millones setecientos mil. Números que continúan con tendencias al aumento, para todas las opciones o variables, así como para las dosis de vacunas que rondan los seis mil millones y un poco más.
Desde el 2020, los países decidieron adoptar medidas, unos más que otros, donde se incluyeron la suspensión de las actividades educativas, las concentraciones públicas y la que mayor repercusión tendría para el mundo, la reducción de turnos de jornadas de trabajo, incluyendo la no presencia de los trabajadores en las industrias, empresas, oficinas, etc. Es decir, todo lo que representa contacto entre los seres humanos, debía ser evitado o suspendido para los casos extremos.
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Desde el momento en el que, el sistema productivo comenzó a modificar sus esquemas de trabajo por los efectos de la pandemia, algunos analistas abordaban las opciones disponibles para mantener en pie las economías, ya que al bajar los índices de productividad pues, por cuestión de simple matemática, comenzarían a verse afectadas tanto ellas como los clientes. De hecho, en las primeras de cambio, las industrias, grandes, medianas y pequeñas, optaron por planes de ajustes, entre los cuales se contaba: el trabajo a distancia, plan mixto casa y lugar de trabajo por días y el más drásticos de todos: el despido.
La última de las opciones, generó una enorme preocupación en aquellas economías poderosas, como la de los Estados Unidos, por lo que los gobiernos optaron por aplicar algunas ayudas puntuales, que luego fueron convirtiéndose en auxilios mucho más generales.
Así, por ejemplo, un grueso número de trabajadores, que fueron cesados de sus respectivos trabajos, podrían contar con algún dinero que les ayudara a llevar la difícil posición de estar sin empleo, lo que traería un inusual e inesperado crecimiento de la deuda pública.
El covid-19, no cedía terreno y hacía que las empresas procesadoras de bienes de consumo comenzaran a sufrir el lógico descenso de sus inventarios, sin la posibilidad de restituirlos a la mayor brevedad puesto que tenían una mano de obra ausente o a medias. Mientras esto ocurría, algunos extrabajadores, buscaban como continuar obteniendo ingresos para sus presupuestos familiares, los cuales, aunque recibían un auxilio, no era suficiente para sostener a sus grupos familiares. Así se fue acelerando el ciclo del empleo indirecto o independiente, como la entrega de alimentos preparados a domicilio, el transporte de personas tipo Uber y el teletrabajo a través de aplicaciones telefónicas que brindan esa oportunidad.
Las opciones de trabajo libre estuvieron creando una burbuja en la cual se comenzaba a refugiar gran cantidad de mano de obra mal pagada. Se puede decir que, en esos momentos, comenzaba la etapa de recuperar la libertad de trabajar bajo los esquemas que permitieran medir la dignidad de la persona como ser humano y ya no bajo la tabla de su valor por ese. Todo esto indica que ya no tendríamos una mano de obra muy disponible para el momento que se requiera comenzar a producir o distribuir de manera acelerada.
Toda la mezcla antes vista, era a su vez, señal de un colapso en los sistemas de procesamiento y distribución. Sin embargo, la existencia de productos almacenados estaba evitando la drástica escases, que amenaza aparecer para los últimos meses del año. Por supuesto, al principio de la pandemia, pudimos notar como ciertos productos desaparecían de los anaqueles, concretamente el papel higiénico y el agua embotellada, candidatos a una nueva ausencia, pero esa vez por los efectos de rumores que corrían sobre la existencia de estos bienes, puede que hasta por alguna campaña.
Las grandes industrias y sus empresas de distribución están entrando en una baja productividad al escasear tanto la mano de obra como los suministros que se requieren para producir. Incluso, en algunos países se ha llegado a una situación de renuncias a los puestos de trabajo, lo que complica mucho más el panorama para la recuperación y el abastecimiento necesario.
El panorama apunta para más complicado, puesto que al no tener a la mano los bienes disponibles para atender la demanda, sobre todo para las fiestas de diciembre y finales de año, se producirá una respetable escases y con ella, los precios comenzarán a remontar una muy probable subida con cambios al día, todos al alza por supuesto.
Esa mezcla sumada al endeudamiento público en algunos países empuja los índices de inflación hacia arriba, asestando un golpe como si se tratara de una nueva oleada del virus que ha llegado para mantenerse no se sabe por cuánto tiempo.
A manera de conclusión más de un lector, está pensando que ya la escases está presente en algunos países y una cuota más de ella no importaría mucho, como el caso de Venezuela, por ejemplo, solo que eso no significa que los efectos de esta onda expansiva mundial que se avecina no se notaria, lo que supone un gran error. Sin embargo, al estar en manos de un régimen que, en la mayoría de los casos, no tienen un rumbo económico definido, esa ola sería muy alta y elevada para poderla evitar.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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