La explosión, por Teodoro Petkoff
«La canalla dirá, ya lo está diciendo, que los militares no servimos pa’ nada». Con su característica cortesía y buena educación, el Presidente se refirió de esta manera a quienes han comentado la explosión en Cavim, aprovechando para meter, otra vez, una filosa daga entre el mundo militar y el civil. Ante todo, habría que aclararle a Chávez que el mismo derecho que tiene él para especular sobre las posibles causas del siniestro y de deslizar, como quien no quiere, la sospecha de un sabotaje, la tiene cualquier otro venezolano para elaborar sus propias hipótesis.
En principio, es obvio, no se puede descartar ninguna de ellas y sólo una investigación seriamente llevada a cabo puede confirmar qué fue lo realmente ocurrido. De modo que este momento no es para hacer especulaciones ociosas, disparando desde la cintura, sino para exigir una rápida y transparente averiguación que permita, al tener claro el origen de la terrible explosión, tomar las medidas para evitar su repetición. Mas, por lo pronto, es necesario reconocer, como lo ha hecho el general Raúl Salazar, que el almacenamiento de ese material se ha venido haciendo con verdadero profesionalismo, manteniendo en compartimientos estancos y en fosos muy profundos los distintos componentes del material bélico. Por citar un solo ejemplo, si espoletas y explosivos hubieran estado juntos, y además sobre el piso, la tragedia habría adquirido proporciones apocalípticas.
Lo primero que pone de bulto lo ocurrido en Cavim es que sus instalaciones están rodeadas de barrios y urbanizaciones. Eso, sencillamente, no puede ser. Tal vez cuando se creó la empresa, en 1975, la zona donde se la ubicó, en la hacienda El Rincón, era un peladero y no existía un vecindario que pudiera correr peligro. Pareciera de sentido común, entonces, haber impedido que, al calor de la expansión urbana de la capital aragüeña, tan anárquica como la de todas nuestras ciudades, se construyeran viviendas en las áreas aledañas a la fábrica y sus galpones. Desde luego que tamaña negligencia no puede atribuirse a ninguna administración en particular, ya sea civil o militar, sino al Estado venezolano y a sus distintos gobiernos, desde hace ya casi cuatro décadas. Pero se cae de maduro que quien primero ha debido haber llamado la atención sobre la inconveniencia de permitir la construcción de viviendas tan cerca de una fábrica de municiones es la propia FAN, sin mengua de que otros entes estatales hubieran hecho también la misma advertencia y tomado las medidas para mantener aislada a la empresa.
A estas alturas, y saldada la explosión prácticamente sin víctimas, a no ser la de la infortunada ama de casa que falleció, es imperativo sacar a Cavim de cualquier zona poblada. Con esta advertencia del destino es suficiente; lo que ella revela es que en una fábrica tan particular como una de municiones nunca puede descartarse un accidente, cualquiera que pueda ser su causa, desde el sabotaje hasta la simple imprudencia humana. Hay, pues, que reducir la posibilidad de daños colaterales.