La embajada donde solo entran las guacamayas, por Javier Conde

Cinco dirigentes y activistas políticos venezolanos cumplen un año refugiados en la residencia diplomática de la República Argentina en Caracas. Están sometidos a un asedio brutal y sin desmayo por el régimen de Nicolás Maduro, que los cerca, les corta la luz, les quita el agua, aún no las alas
X: @jconde64
En Caracas vive menos gente que hace 10 o 15 años. Las portentosas autopistas que la cruzan, a lo largo y ancho, interconectadas por los distribuidores viales El Pulpo, La Araña, El Ciempiés, vestigios de la modernidad y del auge económico temprano, están mucho menos atiborradas de autos. La ciudad, estirada entre la montaña del Ávila, que esconde del otro lado el Caribe, y los cerros al sur y oeste y sureste, con quintas de abolengo, casuchas desdichadas, centenares o miles de edificios y vías retorcidas que servían de escape al tránsito infernal, esa ciudad donde siempre parece primavera, respira mejor y alienta sin proponérselo el peregrinaje sin cesar de aves multicolores.
Habitantes de este valle son cautivados por ese ruidoso esplendor de las guacamayas a la hora del desayuno o al caer la tarde. Magalli Meda tiene cita con ellas cada día en la quinta Buenos Aires, donde aterrizan con sus alas extendidas y exhiben sus pechos amarillos, verdes o rojos, sus picos negros o blancos, hasta dos docenas se acercan en busca de su ración de semillas de girasol. «Me distraen de esta locura», admite Meda.
La quinta Buenos Aires es esa locura. Desde hace un año se localiza allí el epicentro de un conflicto político sin atisbo de solución, salvo que quienes forzosamente la habitan ondeen la bandera blanca de rendición incondicional.
Levantada a mitad del siglo pasado en la empinada avenida de Las Lomas de Las Mercedes, señorial urbanización caraqueña devenida zona cultural y de entretenimiento, también de negocios inmobiliarios de intrincadas ramificaciones, la casona de varios niveles, seis habitaciones, salones, piscina y espacios verdes, ocupa un área de 3.850 metros cuadrados donde se asienta la residencia diplomática de Argentina en la capital venezolana. Una mínima extensión gobernada por el presidente libertario y roquero Javier Milei en el territorio marcado del socialismo del siglo XXI.
Entre el 20 y el 21 de marzo del año pasado entraron en la sede diplomática seis dirigentes y activistas políticos venezolanos en busca de asilo. Cinco de ellos, figuras relevantes en el partido Vente Venezuela (VV) que lidera María Corina Machado, permanecen en la sede diplomática. El sexto, Fernando Martínez Mottola, quien era asesor de la Plataforma Unitaria Democrática opositora y se desempeñó, entre otros cargos, como ministro de Transporte y Comunicaciones y presidente de la Cantv, la compañía telefónica estatal, en el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (1989-1993), la dejó el 19 diciembre pasado. El gobierno le impuso medidas cautelares e intentó presentarlo como un colaboracionista. No hubo réplica alguna de Martínez Mottola, hombre íntegro según todos los muchos decires, quien se encerró en un inexpugnable silencio. El sábado 22 de febrero sufrió un accidente cerebrovascular y murió cuatro días después.
Los seis refugiados políticos llegaron a la residencia diplomática argentina con lo que llevaban puesto. Apenas horas antes el fiscal general Tarek William Saab, descendiente de una familia libanesa, quien se suele vanagloriar de que es defensor de los derechos humanos desde los 15 años cuando militaba en el Partido de la Revolución Venezuela (PRV), una guerrilla aún armada a mediados de los 70, los acusó de urdir planes desestabilizadores y anunció las órdenes de captura contra ellos que ya había concretado contra otros dos dirigentes de VV: Henry Alviarez, coordinador de organización nacional, y Dignora Hernández, coordinadora política, que siguen tras las rejas.
Urdir planes desestabilizadores es una acusación genérica que luego lleva, como dos más dos son cuatro, a la imputación de los delitos de traición a la patria, asociación para delinquir y terrorismo. Un menú que Saab repite como estribillo en sus comparecencias públicas.
