Jalo, luego asciendo Editorial escrito por Teodor Petkoff
Diego Alberto Molero Bellavia, vicealmirante y ahora comandante de la Armada Nacional por designación de Chacumbele, se mandó un discurso el viernes pasado en el cual, en violación absoluta, crasa e impúdica de toda la normativa constitucional y legal sobre la Fuerza Armada Nacional, incursionó abiertamente en los predios de la política partidista (cosa, como es sabida, que les está estrictamente prohibida a los militares activos) con afirmaciones de este tenor:
“Uno llega a estos puestos para servirle a la Revolución”, “sin revolución, sin socialismo no hay libertad, el capitalismo es esclavitud, el socialismo es libertad”, concluyendo que “más nunca volverá el capitalismo a Venezuela”. Repetía, desde luego, frases manidas, masticadas, deglutidas y expulsadas por su comandante en jefe para que sus seguidores y adulantes puedan repetirlas sin hacer
mayor esfuerzo intelectual. Más adelante, con el típico aire de perdonavidas que se sabe apoyado (porque guapo no se sabe si es) instó a quien “en esta fila no piense o sienta en su más profundo de su ser esta vocación de servicio, le invito a buscar otro camino que no sea esta Fuerza Armada revolucionaria, totalmente socialista y decididamente antiimperialista”.
Como el discurso habría quedado incompleto sin la jaladita de rigor, Moreno soltó esta perlita: “Mi comandante en jefe, necesitamos de su liderazgo y de sus desinteresadas gestiones para consolidar el socialismo y hacer de nuestra revolución el sistema de vida de los que amamos la libertad”. Estas citas son suficiente; pero todo el discurso es la misma farragosa insistencia en los lugares comunes que hace años adornan la retórica del oficialismo, en particular la de aquellos militares que se desmoñan por dar pruebas computables de su fidelidad al Gran Caporal.
Ahora bien, ¿quién es Moreno Bellavia? ¿Es un oficial reconocido por un intelecto superior? ¿Tiene una brillante carrera detrás de sí? A juzgar por su currículo no pareciera. Se graduó en 1982, como parte de la promoción CA José Ramón Yépez, ocupando el puesto 53 entre 56 cadetes, lo cual no habla precisamente de un coeficiente intelectual de tronío. Es obvio que sólo pudo haber llegado a donde ha llegado porque Chacumbele lo palanqueó. De no haber sido por esta circunstancia seguramente ni para grumete habría servido.
Esto ha sido muy propio del mecanismo utilizado por Chacumbele para conformar el cuadro de su oficialidad superior. No en todos los casos, pero en no pocos se esmera en escoger a los últimos de sus promociones para asignarles las más altas responsabilidades. Se asegura así una fidelidad derivada del agradecimiento de una gente que de no haber sido por este truco estaba condenada ya sea a tempranos retiros o a una dificultosa carrera, llena de retardos y de ascensos estrictamente burocráticos y administrativos, sin ningún mérito especial para ganarse el grado superior.
Con estas credenciales no es difícil imaginar porqué Moreno Bellavia dijo lo que dijo, seguramente ante un auditorio donde predominaban entre los oficiales que lo escuchaban la pena ajena y la vergüenza, obligados a calarse esa reláfica adulante, inconstitucional e ilegal. Más de uno debe haber recordado los artículos 328 y 330 de la Constitución Nacional, que prohíben exactamente lo que el nuevo comandante de la Armada estaba haciendo.
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