Isaías contra Isaías, por Teodoro Petkoff
El esclarecimiento del asesinato de Danilo Anderson es asunto del más alto interés nacional. A todo el mundo conviene que se sepa la verdad. Toca a la Fiscalía conducir las investigaciones, para ubicar y acusar a los autores del crimen. A pesar de que la condena de este fue unánime, cada día es mayor el escepticismo acerca de la idoneidad de la Fiscalía para cumplir con su rol investigativo y acusador. De hecho, la credibilidad del organismo y la del propio Isaías Rodríguez ruedan por el piso. Y si hay un responsable de eso es el mismísimo “poeta” fiscal.
Isaías Rodríguez ha expresado, por escrito y públicamente, que en la Fiscalía “hay roscas que frenan, retardan, demoran, obstaculizan, detienen, paralizan, bloquean y hacen lentas las labores de funcionamiento de la institución”. Por si fuera poco, denunció el “poeta” en la Fiscalía “la falta de preparación y carencia de conocimientos técnicos suficientes para tomar las decisiones en el tiempo exacto y con la prudencia y justicia necesarias” . Señaló que “la desorganización desnivela toda vía adecuada para resolver los asuntos” . En otro memorando el “poeta” dijo que en la Fiscalía actúan “roscas” , que posteriormente denominó “tuercas de barco, de esas que no se aflojan” ; “grupos constituidos por grupos familiares (sic, “poeta” ), además hay grupos de amigos (…) que actúan con espíritu de cuerpo” y que “no se acompañan entre sí para hacer un trabajo común”. Dijo Isaías que había “un alto nivel de reposeros” e “incumplimiento del horario de trabajo” , así como una “atención infame” al público.
¿Puede un organismo descrito en estos términos por su jefe merecer la confianza pública? Es dudoso. Pero, el caso Anderson reveló la existencia de otra “tuerca de barco”, la de los chantajistas y extorsionadores. El propio Isaías recibió la denuncia de un importante banquero, Arístides Maza Tirado, de que funcionarios de la Fiscalía le querían extorsionar. No puede decir Isaías que no sabía de esta mafia de chantajistas puesto que Maza tiene que haberle revelado los nombres de los extorsionadores.
Pero, además, Jesse Chacón dijo claramente que “la investigación ha revelado que existían dos grupos de abogados. Uno que servía de enlace entre las personas con dinero y otro que estaba vinculado con el fiscal Anderson, el cual supuestamente pedía dinero a los adinerados a cambio de que no fueran perseguidos” . ¿Puede ser confiable una institución de la cual el mismísimo ministro del Interior revela la existencia de una mafia de chantajistas “vinculada con el fiscal Anderson” ? No se ha sabido que esa mafia haya sido erradicada y dada la influencia interna que se atribuye a sus integrantes –todos hombres y mujeres de cuya confianza se jacta Isaías–, ¿sería descabellado suponer que tal mafia pueda querer desviar las investigaciones hacia otro lado? Las inefables doce evidencias de Isaías se reducen, en verdad, a dos: un cruce de llamadas entre Romaní y el abatido Juan Carlos Sánchez, sin que se sepa de qué hablaron, y la declaración de un solo testigo, que según la inspirada lira del “poeta” Isaías “vio, oyó, olfateó, tocó y tuvo un mal gusto” , pero aparte del hecho de que un solo testimonio no hace prueba, el relato del supuesto psiquiatra colombiano (que no está registrado en la Asociación de Psiquiatría de su país y cuya versatilidad le permitiría, sin embargo, montar quirófanos en la selva, para los paracos) está lleno de inconsistencias tales como, por mencionar sólo una, la de que dos militares que asisten a una conspiración de esa envergadura lo hacen uniformados y con los nombres en la pechera. Es apenas un detalle, pero hay muchos más, que seguramente harían el deleite de Laureano Márquez. De modo, Isaías, que ve preparando una de vaqueros porque esto luce, hasta ahora, como una chambonada.