KO, por Teodoro Petkoff
La pelea estelar de la revolución bolivariana ha sido truncada por uno de los pugilistas: el propio Luis Alfonso Dávila. En efecto, lo que se esperaba como el combate del siglo, más emocionante que aquella legendaria pelea entre Joe Frazier y Mohamed Alí, terminó sólo como escaramuza de barrio porque Dávila, colgado de las cuerdas, con la guardia baja, tiró la toalla y se fue directamente al camerino.
El canciller calla y otorga. Se tragó el protector. Mareado y con un diente flojo, defendió sin muchas ganas la «transparencia» de la licitación que él dirigió y que ganó Hyundai.
Miquilena jabeó desde las sombras, mientras sus seconds de la Asamblea le daban hasta con el tobo a su adversario y finalmente le metió tremendo upper al canciller, aprovechando que este andaba de viaje alrededor del mundo. Miquilena echó para atrás el proceso, con lo cual ya no quedan dudas: Dávila no sólo estaba dopado sino que había metido una manopla dentro del guante. Miquilena, pese a su condición octogenaria, se movió como un peso pluma y pegó como un pesado. Está en plena forma. En dos semanas noqueó a dos adversarios; primero Pablo Medina y ahora Dávila. Este ni siquiera ha pedido revancha. Se limitó a echarse árnica en los hematomas.
El réferi de la contienda, Hugo Chávez, quien al comienzo se hizo el loco ante los golpes bajos de Dávila, ahora, con este en la lona, ni siquiera se ha molestado en hacer el conteo. Parece que se bajó del ring apenas cayó el coronel y se fue a comprar dólares. Una pregunta impertinente ronda por el ring side: ¿quién asegura que Miqui coronará con una licitación limpia? ¿No habrá otro guiso en camino? ¿De cuánto será la bolsa? Los cronistas, siempre malhablados, aseguran que Miqui tiene unos seconds más peligrosos y más vivos que los de Dávila.