La mirada de Chávez, por Américo Martín
Autor: Américo Martin | @AmericoMartin
“Culto a la persona” fue la conclusión del XX Congreso del PCUS que en 1956 quiso renovar el totalitarismo soviético. “El deshielo” –vocablo tomando de una novela de Ilya Erhenburg- fue dirigido por Jruschov, un líder carismático extraviado en las mareas doctrinarias.
En manos de Dzhugashvili Stalin la revolución de Lenin alcanzó su máxima perversidad. El feroz georgiano, el dictador más homicida que se recuerde, aprovechó todo el potencial totalitario de la doctrina bolchevique. El “leninismo” de Stalin fue en realidad el “estalinismo” de Lenin.
Inspirada en Stalin y Hitler, Hanna Arendt escribió su famoso clásico “Los orígenes del totalitarismo” cuya celebridad reconfirmarían la Revolución Cultural china, el sanguinario Pol Pot en Camboya y los disidentes rusos en establecimientos siquiátricos. La limitación que pudiera apreciarse en la impresionante obra de Arendt, es que relaciona el totalitarismo solo con la represión extrema.
El concepto quedó mejor aviado por escritores de ficción. George Orwell en su agobiante novela “1984” ofrece el modelo totalitario más perfecto. Todos los contrapesos institucionales destruidos o absorbidos. Los espacios autónomos copados por la voluntad del Big Brother.
El único refugio, mientras las técnicas de manipulación no terminen de invadirlo, es la intimidad de la conciencia. Orwell culmina su obra con un pasaje monstruoso. El último disidente del pensamiento se rinde al opresor. Lágrimas aromatizadas de ginebra ruedan por sus mejillas, llora de felicidad al ver la imagen embigotada del dictador. Finalmente ha comprendido que ama hasta la devoción a aquel hombre.
Los ojos del barinés –diseñados por un publicista brasileño financiado por Odebrecht, según don Marcelo- rastrean la subjetividad para que no haya disenso chavista ni durante el sueño.
El totalitarismo es un movimiento. Ocupa espacios aprovechando la abstención o cansancio del otro. Los ciclones cubren vacíos atmosféricos. Se abandonan escenarios por motivación al gesto en lugar de motivarse al logro, pero la democracia es el movimiento que los defiende y amplía.
Se lucha por espacios todo el tiempo: medios, libertades, DDHH, salud, educación, universidades, sindicatos, elecciones, escaños y opinión internacional, cuya importancia es excepcional.
En una situación como la venezolana el Poder no puede cerrar el círculo totalitario ni evitar problemas en su retaguardia. Aparecen nuevas formas de disidencia. El entrelazamiento de agonías detona por todos lados. No comparto los métodos del asesinado Oscar Pérez pero la brutalidad ensañada contra un hombre dispuesto a entregarse despierta indignación mundial. Ese mundo que se solidariza con la Venezuela democrática pero brinda al régimen la oportunidad de soltar el timón en atmósferas constitucionales, sin sangre, sin violencia. Las garantías constitucionales incluidas en la agenda dominicana serán honradas.
Al torpedear el diálogo, el gobierno se suicida. No descifra la crucial disyuntiva ante la cual está situado: someterse al abrigo constitucional o entregar el alma a la fiera irracionalidad de las Furias helénicas.
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