La provocación, por Simón Boccanegra

Que el TSJ haya dejado para última hora su pronunciamiento sobre las inhabilitaciones no fue nada casual. Podía haberlo hecho mucho antes, pero no, lo sincronizó (obviamente por orden de Yo-El-Supremo), con la promulgación tiránica del paquetazo. Tuvo Chacumbele 18 meses para hacerlo, pero no, lo sincronizó con la apertura del proceso de inscripción de candidaturas ante el CNE. ¿Maestría táctica? Nada de eso.. ¿Demostración de fuerza? Para nada. Provocación es el nombre del juego. Lo que se esconde es la intención de crispar el ambiente político, de repotenciar la polarización -situaciones de las cuales derivó jugosos réditos en años pasados-, con vistas a tratar de cohesionar de nuevo su antiguo electorado, que siente cada vez más crítico y menos incondicional. Chacumbele concede prioridad absoluta a las elecciones del 23N y tal objetivo define y determina su conducta. Sabe perfectamente que parte significativa de sus electores ya no se persigna cuando lo ve. Necesita recuperar la vieja fe popular. Por eso recurre a la artimaña de tender una trampa a sus adversarios, para atraerlos al terreno de los actos desesperados. A cada rato dice que las victorias de la oposición en determinados sitios significarían «la guerra». Pues bien, quiere crear el ambiente de «guerra». Quiere que desde la oposición se produzcan actos violentos que lleven a esa parte cada vez más escéptica de su electorado a reagruparse en torno a él, para hacer frente a la «amenaza de la guerra». Cuenta, para llevar adelante su plan, con los filósofos de la pamplina frita, que ya redescubren las «virtudes movilizadoras» del «Chávez vete ya» o que teorizan con la «imposibilidad de que Chávez se vaya por las buenas». Convocan al acto del sábado pasado, pero no van. Fueron abstencionistas pero ahora, sin pasar por go, sin el más mínimo reconocimiento de la imbecilidad galopante de aquella postura, asumen las elecciones, pero siempre pensando en que no serían sino el preludio del «gran momento». Son patéticos.