¿Integración ideológica?, por Félix Arellano
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Los aires de radicalismo ideológico que desde hace algún tiempo se posicionan en nuestra región están dejando efectos negativos en múltiples ámbitos, entre ellos en la dinámica internacional y la integración económica, exacerbando tanto la polarización, como la paralización de los proyectos de integración regional, que están evidenciando un panorama desolador, varios de ellos estancados y sin mayores perspectivas.
El factor ideológico desde la postura radical, mal llamada progresista, pues resulta un error vincular el progreso con el autoritarismo que está caracterizando la mayoría de tales gobiernos, ha avanzado con fuerza, desde la conformación de la original Alianza Bolivariana para América (ALBA), iniciativa de los gobiernos de Cuba y Venezuela impulsada en el 2004, luego definida como Alianza Bolivariana para nuestros pueblos de América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP). Como se puede apreciar, el uso de las palabras en la definición del proyecto va dando señales sobre la manipulación de los conceptos y el papel de lo ideológico.
En ese contexto, y en el marco de la llamada «galaxia rosa», que pendularmente ha caracterizado a varios gobiernos en la región, se han conformado otras iniciativas, marcadas por el factor ideológico, es el caso de: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) conformada en el 2008, originalmente incluyendo 11 países de la región, pero en la actualidad solo se mantienen 6 de ellos.
En esa línea también se inscribe la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), establecida en el 2011 e integrada por 33 países miembros. Organización que duplica y no complementa al Sistema Económico Latinoamericano (SELA), establecido en 1975, e integrado por 25 países de la región, que también forman parte de la Celac.
Desde la visión conservadora, también marcada ideológicamente, nos encontramos con: la Alianza del Pacifico, conformada por la vinculación política de los gobiernos de Chile, Perú, Colombia y México en el año 2012. Posteriormente, los gobiernos de Chile y Colombia promueven el Foro para el Progreso y la Integración de América del Sur (Prosur) en el 2019. Tales Iniciativas aspiraban profundizar los aspectos económicos, comerciales y de inversión, pero están paralizadas por los cambios políticos en cada uno de los países miembros fundadores.
Las dos visiones evidencian la polarización que generan las ideologías, pero también la paralización y, como se puede apreciar en la realidad, los proyectos originales de la integración económica en la región, la Asociación Latinoamericana de Integración (Aladi) constituida con el Tratado de Montevideo de 1980, la Comunidad Andina, inicialmente denominada Grupo Andino, conformado por el Acuerdo de Cartagena de 1969 y el Mercosur con el Tratado de Asunción de 1991, han sido marginadas y enfrentan un proceso de estancamiento.
No podemos desconocer que la visión radical ha generado consecuencias más delicadas, pues su discurso manipulador ha satanizado el libre comercio, creando una matriz de opinión adversa, pero no han realizado ningún esfuerzo para enfrentar las debilidades del libre comercio, que exigiría fortalecer los mecanismos de equidad y, lo que es peor, han recurrido al libre comercio, pues saben de los beneficios que puede generar en términos de bienestar social, pero lo han manipulado con la definición del «comercio de los pueblos».
Tal «comercio de los pueblos» representa una manipulación mediática, propia de los autoritarismos, que se presentan como los paladines sociales en el discurso, pero en la realidad están promoviendo pobreza con el ánimo de lograr un mayor control social. En realidad, el «comercio de los pueblos» se concreta en la eliminación de los aranceles en el comercio reciproco; es decir, consiste en la conformación de una zona de libre comercio, pero impuesta por el poder, sin consulta ni participación.
Adicional a la discrecionalidad y arbitrariedad que ha caracterizado la construcción del llamado «comercio de los pueblos», debemos destacar que también carece de las normativas conexas al libre comercio y de los mecanismos de equidad que se requieren para enfrentar sus potenciales distorsiones; de allí que en la práctica se convierte en una manifestación de un «capitalismo salvaje», situación que no ocurre en los proyectos originales de integración en la región, que si bien pueden resultar limitados, contemplan las normativas fundamentales.
El radicalismo «progresista» presenta el «comercio de los pueblos», como una bandera en defensa de los más débiles; empero, en realidad está generando lo que en el discurso han cuestionado, un sistema sin controles, ni limites, ni condiciones de equidad, el mejor ejemplo de lo que ellos han definido como «capitalismo salvaje».
El falso discurso satanizador del libre comercio se presenta muy claramente en la narrativa del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) de México, que durante su larga lucha por lograr la presidencia, cuestionó duramente el acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, utilizando la metáfora de «la ballena (Estados Unidos) que se come la sardina (México)», muy potente y simplificadora para manipular la población votante; empero, al llegar a la presidencia y observar las bondades del acuerdo para México, le correspondió la tarea de defenderlo ante los ataques irracionales de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos.
AMLO manipuló por varios años el tema del libre comercio, presentándolo como epicentro de los problemas sociales de México, pero no ha reconocido que exageró, ni resaltado las bondades que el libre comercio puede generar, entre otros, en la creación de empleos, atracción de inversiones y fomento del bienestar social.
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Ahora bien, tampoco la visión conservadora con su carga ideológica ha realizado los esfuerzos necesarios para enfrentar las consecuencias sociales negativas que pueden generar los procesos de apertura comercial, donde los más vulnerables enfrentan serias consecuencias. Desde esta perspectiva se privilegia la competitividad y productividad, que son relevantes, pero se menosprecia la sensibilidad social, fundamental para evitar las explosiones sociales.
Félix Arellano es internacionalista y Doctor en Ciencias Políticas-UCV.
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