Meda, jefa del Comando Con Venezuela, que iba a seguir conduciendo la campaña electoral para la elección presidencial del 28 de julio, llegó a la sede diplomática junto con Humberto Villalobos, coordinador electoral y «cerebro» de la operación que permitió la recolección de las actas electorales que confirmaron la apabullante victoria de las fuerzas opositoras. Poco después lo hicieron Pedro Urruchurtu, responsable de asuntos internacionales, y Claudia Macero, jefa de comunicaciones, los más jóvenes, y por último, aquel miércoles 20 de marzo se uniría al grupo Omar González Moreno, el de mayor edad, militante desde su juventud de Acción Democrática y ahora miembro de la dirección nacional del partido de Machado, con quien coincidió como diputado en la Asamblea Nacional en 2010. Martínez Mottola se asiló al día siguiente. A todos los recibió el encargado de negocios interino, Gabriel Volpi, funcionario de carrera, licenciado en Ciencias Políticas y excónsul argentino en Houston entre 2013 y 2021.
La decisión de los refugiados solo pretendía preservar su libertad. Confiaban en que obtendrían los salvoconductos y saldrían del país. Apuntar contra ellos fue un golpe duro y certero contra el corazón de la estructura partidista que María Corina Machado empezó a construir en 2012, inmediatamente después de la primaria opositora de febrero de aquel año organizada por la Mesa de la Unidad Democrática (MUD). Machado aspiró a la candidatura presidencial, que obtuvo Henrique Capriles, y a pesar de su escaso saldo en votos perfiló el talante corajudo y una postura política radical, marcas de la casa, en favor de un cambio rotundo para dejar atrás un Estado generador de dependencia o esclavitud por otro que haga posible el libre desarrollo de los ciudadanos, como se define su partido. Ninguno de los asilados imaginó que la acogedora residencia diplomática se convertiría en una cárcel en la que llevan 365 días.
El 17 de enero conversé con Magalli Meda. Era el día 303 de encierro forzado. «Solo podemos hablar media hora», advierte. La energía eléctrica de la residencia proviene de una pequeña planta eléctrica propia que prenden y usan con moderación. El grupo electrógeno se instaló después del megaapagón de 2019, que dejó a 20 estados del país sin luz, por insistencia del entonces encargado de negocios Eduardo Porretti, un veterano diplomático argentino que había cumplido misiones en Bogotá, La Habana y Nueva York. De su estancia de siete años en el país salió, entre otras cosas, su primera novela: La forma exacta de Caracas, que cuenta la vida del imaginario cónsul Ernesto Pellegrini que está todo el tiempo mirando, observando y pensando. «El primer trabajo de un diplomático, comenta Porretti de su ficción verdadera, es que la situación no empeore». Él regresó a su país en 2022.
«Estamos completamente solos en la embajada. Primero expulsaron al personal diplomático (después de que Milei llamara fraude a la elección presidencial a finales de julio), luego arrancaron de manera definitiva los fusibles de las conexiones eléctricas y empezó el amedrentamiento contra el personal. Había un cocinero, una ama de llaves, dos personas de mantenimiento y un par de choferes, a uno de los cuales se lo llevaron detenido. Desde el 11 de diciembre todos dejaron de venir. Eran venezolanos con muchos años de servicio en la misión diplomática», dice la voz serena, también cansada, de Meda.
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El corte eléctrico afecta el servicio de agua por tubería, desde siempre precario en esta zona de colinas del sureste caraqueño. Un camión cisterna, con capacidad para transportar 10.000 litros de agua, abastecía a la residencia diplomática dos veces por semana. Ahora, con el cerco militar y policial desplegado alrededor de la embajada, cuando lo dejan entrar apenas alimenta el tanque de agua durante cinco minutos. «Llega el camión, saca la manguera, se montan unos tipos armados y encapuchados, dicen bájenla, súbanla y listo. Ese es el nivel de atropello». En la garita de entrada a la residencia está siempre un funcionario del Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin).
No puede adentrarse en la casa pero controla todo lo que entra: alimentos y dotación farmacéutica, que los refugiados piden a comercios, e impide a rajatabla las visitas, sean de familiares o de funcionarios del gobierno de Brasil que asumió, a petición de Argentina, la custodia del recinto diplomático.
