Kandanga *, por Teodoro Petkoff
Al gobierno se le vino el mundo encima. Luce acorralado por los problemas y totalmente carente de iniciativa. Por un lado, tres grandes conflictos sindicales simultáneos; por el otro, la súbita erupción del volcán de la corrupción en un área tan sensible como la militar y la de los programas sociales. Desbordado por los acontecimientos, el gobierno, al menos hasta ahora, no tiene otra respuesta que la que tantas veces escuchamos en políticos que por ese camino cavaron la fosa donde finalmente los sepultó la historia. Por una parte, «sacar» la Guardia Nacional, al tiempo que se descalifica la protesta social con la patraña de la «desestabilización», mientras por el otro, también a la usanza tradicional, se meten las manos en la candela, se minimiza la importancia de las denuncias, no se asumen responsabilidades.
Este es el momento en que el país quisiera ver al Hugo Chávez que creyó haber elegido. A un hombre que, como se dice coloquialmente, «arme un peo» por lo del Plan Billuyo y el FUS, llame a los responsables de esos programas a Miraflores, pida cuentas, anuncie ante el país su disposición de ponerse al frente de la investigación, suspenda en sus cargos a los sospechosos y haga evidente, en fin, que lo del discurso moralizador no era promesa electoral ni trampa cazabobos. Es aquí donde los venezolanos quisieran ver la «candanga con burundanga». Vacilar frente a este turbio asunto, escurrir el bulto, «garantizar» honestidades, no es sino deslegitimar el capital político y perder así consistencia en la acción frente a la conflictividad social. Por ese camino fue que se perdió CAP II. No se puede ser blando, «comprensivo», frente a un escándalo como el del Plan Billuyo y el FUS, y simultáneamente mantener una postura dura y cerrada frente a la protesta social. Esa es una política sin credibilidad, condenada al fracaso.
Este es el momento también de una gran iniciativa política. No se trata sólo de un cambio en el lenguaje y el estilo de comunicarse con el país, aunque esto no sea desestimable. Pero es algo más hondo. La actual polarización política que el gobierno ha impulsado se vuelve contra él. Esta situación, de bloques extremos que se repelen mutuamente, transforma cada conflicto en parte de una confrontación global, en un choque de trenes, en una batalla ante la cual el país tiene de pronto la percepción de que se juega la suerte del gobierno. Eso es absurdo. El gobierno tendría que tratar de despolarizar el país. Esto significa colocarse en el centro político y no en un extremo que, para peor, es sólo verborreico, palabrero, que ladra sin morder pero que asusta, genera temores e incertidumbre, afecta la economía y, en definitiva, profundiza la polarización. Estos son momentos, pues, de buscar un acuerdo nacional y no de acentuar los desacuerdos. Lo que está en juego, en definitiva, es la gobernabilidad. La cual no es sólo cuestión de popularidad
* Con burundanga