Justicia para Linda, por Teodoro Petkoff
El vía crucis vivido por la joven Linda Loaiza, para lograr que sea juzgado el tipo que estuvo a punto de matarla hace tres años, podría configurar el capítulo que no escribió Jorge Luis Borges en su «Historia Universal de la Infamia». Si algo demuestra que la administración de justicia en Venezuela sigue tan podrida como siempre y que sólo la logra quien paga o tiene influencia políticosocial es el caso de esta infortunada joven.
Su calvario ha sido realmente infernal. Maltratada casi hasta la muerte, drogada a la fuerza, mutilados sus labios, deformada una de sus orejas, destruida su vagina e infectada con el virus de papiloma humano por el mismo sujeto que la secuestró y torturó durante meses, ha sufrido once operaciones quirúrgicas para remediar los males físicos causados por Luis Carrera Almoina, señalado como autor de esa feroz carnicería. Los del alma son incurables; para justificar al criminal, alguno de sus familiares adujo el innoble argumento de que Linda Loaiza es una prostituta o sea, nadie, nada, una basura, con lo cual implicaba que seguramente merecía lo que Carrera habría hecho con ella.
Pero después que fue rescatada y salvada comenzó para Linda la insólita cadena de ruleteo judicial que ha hecho pasar el caso por 29 tribunales y 59 jueces. El juicio ha sido diferido precisamente en 29 oportunidades. No ha habido manera de juzgar –y mucho menos de condenar– a su brutal verdugo. Continuas recusaciones de los jueces y sospechosas inhibiciones han ido desgranando un largo rosario de denegación de justicia que, para muchos, tendría no poco que ver con influencias económicas e incluso políticas. Ante la perspectiva de que su agresor pudiera ser puesto en libertad precisamente porque tras tres años no ha habido juicio y, tal como pauta el COPP, nadie puede estar detenido sin decisión judicial de por medio, la joven Linda Loaiza ha apelado al recurso de la huelga de hambre para llamar la atención sobre el caso y para exigir que Carrera Almoina sea juzgado y, eventualmente condenado a pagar la pena que, demostrada su culpabilidad, sus crueles actos merecen. El juicio regresa ahora ante la última jueza que se inhibió, ya que una corte de apelaciones declaró sin lugar esa inhibición. Ha sido fijada la fecha para el comienzo del juicio, pero entre tanto Linda Loaiza, escarmentada, ha decidido mantener su ayuno hasta tanto comience efectivamente el proceso tribunalicio. Por sí acaso.
Todo esto nos remite nuevamente al tema de la administración de justicia en nuestro país. Muy buena la parte de derechos ciudadanos en la Constitución, muy moderno el COPP, pero la justicia real sigue siendo la misma:
lenta, costosa, negada en la práctica a los pobres. Y Linda Loaiza lo es, por cierto. Los jueces, en una proporción muy alta, continúan siendo “provisorios” y deben el cargo, ahora como antes, a su fidelidad política con el gobierno. ¿Cuántas “huelgas de sangre” no se han producido en las cárceles por parte de reclusos que simplemente demandan el elemental derecho a ser juzgados? En esta, como en tantas otras cosas, esta pretendida revolución no es sino palabrería hueca. Y no será precisamente la presencia de sujetos como carrasquero y/o luis velásquez alvaray en el TSJ la que anuncie tiempos mejores.