La residencia argentina es un territorio sitiado. Alcabalas policiales controlan los accesos a la avenida Las Lomas, de los autos que suben desde Las Mercedes o bajan desde Valle Arriba, Colinas de Bello Monte y Cumbres de Curumo. Está ubicada muy cerca de la Embajada de Estados Unidos, que ocupa un área considerable centenares de metros más arriba. Pero a su vera se hallan las sedes diplomáticas de Rusia y Corea del Norte, una del lado izquierdo, la otra en la retaguardia. De la casa del otro lado fue desalojada una familia y ahora es un centro operativo de policías y militares. Meda, como Pellegrini, los observa desde la ventana de su cuarto. «Tipos armados, del Sebin, de la Dgcim (Dirección General de Contrainteligencia Militar), con armas largas, un comando en un espacio confiscado, terrible», dice.
Los motorizados que trasladan los pedidos de productos alimenticios y medicamentos, expertos en rutas y recovecos, no logran esquivar la telaraña de autos, equipos y hombres que custodian la embajada. Pueden esperar horas para poder circular por Las Lomas. «Cómo van a atender a terroristas», es lo menos que escuchan. «Por qué esa locura contra nosotros», se pregunta Meda en un momento de la conversación. Y sigue: «La campaña terminó, el trabajo que teníamos que hacer ya se hizo, no somos útiles, ¿cuál es el miedo?, ¿quieren saber información sobre María Corina? Todo el país está silenciado y nosotros estamos aislados, es difícil descifrar lo que ocurre».
Directora de arte, comunicadora audiovisual, Magalli Auxiliadora Meda Padrón celebró sus 56 años de vida en el inicio de su asilo en la embajada el pasado 28 de marzo. La misma fecha pero en 1954, 14 años antes de su nacimiento, se firmó en Caracas la Convención sobre Asilo Diplomático durante la realización de la X Conferencia Interamericana. Su artículo uno, que los refugiados en la embajada se saben de memoria, establece que «el asilo otorgado en legaciones, navíos de guerra y campamentos o aeronaves militares a personas perseguidas por motivos o delitos políticos será respetado por el Estado territorial de acuerdo con las disposiciones de la presente Convención». «Vaya coincidencia irónica», y se le escapa una risa sin terminar. Una panadería amiga quiso tener un gesto con ella y le envió una torta por su cumple. «No la dejaron pasar, tampoco se la comieron, la devolvieron».
De los seis que se refugiaron en la embajada, solo Omar González Moreno y Fernando Martínez Mottola se acercaron a la política en su juventud. El primero, que el 9 de marzo cumplió 75 años edad, se graduó de periodista en la Universidad Católica Andrés Bello, ha fundado periódicos y emisoras radiales en el oriente del país. Militó en Acción Democrática desde que era un muchacho hasta que Luis Alfaro Ucero, en una hora infeliz, se lanzó como candidato para las elecciones presidenciales de 1998. «Los mismos que lo llevaron a tomar esa decisión después le sacaron la silla», recuerda sin atisbo de amargura. Fue el último gobernador designado del estado Bolívar.
Martínez Mottola fue un destacado dirigente estudiantil en la Universidad Simón Bolívar en el movimiento Fórmate y Lucha (MFL), cercano al Movimiento Al Socialismo (MAS) que había aparecido en la escena política venezolana a principios de los 70 como una ruptura conceptual y práctica con la vieja izquierda nostálgica de la lucha armada y fan de la «Revolución Cubana». Hombre mesurado y hábil para la negociación, Martínez Mottola intervino en la firma del Acuerdo de Barbados, en octubre de 2023, que parecía allanar una vía para cierto entendimiento político.
No es casualidad que sean los mayores del grupo de asilados los que tengan desde muy pronto una relación cercana a la política. A medida que la democracia del año 58 se fue desdibujando, también la militancia política perdió encanto.
«Yo no tenía ningún interés en esto hasta que me enfrenté con la posibilidad de perder a mis hijos», recuerda Meda, que pasó por el trance del secuestro de sus niños aún pequeños, lo que la hizo preguntarse qué estaba haciendo por su país.
