La mentira organizada y las claves del golpismo bolsonarista, por Federico Finchelstein
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Tal como pasó con el fallido golpismo trumpista del 6 de enero de 2021, en Brasil las mentiras manufacturadas desde arriba fueron increíblemente tomadas como ciertas, y motivaron acciones desde abajo. Para líderes como Jair Bolsonaro o Donald Trump, la política forma parte de aquello que la filósofa Hannah Arendt llamó la «mentira organizada». En este contexto, los políticos utilizan «la falsedad deliberada como arma contra la verdad». En este mundo revisionista las visiones más irracionales, mesiánicas y paranoicas son falsamente presentadas como historia y presente, y motivan a las acciones más extremistas como el fallido y patético golpe de Estado del 8 de enero de 2023.
Los ataques contra el pasado institucional y las continuas mentiras sobre ellos constituyen el modelo de un futuro antidemocrático, pero también una guía de terrorismo para el presente. Estas mentiras no son directrices concretas, sino mandatos y premisas ideológicas que fomentan la acción antidemocrática.
La violenta ocupación de los edificios de los tres poderes del Estado, en Brasil, el pasado 8 de enero, nos deja al menos cinco primeras lecciones históricas para entender la morfología de la mentira armada que motivó las acciones golpistas.
Empecemos por una primera lección: la del vocabulario apropiado para entender lo que pasó. Usemos las palabras correctas: intento de golpe de Estado, atentado contra la democracia, terrorismo, grupos fascistas, objetivo fascista de destruir la democracia. Ante estos acontecimientos, es necesario hacer pagar, con toda la fuerza de la ley, a sus responsables prácticos e ideológicos.
Palabras y conceptos erróneos: protestas, manifestantes y la idea de dos campos extremistas en lucha. Esta última versión de la idea de pensar siempre que todo asunto político tiene dos posturas legítimas lleva a restar gravedad a los acontecimientos. En concreto, Brasil vivió un ataque contra la democracia por parte de sectores bolsonaristas que no reconocen su funcionamiento. Por lo tanto, en Brasil se sigue dando, por un lado, un conflicto entre sectores carentes de legitimidad, debido a sus posturas antidemocráticas y, por el otro, un arco político democrático (de izquierda, centro y derecha) que incluye, y que en cierta medida lidera, el presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
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Por otra parte, para entender lo que pasó no debemos olvidar una clave central de la historia del fascismo: su represión legal se vuelve necesaria cuando intenta destruir la democracia. Esta es la segunda lección. Sus actos criminales de terrorismo contra instituciones democráticas deben ser detenidos con plena fuerza legal antes de que sea demasiado tarde. Esto es lo que debería haber sucedido desde el momento en el que estos sectores extremistas, la vanguardia fascista del populismo bolsonarista, se amontonaron en Brasilia para reclamar algo constitucionalmente irreclamable: desconocer los resultados de las elecciones y reponer por aclamación dictatorial al presidente saliente.
Otra lección clave de la historia del fascismo y también del golpe trumpista del 6 de enero es que la responsabilidad de los líderes no puede ser ignorada o minimizada. La responsabilidad ideológica de Bolsonaro es clara, así como también lo fue la de Donald Trump, o la de Benito Mussolini por haber sido el instigador ideológico del asesinato del principal líder de la oposición en 1924. El diputado socialista Giacomo Matteotti fue asesinado luego de haber denunciado la ilegalidad y la violencia fascista por una banda de esbirros que tenía probados vínculos con el gobierno de Mussolini.
El dictador reconoció su «responsabilidad política, moral e histórica», pero siguió gobernando como si nada hubiera pasado. A pesar de una minicrisis y un amplio rechazo que, eventualmente se vieron como pasajeros, el hecho de que Mussolini no pagara precio alguno por sus acciones allanó el camino del fascismo hacia una dictadura hecha y derecha. O por decirlo de otro modo, el totalitarismo fascista se afianzó completamente cuando sus crímenes no tuvieron consecuencias.
Una cuarta lección se relaciona con la deformación del pasado y el presente. Al igual que Mussolini, Bolsonaro, cuyas mentiras sobre la epidemia y las vacunas contra la Covid-19 ayudó a normalizar, e incluso a impulsar la muerte y la enfermedad en su país, ha hecho de la propaganda y el mito la forma predominante de política.
Y, actualmente, el mismo mecanismo está siendo utilizado para deformar la realidad de los últimos acontecimientos. Ya se habla de «infiltrados» o de responsabilidades similares de la izquierda, y estas mentiras descaradas son articuladas por Steve Bannon en Estados Unidos y por otros líderes populistas de ultraderecha como el argentino Javier Milei. Milei no ha denunciado el golpe de Estado como tal y se basa en una declaración del Foro Madrid que, de forma amorfa, «condena de la manera más categórica la violencia ejercida por quienes asaltaron el Palacio de Planalto», pero sobre todo denuncia a los que denunciaron la violencia, enfatizando, a su vez, la «doble moral» de la izquierda y el progresismo.
Esta entidad es una iniciativa de la fundación Disenso, presidida por el líder posfascista Santiago Abascal, de Vox, y cuya «Carta de Madrid» fue firmada en 2020 por Milei, Eduardo Bolsonaro, Giorgia Meloni (primera ministra de Italia) y el fallido candidato a la Presidencia de Chile y admirador del dictador Augusto Pinochet, José Antonio Kast.
Es notable cómo estos personajes insisten en sus fantasías y mentiras. Al igual que sus ídolos Trump y Bolsonaro, estos políticos populistas de extrema derecha mienten constantemente sobre democracias y dictaduras, y representan de diferentes formas algunos peligros para la democracia.
Una última y quinta lección es cómo este tipo de mentiras generan eventos cuya proyección es global. De la misma manera que la dictadura de Mussolini en la década de 1920 influenció el camino de Hitler en la década siguiente, el golpismo trumpista marcó al bolsonarismo. De hecho, al día siguiente de la toma del Capitolio, Bolsonaro amenazó con que Brasil iba «a tener un problema peor» si no cambiaba sus sistemas electorales, es decir, si perdía las elecciones.
Ahora, tras negar toda participación en la toma de los tres poderes, Bolsonaro posteó en su cuenta de Facebook un texto que decía que Lula no fue electo por el pueblo sino por los tribunales de justicia. Si Bolsonaro no es responsabilizado por su continua instigación al crimen contra la democracia, se verán nuevamente otras acciones similares.
Esta forma de operar la mentira para reemplazar la realidad motivó a los trumpistas a la toma del Congreso y sigue motivando las fantasías conspirativas del extremismo norteamericano. La similitud entre ambas acciones y facciones es producto de influencias ideológicas mutuas. En ambos casos, el fascismo está a la vuelta de la esquina.
Federico Finchelstein es Profesor de Historia de New School for Social Research (Nueva York). Fue profesor en Brown University. Doctor por Cornell Univ. Autor de varios libros sobre fascismo, populismo, dictaduras y el Holocausto. Su último libro es «Brief History of Fascist Lies» (2020).
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