La pobreza, por Gisela Ortega
La pobreza tiene nombre de mujer. Agencias internacionales y expertos de todo el mundo denuncian que nacer mujer lleva consigo más probabilidad de ser marginada.
En materia de economía, a finales del Siglo XX, los Estados de América Latina y el Caribe, comenzaron a reorientar su estrategia de desarrollo, lo que implico el establecimiento de una estricta disciplina fiscal y el control antiinflacionario, en un marco de reformas comerciales que redujeron los niveles de protección efectiva. Todo ella ha conducido en los últimos años, a una moderada recuperación monetaria y una relativa estabilidad financiera.
Si bien el capital en Latinoamérica funciona sobre nuevas bases, los países no crecen a ritmos que permitan disminuir el desempleo y subempleo. El elemento de incertidumbre siempre presente en la región se agudiza por factores extraeconómicos, y el cambiante panorama internacional genera señales contradictorias.
Es así como subsisten graves problemas y dificultades que se expresan muy notoriamente en la persistencia de elevados indicies de pobreza, una inequitativa distribución del ingreso y, muchas veces, un deterioro en la provisión de servicios sociales, lo que no sólo hace frágil la convivencia democrática, sino que también pone en tela de juicio el fortalecimiento y la calidad misma de la recuperación económica.
A comienzos del Siglo XXI, más de 200 millones de personas no estaban en condiciones de satisfacer sus necesidades básicas y cerca de 94 millones se encontraban en situación de extrema indigencia en el mundo. En América Latina y el Caribe, este estado de cosas, perjudica proporcionalmente más a las mujeres, debido a su inserción inequitativa en el mercado laboral, y es agravado por el aumento de la jefatura femenina en el hogar. Este asunto comienza a ser considerado como parte de la problemática de los derechos humanos, entendido como un requisito básico para el desarrollo.
Es evidente que para estabilizar las democracias y lograr una ciudadanía de hecho verdaderamente universal, es indispensable avanzar hacia el pleno ejercicio de los derechos económicos y sociales, lo que supone eliminar la indigencia y lograr cohesión social.
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La Comisión Económica para América Latina y el Caribe –CEPAL- sostiene que la pobreza es hoy predominantemente urbana en términos de los volúmenes de población afectada, lo que trae consigo el aceleramiento del deterioro ambiental…
La distribución del ingreso de América Latina y el Caribe es la más inequitativa del mundo, como lo señala la CEPAL, hecho que agudiza la fragmentación de la sociedad y es fuente de tensión política y social. En este contexto, también la situación de las mujeres adquiere una complejidad mayor, ya que crece aún más la distancia entre una minoría que sigue exhibiendo importantes mejoramientos y una gran mayoría cuyas condiciones son deficientes, y a la vez ambos grupos son objetos de diferencias salariales en todos los niveles.
La idea de que es necesario combinar el crecimiento económico con el equilibrio, y de hacerlo por medio de un enfoque integrado, surge en este contexto como la opción más factible para generar y consolidar el proceso de desarrollo.
La equidad de género debe encontrar su ámbito de progreso natural para abordar los procesos de incorporación igualitaria de las mujeres a la sociedad. En este sentido, la perspectiva de género, en torno de la cual la reflexión se inició en la década de 1980, pero se ha hecho más sistemática en la actualidad, aporta al análisis de las condiciones de vida y de la integración de las mujeres al desarrollo la idea de mejorar estos aspectos, no es suficiente si no se evalúa la posición femenina en la sociedad, condicionada no solo por factores socioeconómicos, sino por el papel asignado a las mujeres en función de razones culturales.
El enfoque de género, emerge como una posible herramienta para explicar los factores de discriminación y subordinación que determina la condición de las mujeres.
Lograr una inserción equitativa de las mujeres en la sociedad sigue siendo un asunto complejo. En el convergen variables cuantitativas y cualitativas, pero lo fundamental es lo que supone un modelo de sociedad futura, que en estos momentos de grandes cambios ningún grupo tiene íntegramente configurado, ni menos, por lo tanto, los medios para llegar a concretarlo.
Es necesario destacar que la carencia, en la mayoría de los países, de políticas explicitas y continuas destinadas a las mujeres no permite evaluar las acciones que hayan dado origen a la renovación. En este mundo de transición, mujeres y hombres redefinen con muchas dificultades sus papeles en la sociedad, en la familia y en la pareja, buscando ajustarse a una realidad cambiante y con distintas exigencias.
La irrupción de las mujeres en el escenario público modifico necesariamente la configuración de lo privado, pero la magnitud del cambio aún no es clara y persiste el desfase entre el discurso sobre esta esfera y su realidad actual.
Lo que cada vez aparece con mayor nitidez como un consenso creciente es la necesidad de analizar la cooperación de las mujeres en la sociedad y en el contexto regional y con respecto a la participación de los hombres. Ello significa que no se trata de mejorar o promover sólo aspectos específicos de la vida de las mujeres, sino de abordarla en lo que es el conjunto de la construcción de la ciudadanía para varones y mujeres de América Latina y el Caribe.