Humberto Villalobos, arquitecto de la Simón Bolívar y coordinador electoral de VV, fue en su juventud un muy activo integrante del Centro Excursionista Loyola y jugador de baloncesto, faceta esta en la que admite que no era tan bueno. Pedro Urruchurtu aún no se explica por qué cuando rellenó su opción para entrar en la Universidad Central de Venezuela puso en primer lugar Ciencias Políticas en vez de Biología, que había sido por años su preferencia y lo que su familia esperaba de él: «Me voy a aventurar en esto, me dije». Era el año 2007, el del referendo constitucional promovido por Hugo Chávez, su primera y única derrota electoral. El «comandante supremo» había metido la política en todos los hogares, una ironía más. Urruchurtu, que leía y lee mucho y le gusta estar enterado de lo que pasa, siente que desde entonces la política lo ha buscado a él, más que al contrario. Claudia Macero es la más joven de los seis, el 24 de este mes llegará a la edad de Cristo. Nació en San Juan de Los Morros, se graduó de periodista en la UCV, escribe microcuentos a partir de una foto, ama la música y canta, incluso para quien la llame por teléfono: «Perdona, que me tuve que ausentar por un momento. Tenía una cita que atender conmigo misma», entona como si fuera Natalia Lafourcade. «El lugar correcto» se llama el tema. Cuando no tiene fuerzas, cuando siente que no puede más, Claudia se refugia en esas letras: «Me da la paz que no me dan otras cosas». Ganó el concurso de la Voz Ucevista y se ha presentado en varios conciertos.
La Fiscalía, siempre atenta a hallar elementos de convicción, pudiera usar estos datos para engrosar el expediente por terrorismo.
¿Cómo han resistido 365 días con sus noches, un buen trecho sin luz, con severas limitaciones del servicio de agua, racionado el consumo de alimentos? Atemorizados por tantas armas, con drones volando sobre la embajada, perros rottweiler que enseñan sus colmillos desde la casa-comando, intercepción de llamadas. «Hay sufrimiento, hay angustia, hay ansiedad, incluso miedo… el que no siente miedo es porque no está vivo», me dice Pedro Urruchurtu. Con él fue la conversa más larga, el sábado 21 de enero. Criado en Santa Rosalía, en el centro de Caracas, ha sido siempre un estudiante destacado. Cuenta que aprendió a leer desde pequeñito tratando de entender las noticias de los periódicos. Cuando habla parece un profesor, lo que ejercía en la UCV en las cátedras de Historia de las relaciones internacionales e Historia diplomática de Venezuela, a la que agregará seguro este serial en desarrollo. También dio una electiva sobre el carácter y la personalidad en la toma de decisiones: Churchill, De Gaulle, Stalin. Y como una cosa lleva a la otra, aborda en la charla el talante de su líder, María Corina Machado. «Es fascinante, una mezcla poderosa», dice. Observa en ella rasgos de Thatcher, de Churchill, de Adenauer, de De Gaulle: «No es tema de exagerar, las comparaciones son odiosas pero inevitables», se contiene.
Lleva un diario, del que no sabe qué hará: «Me ayudará a recordar». Es religioso, como todos sus compañeros de asilo, dice que cada quien ha vivido la fe a su manera. «Hemos puesto normas para la convivencia y así hemos podido hacer una dinámica fuerte, muy estable, con espacios para cada uno y también grupales». Él se ejercita más que todos, sigue en sus tareas políticas y sobre todo lee: Liderazgo de Kissinger, El hombre en busca de sentido de Viktor Frankl, al que ha vuelto para buscarse a sí mismo, y mucho de Ryan Holiday, gurú del estoicismo moderno y superventas, La llamada del coraje y Diario para estoicos con sus 366 reflexiones para la sabiduría, la perseverancia y el arte de vivir. Una coincidencia más en esta historia de ironías: la abuela de Urruchurtu era de Mendoza, Argentina, tierra que él visitó el 20 de marzo de 2023. Justo un año después entraba como refugiado en el suelo argentino de la quinta Buenos Aires.
