La manifestación que derribó a Alemania del Este
El 4 de noviembre de 1989, una camarilla de creativos e intelectuales alemanes orientales exigió una reforma democrática. La agencia DW recuerda lo sucedido aquel entonces
Los ciudadanos daban, en masa, la espalda a ese Estado en bancarrota política y económica. Semana tras semana en Leipzig, miles de personas exigieron el derecho a viajar sin restricciones y a expresarse libremente. Incluso Erich Honecker, quien era el hombre más poderoso de Alemania del Este en esa época, renunció a su cargo como secretario general del partido comunista en octubre de 1989 para apaciguar la ira de la población.
Entonces, todo llegó a un punto crítico el 4 de noviembre en Berlín Oriental. Motivados por una sociedad empoderada, una camarilla de actores de teatro y cine organizó una manifestación en Alexanderplatz, el centro de la capital de la Alemania Oriental para expresar sus inquietudes. Lo que sucedió, se convirtió en la mayor manifestación en la historia de ese Estado opresivo y su posterior desaparición solo unos días después.
Una idea descabellada
Un mes antes de la manifestación, el 7 de octubre, los actores del Deutsches Theater en Berlín Oriental, una institución conocida por ampliar los límites del arte bajo el régimen comunista, se reunieron para tomar una copa.
No fue una reunión feliz. Ese día, durante una manifestación en Dresde, que coincidió con el 40 aniversario de la fundación del Estado comunista, los oficiales de la Stasi, la policía secreta de Alemania Oriental, habían maltratado a los manifestantes. Una idea simple, pero arrebatadora idea se hizo eco en todo el grupo: una manifestación sancionada por el Estado en el centro de Berlín Este para debatir «el contexto» de la constitución del Estado, que técnicamente garantizaba a los ciudadanos el derecho a protestar y expresarse libremente.
Para sorpresa del grupo, el debilitado Estado aprobó la solicitud el 1° de noviembre.
Abriendo las ventanas
Más de 20 artistas, novelistas, actores y académicos se registraron para hablar en un podio improvisado y en un escenario montado sobre un camión estacionado en Alexanderplatz.
Los berlineses orientales y los alemanes de todo el país vibraban ante la perspectiva de una protesta aprobada por el Estado. La gente inundó las calles con pancartas. Las compañías de teatro de toda la ciudad aprovecharon la oportunidad para realizar sátiras cargadas de contenido político.
«Es como si alguien hubiera abierto las ventanas después de todos esos años de estancamiento, después de años de embotamiento, moho y de despotismo burocrático», declaró Stefan Heym, novelista, durante su discurso. «Tengo dificultades para llamar a esto un ‘punto de inflexión'», dijo a la multitud Christa Wolf, una de las escritoras más famosas que surgió de Alemania Oriental. «Prefiero hablar de renovación revolucionaria», añadió.
El principio del fin
Para sorpresa de todos, los miembros de alto rango del Partido de la Unidad Socialista (SED) también subieron al escenario, a pesar de los abucheos de los espectadores. Günter Schabowski, secretario general del SED en Berlín, preguntó a la multitud: «¿Qué mueve a un comunista en este momento considerando los cientos de miles?». Su respuesta sonó en armonía con las demandas de los manifestantes: «Solo el que escucha y entiende la advertencia es capaz de un nuevo comienzo».
Para Erich Mielke, jefe de la policía secreta, el nuevo comienzo estuvo marcado por la protesta que significó la posibilidad del fin del Estado de Alemania Oriental. Reforzó las tropas a lo largo del Muro de Berlín en los días previos a la manifestación, en caso de que se desencadenaran «ataques en las fronteras nacionales», según informes detallados.
Pero tales predicciones nunca se cumplieron. La manifestación de tres horas, transmitida en vivo por la televisión de Alemania Oriental y reportada a todo el mundo, fue pacífica. En los informes incluso se llegó a llamar al evento «una apisonadora humana» y donde se declaró que «no se puede retroceder la rueda de la historia”.
De hecho, cinco días después, el Gobierno de Alemania Oriental cedió a las demandas de los manifestantes y permitió a los ciudadanos salir libremente del país, una medida que provocó la demolición del Muro de Berlín.