La dialéctica del bodegón, por Miro Popić
Nunca antes como ahora había sido tan fácil explicar aquel concepto explotado hasta el abuso en gastronomía, como el de dime lo que comes y te diré quién eres. Basta con preguntar cuál es la fuente de suministro alimentario para saber de qué lado estás. Veamos. ¿Dónde compra lo que come usted, querido lector? Opción uno: en el bodegón de la esquina. Opción dos: lo que viene en la caja CLAP. Si en sus orígenes la cocina nació de lo que proporcionaba la geografía, hoy en día, en nuestro caso, se origina en lo que conseguimos en el mercado y este mercado está signado principalmente por estás dos opciones que, cuando se escriba la historia de estos años que nos tocó vivir, servirán para explicar la estratificación social de la Venezuela bolivariana del siglo XXI.
El bodegón ha surgido como un modelo de negocio que trasgrede todas las reglas del comercio regular en un país normal. Todo lo que allí se vende es importado, pero nada muestra los permisos sanitarios y aduanales que rigen para el resto de los mortales. Ni siquiera el bolívar sirve como moneda de intercambio ante la caja registradora. No son más que la ampliación del puerta a puerta que comenzó a imponerse cuando el desabastecimiento se hizo inmanejable. Las opciones son múltiples y no hay antojo ni capricho que no pueda ser satisfecho en cualquiera de estos locales, que aparecieron planificadamente como respuesta política para dar la sensación de plenitud que el poder quiere mostrar al mundo. ¿Ven? Aquí hay de todo, no falta nada, somos un pueblo feliz.
También existe el bodegón virtual donde el comercio electrónico llega a la puerta de tu casa con ofertas inmejorables de lo más exquisito que produce el mundo.
Allí uno puede encontrar lo que quiera, siempre y cuando pueda pagarlo, obviamente. Esta semana vi, por ejemplo: salmón de Chile, de Noruega, de Nueva Zelanda. Carne de res de los Estados Unidos en todos sus cortes y tipos, de Australia, de Argentina y hasta de Japón, con su inmejorable wagyu. ¿Quesos? Ni hablar, ¡todos! Además de cosas rutinarias en este tipo de negocios, como caviar, foie-gras, mâgret de pato, cangrejo de Alaska, ostras, trufas, etc., es decir, todo lo usted desea poner en su mesa porque le gusta o ha leído que existe, puede tenerlo con solo darle click a su ordenador o teléfono inteligente.
En el otro extremo está la caja CLAP, con una oferta más limitada, claro está, pero comida al fin de cuentas. ¿Qué trajo la de este mes? Tres kilos de arroz, dos kilos de pastas, dos kilos de granos, un litro de aceite, una bolsa de suplemento lácteo y no mucho más por culpa de las sanciones. En esencia, predominio de carbohidratos, ausencia de proteína animal, algo de grasa para no contribuir con el colesterol malo, nada de lo que la pirámide alimentaria recomienda como sano e indispensable. Si esto continua así, vamos camino a convertirnos en una nación de obesos desnutridos. Lo triste es que esto también obedece a una razón política, fríamente diseñada y calculada para no pensar.
La dialéctica de las contradicciones ha llegado a su máxima expresión con la apertura de, adivinen, un BODEGON CLAP, como el que vi en los alrededores de plaza Venezuela. Así, todos somos iguales, y cada quien tiene su propio bodegón para que nadie hable de desigualdades en el socialismo del siglo XXI. ¿No luce todo tan planificado además de macabro?
Dime lo que comes y te diré quién eres. Unos comen del bodegón, otros del CLAP. El resto come lo que resta antes de que llegue el camión del aseo. Ironías del materialismo histórico.