La convivencia incluye la asignación de responsabilidades para cada uno de los cinco refugiados. Omar González Moreno realiza una guardia diaria entre las 3:00 y las 7:00 de la mañana, que comenzó desde que la casa del lado derecho de la embajada se convirtió en un comando y se instaló el temor de un asalto violento. Observa el movimiento de hombres, los fusiles Kalashnikov, los perros merodeando, los drones que sobrevuelan la embajada. «Creo que si quisieran entrar lo hubieran hecho. La idea es quebrarnos, que nos entreguemos, pero hemos decidido hacer todo lo que esté a nuestro alcance para resistir», comenta. Padre de tres hijos que le han dado cuatro nietos, González Moreno reside en Lechería, estado Anzoátegui. El 19 de marzo del año pasado estaba en el aeropuerto de Barcelona listo para abordar un vuelo a Caracas, cuando un hijo le avisó que se preparaban órdenes de captura contra él. Dudó si viajar o no, pero decidió tomar el avión. «Al llegar a Maiquetía salí como un autómata, sin ver para los lados, subí a un taxi y le dije al conductor «arranca que luego te digo para dónde vamos». En Caracas buscó un hotelito discreto, hizo unas cuantas llamadas y en la mañana del 20 se plantó en la residencia argentina. «Cuando vi a mis compañeros, que no sabía que estaban aquí, fue como ver unos ángeles.»
Las labores de mantenimiento se reparten entre todos. La casa lo requiere, descuidada desde la salida de su personal de servicio. El agua de la piscina está estancada pero ha servido para desahogar los sanitarios. La nevera principal de la residencia se echó a perder muy pronto. Usan una más pequeña y se ayudan con bolsas de hielo, que por momentos les permitieron ingresar, para conservar los alimentos. Las lluvias intensas que cayeron sobre Caracas fueron una bendición porque diseñaron formas para recolectar agua. No pueden, sin embargo, darse la ducha diaria. «Hemos tenido que inventarnos la vida», dice González Moreno. «Desde ahora me basta un bolso para vivir donde sea. Esto me ha enseñado que a lo mejor tenemos cosas que no necesitamos», dice Claudia Macero.
El antiguo militante adeco, que se encontró con María Corina Machado cuando ella impulsó «la movida parlamentaria», cree que él fue la persona que mantuvo más comunicación con Fernando Martínez Mottola, durante los nueve meses que éste permaneció en la residencia argentina. «Nos conocíamos desde que fue ministro de Carlos Andrés (Pérez) y yo gobernador y después cuando ejerció de enlace entre la Plataforma Unitaria y Vente Venezuela. Quizás también por la edad nos acercamos más».
Caminaban alrededor del patio de la casa y conversaban, entre otras cosas, de maratones, que ambos seguían corriendo, y de un par de libros, uno de cada uno, que tenían un título parecido: Mala Racha el de González Moreno y la novela La Mala Racha, que Martínez Mottola publicó en 2015 sobre un venezolano imaginario pero muy real sometido al dilema entre la honradez y la corrupción que lo rodea. Fue allí donde descubrieron la coincidencia de títulos y se intercambiaron los libros. «Nunca me enteré que estaba planificando irse. Lo respeto, es una decisión personal». El régimen de Maduro usó la entrega de Martínez Mottola para ratificar su acusación inicial: «El referido ciudadano se puso a derecho y rindió declaración en sede fiscal en torno a los graves hechos violentos, conspirativos y desestabilizadores que se vienen organizando desde la mencionada sede diplomática durante los últimos meses, tras las elecciones presidenciales del 28 de julio», escribió torpemente Tarek William Saab.
Si los hechos «violentos, conspirativos y desestabilizadores» se vienen organizando desde la sede diplomática, ¿cómo es que las órdenes de captura estaban cocinadas desde antes?
González Moreno se despidió de su amigo Fernando con un texto en la red X. «Recordaremos sus largas conversaciones, sus anécdotas y la manera en que ilustraba nuestras vidas con su elocuencia». El Comando Con Venezuela y el grupo completo de los asilados publicaron comunicados; María Corina Machado lo reconoció como «un hombre bueno, inteligente, sensible, ponderado, súper trabajador».
