La indecisión como gobierno, por Teodoro Petkoff
La indecisión es el signo del gobierno. Transmite la impresión de que no sabe qué hacer. Maduro, entusiasmado con el sistema biométrico, como niño con juguete nuevo, nos informó que tal sistema sería implementado en todos los expendios básicamente de alimentos, públicos y privados, pero pocos días después nos da cuenta de que su utilización sería optativa para los privados y que sería instalado en todos los mercados y supermercados estatales. Pa’lante y pa’trás. Tiene Rafael Ramírez meses anunciando la llamada unificación cambiaria sin que hasta ahora se haya concretado nada y seguimos con tres tasas de cambio oficial diferentes y el negro. También sugirió Ramírez, a media lengua, la supresión del control cambiario, pero no especificó nada y Maduro dijo después exactamente lo contrario y ahí sigue vivito y coleando el dichoso control. También se atrevió Ramírez a hablar del precio de la gasolina, sugiriendo la necesidad de aumentarlo, pero, paralizado por su propia audacia, lo dejó ahí.
Él mismo planteó lo de la venta de Citgo, mas también quedó, por lo visto, como «una cosita güena pa’conversá«, como dice el viejo verso de Rodríguez Cárdenas. Son cinco ejemplos de dichos y no hechos del gobierno, ocurridos en el breve lapso del último mes.
Añadamos, sin embargo, uno más, por lo protuberante que es. Maduro habló de remozar el gabinete, pidió la renuncia de los actuales titulares como paso previo y todavía no ha hecho ni cambios ni la eventual ratificación de los «renunciados», quienes continúan ejerciendo hasta que llegue la tortuga que trae los nuevos, o los mismos nombres.
El gobierno, pues, se nos ha vuelto un largo bostezo. Pero la que no duerme nunca es la inflación, que continúa su ritmo arrollador, pasando ya del 60% desde agosto de 2013 a agosto de 2014. Tampoco descansa el dólar paralelo, con el cual se han hecho ya operaciones a más de 80 bolívares por uno de ellos.
Suma y sigue. Las reservas internacionales siguen palo abajo y ya están por debajo de los 20 mil millones de dólares.
Este relato, tan esquemático, da cuenta, a pesar de ello, de una situación en extremo preocupante.
No es para menos. La sensación de que no hay gobierno o de que este es una maraña de contradicciones y conflictos internos que lo traban, está ya muy generalizada. Su indecisión para dar el más mínimo paso se torna un proceso acumulativo que proyecta la imagen de un gobierno sin brújula, desorientado.
Justo frente a un país desconcertado y aterrado por su futuro, cuyas siniestras características las ve realizándose día a día y en la esquina de su casa o en los vacíos de su despensa.
En fin, es un gobierno cuyos personeros son víctimas de aquel inefable Principio de Peter, sobre los niveles de incompetencia. El gobierno en su conjunto alcanzó ya su nivel de incompetencia.