La historia de las arepas de Zoraida Rodríguez, por Miro Popic
La cocina venezolana surgió de manos femeninas. Fueron manos indígenas las que moldearon las primeras tortas de casabe y arepas que sirvieron de sustento a los grupos humanos originarios que se establecieron en el territorio. Fue la indígena quien siguió pilando maíz para las arepas que alimentaron incluso al conquistador, sin reparar en las consecuencias. Sin duda estamos en deuda con esas cocineras. Ellas fueron las primeras señoras de los aliños de nuestra historia.
Las cocineras indígenas fueron las portadoras de la aculturación alimentaria que se inició con la Conquista. Como señala Víctor Manuel Patiño, en Historia de la cultura material en la América equinoccial, “el europeo no solo estaba más a sus anchas en este particular con las mujeres indígenas, sino que hubo una mutua atracción, responsable en gran medida de la eficacia del proceso aculturador…
Así como la mujer india fue el mejor vehículo y el más eficaz de transculturización europea, el varón foráneo fue mejor receptor de la cultura americana que la mujer europea”
En los relatos de la época que dan cuenta de la manera de alimentarse de los antiguos pobladores, siempre está presente la mujer y su trabajo en torno al fogón. El más detallado y auténtico lo ofrece el florentino Galeotto Cey, uno de los fundadores de El Tocuyo, testigo presencial de los hechos desde 1535 a 1552, quien describe cómo las mujeres indígenas preparaban las arepas y da una descripción minuciosa de las hallacas.
Luego de explicar la siembra y cosecha del maíz, pasa a la preparación de la harina de maíz para hacer el pan, tarea que realizaban las indígenas moliendo los granos entre dos piedras: “pónese una india en cuclillas o arrodillada, por un costado de la piedra, poniéndola encima en su lado cóncavo un puñado del grano y un poco de agua y con la piedra a dos manos lo va moliendo, hasta que lo hace masa, después hacen unas panelitas como pastillas de jabón y las envuelven en hojas del mismo maíz o de caña y poniéndolas a cocer en una vasija grande de tierra, donde caben muchas, dándole a cada indio una o dos…y a esta clase de pan llaman ayaccas”.
Sobre las arepas cuenta que “hacen otra suerte de pan a modo de tortillas, de un dedo de grueso redondas y grandes como un plato a la francesa, o poco más o menos, y las ponen a cocer en una tortera sobre el fuego, untándolas con grasa para que no se peguen, volteándolas hasta que estén cocidas por ambos lados y a esta clase llaman areppas y algunos fecteguas”. También habla de un pan de maíz pequeño y redondo cocido bajo las brasas al que llaman abozzos que no es indígena, ya que “lo han aprendido a hacer de nosotros en ciertos anafres de barro”.
Más adelante escribe que “el pan de dicho grano, o maíz, que nosotros los cristianos hacíamos allá era muy bueno, sobre todo cuando llegábamos a los pueblos”. Cuenta que las indias ponían en remojo un poco de dicho grano y que “una hace mejor pan que otra, según la mano, y hay muchos que tienen una india para hacer pan solo para dos o tres cristianos”. Cuando tenían que salir repentinamente por 4 o 5 días, “sin llevar indias que muela, asaban las arepas en una tortera para llevarlas secas como mantenimiento”.
Quinientos años después, en esta Venezuela nuestra que sufrimos, esas manos femeninas indígenas siguen haciendo la misma tarea de sus orígenes, arriesgando incluso su vida en ello. Como Zoraida Rodríguez, indígena pemón, asesinada la madrugada el 22 de febrero en los sangrientos sucesos de Santa Elena de Uairén, mientras preparaba unas arepas para su familia