La lengua como castigo del cuerpo, por Simón Boccanegra
Después que leí el editorial de ayer, sobre el decreto 3.110 de Hugo Chávez, me acordé de unos de sus discursos. Fue en el Hilton, creo que con un grupo de empresarios. Decía Hugo que si el oro de Guayana tenía que quedarse bajo tierra se quedaría, pero que si la gente, que si la naturaleza, que si patatín que si patatán. En este país quizás nadie ha sido más castigado por su propia lengua que nuestro voluble Presidente. Apenas unas semanas después de esa descarga de paja irrelevante ha promulgado el decreto sobre el ordenamiento de la Reserva Forestal Imataca. Lo cual, sin duda, constituye un acto de evidente sensatez. Es decir, vamos a explotar el oro pero protegiendo el ambiente, defendiendo los derechos de la gente y conciliando la gran explotación minera con la artesanal. Lo mismito pues que el decreto 1.850, de Caldera, que tanto atacó Hugo cuando gozaba una y parte de la otra viendo tumbar las torres eléctricas en la Gran Sabana, pero que ahora retoma, con otro número pero con la misma sustancia ambientalista en el mejor sentido. Lástima grande que se hayan perdido casi seis años. Ojalá, sin embargo, que los propósitos del 3.110 no naufraguen en el océano de incapacidad y burocratismo en el cual navega la administración pública del chavismo. Esa misma que ahora Hugo considera el verdadero enemigo.