La marabunta, por Teodoro Petkoff
Negligencia y corrupción, cáncer de la «revolución»
Más que el enredo geopolítico, la confusión y las pasiones ideológicas que despierta esta mal llamada revolución, es la incapacidad para «hacer feliz al pueblo» lo que la corroe. La ineficiencia para transformar los hoy día enormes recursos financieros del Estado en promesas cumplidas. ¿Por qué no entra la «mocha»? Por pura y simple incapacidad. Ese es el verdadero cáncer del proceso. Y los jefes lo saben: ¿por qué otra cosa sino por su incompetencia fue destituido William Fariñas, el presidente del Fondo Unico Social? El caso es que esta incompetencia se da la mano con la corrupción, confundiéndose con ella. No se sabe dónde termina una y dónde comienza la otra. El comandante Iván Ballesteros, nada más y nada menos que el hombre que hasta hace pocos días fungía como administrador del Fondo, describe hoy a TalCual (columna de Roger Santodomingo, página 6) cómo una marabunta de funcionarios voraces tomó por asalto el FUS y no sólo dañó programas sociales sino que también desvió millones de bolívares de esos programas hacia sus propios bolsillos. Hoy, Elías Jaua, respaldando la teoría de que es mejor no hacer licitaciones porque así sólo se hacen más ricos los ricos, sostiene que el gobierno no ha podido hacer más por el bien del pueblo debido a la burocracia y a los complicados pasos que hay que dar para cumplir un mínimo objetivo. A estos funcionarios del gobierno les parece mejor actuar como lo hacía Fariñas en el FUS, pero «legalmente». Es decir, si hay una ley que eventualmente permite que alguien controle y pida cuentas, pues eliminemos la ley o cambiémosla para borrar del horizonte la necesidad de tener que explicar qué pasó con los reales.
Al presidente le decimos que es preciso detener a tiempo esta dinámica infernal. El Plan Bolívar, Fondur, el FUS, son instituciones que manejan algunos de los mayores presupuestos del Estado. Es en ellos donde, «coincidencialmente», se ha puesto en práctica la idea de repartir contratos a dedo, de no controlar. Esos organismos son pilas de agua bendita, donde dedos atómicos permiten a los amigos afortunados meter la mano. Este relajo se pretende justificar ahora con la lucha contra la burocracia. Podemos convenir que en el Estado existe un exceso de «alcabalas» burocráticas, que hacen lentos los procesos administrativos y favorecen la corrupción, pero la solución no puede ser eliminar los procedimientos administrativos de control sino simplificarlos y darles funcionalidad. De lo contrario, el remedio será mucho peor que la enfermedad. Ya estamos asistiendo a una verdadera orgía de delitos, a un desmadre apocalíptico que se está tragando las últimas reservas de la esperanza que una vez despertó un gobierno que hizo del restablecimiento moral de la patria uno de sus objetivos fundamentales.
A propósito, ¿qué será de la vida de Russián, el «contralor»?