La década de hojalata, por Teodoro Petkoff
Este 2 de febrero comenzó el último año de la que Chacumbele denominó «la década de plata». Si nos atenemos a los hechos, nuestro Premio Nóbel de Química transforma la bola de plata que le entra al país y al gobierno en hojalata. La «década de hojalata» inicia su año final dejando atrás una inflación de 22,5% en los doce meses anteriores y con una paradójica abundancia de escasez de alimentos. La protesta social estalla por todas partes. Cuando no son los bomberos de Caracas o los médicos del Hospital de Niños, son los vecinos de Anzoátegui o de Aragua quienes cierran las vías en son de descontento. Todos los días la gente más disímil coge la calle para hacer valer su molestia y su exigencia de atención. El crédito que buena parte de los venezolanos abrió al gobierno se agota velozmente. Una rabia sorda recorre el cuerpo social. El saqueo de Mercal en Sabaneta fue un aviso. La Sala Situacional de Miraflores diagnostica la posibilidad de saqueos como el peligro principal. Expectativas y esperanzas van cediendo el paso a la frustración y el desencanto. ¿Por quién doblan las campanas? El gobierno luce cansado y desgastado. No da pie con bola. Algunas de las carreteras, destruidas por huecos que nadie repara, parecen un paisaje lunar. El año pasado fue entregada sólo la tercera parte de las viviendas prometidas.
Hospitales y ambulatorios viven un coma permanente mientras Barrio Adentro colapsa poco a poco. El Estado no cumple con sus funciones, descosido y descuadernado como está. Tiene que caer un avión en Los Roques para que se sepa que las autoridades aeronáuticas no ejercen su cometido de control y vigilancia sobre las líneas aéreas. Una patota toma una universidad en Lara y el gobierno regional demora cinco meses para desalojarla. Una parte del gobierno caraqueño organiza invasiones a edificios y otra parte las reprime. Sobra autoritarismo pero no hay autoridad.
La corrupción alcanza niveles siderales y el oficialismo la combate expulsando de su seno a aquellos de los suyos que la denuncian y simplemente ignora a los muchos que desde fuera hacen lo mismo. Es el mundo al revés, no son sancionados los ladrones sino quienes piden la averiguación de sus fechorías.
Consecuencia: nunca ha sido tan impune el robo de los dineros públicos. Sólo en casos contados aparece enjuiciado algún pez gordo como Tobías Nóbrega –y debe ser porque no tiene padrinos que lo protejan.
Es la ruina. Antes se decía «proceso» como una definición orgullosa. Hoy, hasta la palabra está olvidada. El «proceso» está en escombros.