La caña como antídoto en cuarentena, por Miro Popić
La venta de bebidas alcohólicas se incrementó un 54% en estos días de cuarentena. No porque de repente nos volvimos alcohólicos todos, no, simplemente se trató de un mero acto de subsistencia ante la posible suspensión de ventas en la mayoría de los países. Lo curioso es que mientras en algunos la prohibición fue estricta y total, en otros el consumo fue promovido por las autoridades.
Cuando al ministro del interior de Canadá le preguntaron que por qué no cerraba las ventas de alcohol en cuarentena, dijo que una copa de vino es necesaria para la normalidad. Ante el confinamiento obligatorio, el vino actúa como consuelo. Por eso no se entiende el cierre de licorerías cuando en ciertos países se vende vino hasta en las farmacias.
Impedir su venta es incluso una manera de dejar de percibir impuestos cuando más lo necesitan. Además, fomenta la exclusión social ya que los que más tienen más acaparan y los que no tienen, quedan excluidos y recurren a sustitutos clandestinos de dudosa sanidad, más bien peligrosos.
Según David O’Gorman, “los bebedores moderados de vino disfrutan de una mejor salud psicológica en general”. Está demostrado que el consumo moderado de vino retarda el deterioro de las capacidades intelectuales asociadas con la edad. Los que acostumbran a beber regularmente la dosis adecuada, presentan menores niveles de estrés, de ansiedad y de depresión. Los especialistas dicen que es bueno para combatir la tristeza –algo que los poetas intuyeron mucho antes –, para aumentar la confianza y hacer la vida más llevadera.
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El humano ha bebido alcohol durante milenios y seguramente lo seguirá haciendo hasta el último de los días. Por alguna razón, alguien decidió llamar a esas bebidas con el nombre de espirituosas, evocando la palabra latina spiritus, que designa ese misterioso vaho que exhalan sus componentes y que transforma a todos los que lo ingieren.
A pesar de las prohibiciones y controles, de tanta advertencia real o interesada, de todo el puritanismo y la hipocresía que manejan el comportamiento de las sociedades, la caña, para decirlo en lenguaje nuestro, sigue allí. No necesita subterfugios para ser disfrutada. No es culpa del estrés ni del despecho ni del olvido ni de las tensiones que nos afectan, todos necesitamos una retribución gratificante para llevar la vida, un cariñito, y si viene en vaso grande con bastante hielo, mejor.
Entre las razones que se esgrimen para beber un trago está el hecho de que a muchos los ayuda a comportarse socialmente, superando inhibiciones. Otros piensan que les sirve para ahogar las penas, cualquiera sea el origen de ellas. Muy pocos aceptan que lo hacen por hedonismo o, simplemente, porque quieren emborracharse.
El hecho es que no importa las motivaciones, el beber implica cambios en el comportamiento que lleva a demostrar una personalidad diferente en quienes lo hacen.
Muchos lo consideran un remedio sicológico dinámico. El cambio no es solo para sentirse bien con uno mismo o darle un carácter festivo a un momento especial, sino también para adquirir un estatus social diferente donde el tipo de bebida o la marca servida proporciona un rango superior o lo mantiene. Kingsley Amis dice que la raza humana no ha descubierto otro sistema mejor que la bebida para eliminar barreras, romper el hielo y relacionarte con los demás.
El consumo de alcohol ha tenido siempre un carácter social que ha contribuido a la formación de grupos cohesionados e integrados, nacidos de la cooperación y el entendimiento, algo que puede parecer extraño ante los numerosos desencuentros que se producen cuando el exceso se impone a la prudencia. Todos, detractores y defensores, reconocen el comportamiento social del alcohol. Es más, a él se le atribuye incluso el surgimiento de normas de comportamiento para regular la actividad de libar.
El escritor cubano Alejo Carpentier, quien vivió exiliado en Venezuela entre 1945 y 1959, donde escribió tres de sus grandes novelas, entre ellas Los pasos perdidos, dice que “…un poco de alcohol de cuando en cuando, es cosa que el organismo agradece por atavismos, ya que el hombre, en todas las épocas y latitudes, se las arregló siempre para inventar bebidas que le procuraran alguna embriaguez”.
Robin Dumbar, profesor de la Universidad de Oxford, declaró en una entrevista que “el consumo de alcohol podría ser la clave de la supervivencia de la especie”. Y como consuelo indica que debemos buscar personas con las que hablar con una botella de vino de por medio. “No hay nada como una noche de convivencia alrededor de una copa para llenarse de salud, felicidad y bienestar”.
Estamos a tiempo entonces. No tendremos gasolina, pero tenemos vino.