La cacería, por Teodoro Petkoff
La sórdida página web de Luis Tascón pasará a la historia como uno de los símbolos más aberrantes de un estilo político caracterizado por el sectarismo más obtuso e inhumano que haya conocido este país en su historia contemporánea.
Sobre el sectarismo que marcó su gestión, el oficialismo va a tener que rumiar unas cuantas cavilaciones a la hora de examinar cómo y por qué fue democráticamente desalojado del poder. Los actuales ocupantes del gobierno han venido creando un estado de apartheid que discrimina a los venezolanos en función de su opinión política y hasta de su filiación familiar. Desde magistrados del TSJ hasta humildes porteros de ministerios han sido expulsados de sus cargos simplemente por haber firmado alguna solicitud de RR presidencial o por haber dejado ver sus opiniones políticas; muchos otros funcionarios públicos de todos los niveles han sido humillados al verse obligados a dejar de ejercer sus derechos políticos so pena de perder el trabajo; a compañías petroleras extranjeras que operan en el país se les ha prohibido emplear a trabajadores despedidos de Pdvsa; los ascensos militares están mediatizados por la basura de Tascón: si familiares de los oficiales están en su lista nazifascista el ascenso entra al congelador; médicos militares han sido echados de su puesto por el mero delito de ser hijos de antiguos generales no vinculados al “proceso”; las pocas viviendas que se construyen son otorgadas con base en la fidelidad a Chávez; en fin, los ejemplos que configuran este tiempo del desprecio son interminables y afectan a mucha más gente que sólo a la directamente vinculada a la administración pública.
Todo esto tiene su origen en un discurso desde el poder que estigmatiza al disidente como “enemigo”, que lo excluye de la nación; quienes se consideran a sí mismos como la encarnación de la Justicia, de la Verdad y hasta de la Historia, ven en quienes se oponen a ellos no a gente que tiene el derecho democrático a disentir sino nada menos que a enemigos de la Verdad, de la Justicia y de la Historia; es decir, de la Revolución y por ende son “contrarrevolucionarios” por definición. Negarles sus derechos, “fusilarlos” verbalmente, forma parte de toda una concepción intolerante y maniquea del mundo y de la política, que hace del sectarismo más brutal un arma en la lucha supuestamente dirigida a defender la “revolución”.
Lo tragicómico de todo esto es que aquí este sectarismo ni siquiera tiene la excusa, falaz pero excusa al fin, de un verdadero cambio social, sino que opera como escudo del poder personal de Hugo Chávez y de los privilegios de una cohorte de aprovechadores y oportunistas que más que los intereses del pueblo lo que la desvela son los intereses bancarios.
Cuando les llegue la hora de la revisión van a descubrir que tanta humillación infligida, tanta injusticia cometida, tanto temor provocado, tanta ofensa gratuita ocuparon lugar prominente entre los factores que llevaron a la derrota.