La maldición, por Teodoro Petkoff

Quien no aprende de la historia está condenado a repetirla, dijo un filosofo (y otro había dicho antes que él que la repetición, por lo general, es como farsa). Venezuela está viviendo de nuevo bajo el signo de un boom petrolero; nuevamente el paraguas de precios petroleros más allá de todo delirio, cubre nuestra economía… y nuestra política. En los años 70 pasamos por esto y también en los 80. Por tercera vez el país está literalmente nadando en petrodólares.
¿Qué quedó de los pasados auges? ¿Se cumplieron los sueños de desarrollo económico, bienestar social y estabilidad política? ¡Todo lo contrario! largo periodo de declinamiento económico que ya dura un cuarto de siglo, acompañado del espeluznante empobrecimiento de la sociedad, tanto en sus niveles medios como en los más humildes.
Ya entrados los 90, los signos de crisis del sistema político eran visibles. El “Caracazo”, los golpes militares de 1992, la victoria del outsider Caldera, a la cabeza de una coalición de grupúsculos de izquierda, que anunció el posterior triunfo electoral de Chávez, fueron los tañidos de la gigantesca campana del destino que doblaba por un régimen político desvencijado.
En los años felices de “barriles gordos” el aparato estatal se hipertrofió, se hizo pesado y obeso, la grasa burocrática cubrió sus músculos, las instituciones del Estado fueron sacrificadas en el altar del presidencialismo y del ejecutivismo (el Parlamento fue minimizado, la justicia mediatizada, los mecanismos de control mellados). El Estado se expandió en decenas de nuevos organismos y empresas, cuya ineficiencia corrió pareja con la desorbitada empleomanía que los pobló. El rentismo y la búsqueda de renta fueron las variables dominantes de la actividad económica tanto pública como privada. La maximización de la renta petrolera exacerbó presiones económicas, sociales y políticas provenientes de todos los grupos de intereses de la sociedad, para ponerle la mano, lícita e ilícitamente, a la mayor parte posible de esa renta. El desbordamiento de la corrupción fue la inevitable excrecencia que brotó en el cuerpo de la administración. CAP había ofrecido manejar la abundancia con criterio de escasez. No fue posible. Aun antes de que volvieran los “barriles flacos”, la renta petrolera se había diluido en un gasto público corriente desaforado, en proyectos costosos y de poca o nula rentabilidad y una parte sustantiva de ella se trasladó al exterior, en una colosal fuga de capitales. Es la maldición de los petroestados.
¿Podremos escapar esta vez a ese sino? Hasta ahora, en el comportamiento del gobierno de Chávez no hay nada que lo indique. Se están repitiendo pautas de conducta que ya una vez dejaron el amargo regusto del fracaso. Contrarrestar la dinámica y la lógica de las sociedades petroestatalizadas requiere una voluntad política, aunada a un conocimiento de aquellas, que no parecen existir en el gobierno. Nuevamente el rentismo marca la conducta económica pública; nuevamente las presiones de toda índole están llevando a dilapidar ingresos gigantescos, a incrementar el déficit fiscal y a hacer crecer el endeudamiento público. El aparato estatal expande aún más su jurisdicción… y su ineficiencia. Superministros, superpoderes, misiones express: es un disco rayado. Todo tiene un aire de ya visto.