La barbarie versus la civilización, la fábula del rinoceronte, por Marta de la Vega
Twitter: @martadelavegav
Dedicado a Fernando Gerbasi.
In memoriam.
En 1959 Eugenio Ionesco, rumano de nacimiento y francés por naturalización, escribe “Rinoceronte”, obra de teatro que retrata, en la tradición kafkiana del absurdo, como metáfora del totalitarismo, el ascenso nazi, la alienación colectiva, la fascinación paralizante que provoca en la conciencia social un líder seductor, demagógico y manipulador, que subyuga y hace sucumbir a los ciudadanos, salvo a uno de ellos, Bérenger, en la ilusión de que son rinocerontes, cuya imagen reflejada en el espejo celebran como canon supremo de belleza. Fue estrenada en Düsseldorf el 6 de noviembre de 1959, en alemán, dirigida por Karl Heinz Stroux.
El 22 de enero de 1960 es estrenada en París, en francés, dirigida por Jean-Louis Barrault, y en abril del mismo año, en inglés, en Londres, bajo la dirección de Orson Welles. En 1961 es estrenada en Madrid bajo la dirección de José Luis Alfonso, quien comentaba en la revista Primer acto a propósito del montaje en español, que el texto “conectaba con una epidemia que se extiende alarmantemente por todos los países”, que no es sino el “embrutecimiento y animalización del hombre”, disuelto en la “masa informe”, cual “manada social e ideológica”.
De ahí la importancia y vigencia de la angustiada exclamación final del personaje que no sufre esa metamorfosis: “¡No capitularé!” Porque resiste, a pesar de su desesperación, ante la manada amenazante de rinocerontes que lo rodea.
Es una alegoría de la barbarie que, por analogía, podemos identificar en la Venezuela de hoy, cuyos cimientos puso Hugo Chávez con su proyecto militarista de vocación hegemónica para destruir el Estado de bienestar (Welfare State) en su modalidad latinoamericana, que trajo desarrollo social y expansión económica después del derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez. Mediante el “Pacto de Punto Fijo”, a pesar de los intentos fallidos de inspiración castrista-leninista de hundir la naciente democracia venezolana, los gobiernos sucesivos de la república civil, con respeto de la alternancia, impulsaron un proyecto caracterizado como populismo de “conciliación de élites”, el cual, pese a sus límites y contradicciones, profundizó la modernización, industrialización y diversificación de la economía además del petróleo, buscó la integración social de los distintos sectores y se mantuvo democrático, liberal, representativo, con vocación civilista e igualitaria.
La Constitución y el Estado de derecho han sido destruidos con la acción, impune hasta ahora, de una camarilla criminal mafiosa de militares y civiles que controlan las instituciones públicas y pretenden reducir o someter a la fuerza, mediante coacción económica, soborno, chantaje o miedo, a la población, perseguida, apresada o torturada si persiste en su lucha contra la tiranía usurpadora. En su pretensión de gobernar vitaliciamente, han usado varios mecanismos.
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Imponer un Estado comunal, usurpar el gobierno con elecciones presidenciales extemporáneas y fraudulentas en mayo de 2018, instalar una asamblea constituyente supraconstitucional en 2017 y forjar elecciones parlamentarias ilegítimas en 2020 para controlar también el poder legislativo y no solo el poder judicial. El jefe del régimen chavista, en realidad mandatario al servicio de intereses geopolíticos de fuerzas extranjeras no democráticas y ajenas a la mejor tradición de Occidente, ha terminado de diluir las estructuras del Estado y la justicia, en su afán de aferrarse a cualquier precio al poder.
La más visible consecuencia ha sido el éxodo de un alto porcentaje de la población venezolana, por hambre e impotencia, o expulsada a un exilio forzado para proteger su vida y dignidad y las de su familia, como le ocurrió al embajador Fernando Gerbasi, quien acaba de morir en Madrid.
Admirado amigo, ser humano ejemplar, sobresaliente diplomático, profesor universitario y fino caballero, hijo del gran poeta Vicente Gerbasi, su familia huyó del horror del fascismo sin jamás imaginar que en esta tierra de gracia iba a reproducirse tal fenómeno de dominación en versión tropical, aunque igualmente siniestro.
La visita del fiscal Karim Khan de la Corte Penal Internacional significa un atisbo de esperanza y abre camino hacia la civilización: no venganza sino justicia y verdad, de acuerdo con el Estatuto de Roma. Khan anunció en el palacio de Miraflores, ante Maduro y sus acólitos, la decisión de cerrar la fase preliminar y de iniciar una investigación, porque lo documentado hasta ahora permite concluir que se han cometido crímenes de lesa humanidad en Venezuela.
Son responsables, en la línea de mando, altos funcionarios, ejecutores materiales militares y civiles y, por omisión, quienes no actuaron para impedirlos. Oiremos a “Atila” decir que es “víctima” de una conspiración imperial. O al inefable “fiscal”, que no se cumplen los requisitos para una investigación en la CPI. Aunque siempre mienten, se ven forzados a impulsar la reinstitucionalización del poder judicial que se negaron a discutir en las negociaciones en México, por la “complementariedad positiva” que les conviene para no terminar como Milosevic.
Marta De La Vega es Investigadora en las áreas de filosofía política, estética, historia. Profesora en UCAB y USB.
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