Humberto Villalobos, con la ayuda de Claudia Macero, se ha encargado de la cocina de la embajada. «Jefe de mantenimiento y de cocina», corrige. «Tengo habilidad para la cocina, pero solo lo hacía en ocasiones especiales, hacer de cocinero todos los días no es tan agradable». El día antes de que habláramos la pequeña planta eléctrica dejó de funcionar. «No es capaz de producir suficiente voltaje, pudiera ser un inyector sucio, necesitamos un técnico aunque no sabemos si lo van a dejar entrar. Más fácil sería que Corpoelec repusiera los fusibles de la casa».
Tras graduarse en la Simón Bolívar hizo un posgrado en el IESA. Trabajó para Pdvsa en el área de servicios y mantenimiento, y en paralelo tenía una oficina de diseño y construcción de oficinas. Militó un par de años en Primero Justicia, manejando la parroquia de Las Minas de Baruta. “PJ fue una esperanza, pero luego tomé otro rumbo”, cuenta. Se vinculó a Exdata, una suerte de CNE (Consejo Nacional Electoral) paralelo, con un sitio web donde se podían ver los electores de todos los centros de votación. Una plataforma que hizo investigación sobre las posibilidades de fraude electoral. «A partir del referendo revocatorio (2004) empezamos a evaluar seriamente el registro electoral, datos estadísticos que no coincidían, para poder desarrollar estrategias que permitieran proteger los centros más vulnerables. Ese fue el plan que se utilizó el 28J».
A pesar del encierro, y a costa de muchas noches sin dormir, Villalobos dirigió desde la residencia Buenos Aires el plan 600K, clave en la victoria electoral de las presidenciales. El plan siguió tres directrices clave: primero, la referencia clara de los centros electorales más peligrosos para concentrar en ellos la mayor actividad; segundo, el entrenamiento desde el primer momento de las personas que necesitábamos, y tercero, un innovador plan de comunicaciones que permitió recibir los resultados inmediatamente que se iba cerrando el conteo de las mesas. «En 96% de los centros logramos tener una persona con un celular que pudiera transmitir sin necesidad de datos. Le echamos mucho coco a eso porque 30% de los centros está fuera de la cobertura de datos», explica.
Entre 2010 y 2015, Villalobos fue una especie de asesor electoral en la Mesa de la Unidad Democrática, donde empezó a desarrollarse un proyecto similar de cobertura electoral al que se aplicó en las presidenciales del año pasado. «En las elecciones parlamentarias de diciembre de 2015 eso hizo la diferencia entre ganar por la mitad o ganar con los dos tercios, que fue lo que ocurrió. Hicimos esto con 53 candidatos nominales, de los cuales ganaron 43. Teníamos esta referencia importante». Después del 28J y los intensos días siguientes, el coordinador electoral de Vente siguió su trabajo político, tratando de adaptar los equipos electorales creados a la nueva situación. «Estamos activos, sería bobo perder todo ese poco de gente, aunque mucha se fue y otra parte está perseguida. Este es un país muy diferente al de hace un año».
Le pregunto si hay una forma de llamar lo que se vive después del 10 de enero. «Sí, hay un tipo del fútbol (narrador o comentarista) que cuando tiran la pelota para atrás dice que se está reconfigurando el juego. Yo creo que es un momento de reconfiguración, revisar lo que hay, lo que es efectivo y lo que no lo es y tomar decisiones que probablemente vayan en un sentido diferente. En eso estamos».
Han sido 365 días de un maratón con zanjas y sin reglas. Los cinco asilados extrañan su vida anterior, lo durísimo de no ver y tocar a la familia, cónyuges, hijos, nietos. Los amigos y las rutinas de siempre. «A lo mejor hoy (por un día cualquiera) no tienes ganas de levantarte de la cama pero tienes que echarle bolas», dice Claudia, la más joven de todos, y se disculpa por la expresión. Cada quien se escuda en lo que puede para seguir adelante: la música, la lectura, mucho trabajo sin horario, la convicción que todos comparten de que el cambio político es posible. Magalli Meda admite que no tiene la serenidad mental para leer. Prefiere pintar, no lo que ve sino lo que tiene por dentro, y esperar con la caída de la tarde que vuelvan las guacamayas.
Publicado originalmente en El Nacional
Javier Conde es periodista hispano venezolano
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