La revancha de los mediocres, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
“El fascismo es la revancha de los mediocres”
Peter Drucker
Kakistocracia o “gobierno de los peores”. Algunos estudiosos sitúan el origen del término por allá por la primera mitad del diecinueve. De indiscutible etimología griega (kakistos: peor; krátein: poder), ha sido atribuido más recientemente a la autoría del politólogo turinés Michelangelo Bovero, académico inscrito en la fecunda tradición italiana de pensadores y estudiosos de los problemas de la democracia en la que alinean, entre otros, el gran Norberto Bobbio. Si algún saldo le es atribuible a la kakistocracia chavista reinante aquí desde 1998 es, precisamente, el que agobia hoy a los enfermos venezolanos y a quienes todavía pretendemos hacer algo por ellos: me refiero a nuestra actual tragedia sanitaria, cuyos testimonios e imágenes han conmovido al mundo.
Dieciocho ministros del ramo, tres de ellos militares sin formación ni experiencia administrativo-sanitaria alguna, de nula sensibilidad ante los muchos problemas del sector y al parecer más atentos al comportamiento del mercado inmobiliario en París que al de las endemoepidemias que hoy nos asolan; un farmacéutico destituido por sus propios promotores ante lo obsceno de sus nuevas pillerías y guisos que se sumaban a su abultado historial de caco allá en Aragua y de resto, 14 o 15 colegas, tan médicos como quien esto escribe.
Graduados como yo, de toga y birrete y luciendo las ínfulas amarillas que distinguen a la Facultad Médica, allá, bajo las Nubes del Alexander Calder, en el Aula Magna de nuestra sufrida Universidad Central. Médicos como yo; quien sabe si alumnos de comunes maestros, internos en esos mismos hospitales en los que transcurrieron nuestros años de juventud y que hoy lucen desportillados. Incluso recuerdo a alguno compartiendo aula conmigo en uno que otro curso de postgrado. Nada hacía presagiar entonces la terrible y mefistofélica tranza en la que tomarían parte en algún momento de sus vidas: la del trueque del alma por las mieles de una circunstancial posición de poder.
Una cosa les distinguió siempre: nunca fueron los mejores. Jamás destacaron en nada. Permanecían siempre entre “los de atrás”, como parte de ese informe pelotón que marcha al paso de la consigna del “diez es nota y lo demás es lujo”. Resentidos hasta el timo, superados año tras año en cuanto concurso de oposición se presentaron, carentes de brillo en seminarios y congresos y sin obra conocida. Eso eran. El chavismo llegó para proveerles de la revancha – Peter Drucker dixit– a la que siempre aspiraron. Pues bien: he aquí los resultados tras 20 años de una revolución que puso a nuestra malherida sanidad pública en las peores manos posibles.
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Pero como en todo, es menester hacer mención a la excepción que confirma toda regla. Porque el peor de todos los ministruelos que el chavismo hizo desfilar por el despacho de la Torre Sur del Centro Simón Bolívar resultó ser, paradójicamente, uno de los mejores de su cohorte universitaria. Me refiero a Francisco Armada, quien bajo los auspicios de la “abyecta” IV República llegó nada menos que a las aulas de Johns Hopkins, donde se doctoró en Salud Pública.
Que yo sepa, solo otro ministro del ramo ostentó tal título: me refiero nada menos que al gran Arnoldo Gabaldón, héroe civil venezolano y vencedor de la malaria.
Y digo con justicia que Armada fue el peor de todos porque bajo su gestión se instaló en Venezuela la perversa Misión Barrio Adentro, precisa operación de transferencia de la friolera de 34 millardos de dólares del tesoro nacional a las arcas de los hermanos Castro en La Habana entre 2004 y 2018.
Con tanto ministro calamitoso en el line up chavista, tenía que ser Armada, el mejor formado de todos, el de la Alumni House de la prestigiosa universidad de Baltimore, el que más daño infligiera a lo poco que quedaba de nosotros. Fue entre sus manos que se fraguó la peor catástrofe sufrida por la sanidad pública venezolana desde su fundación en 1936.
A la kakistocracia sanitaria del chavismo urge oponerle la rebelión de los mejores. Y por mejores tengo no solo o necesariamente a los que ostenten altos grados y títulos académicos, sino que a toda una comunidad magnánima de colegas de experiencia que se convoquen a sí mismos para llevar a cabo el gran esfuerzo de sus vidas en favor de este desdichado país.
Ya Venezuela fue víctima, por allá por 1998, de la traición de sus mejores hombres, la de aquellos notabili que apuñalaron por la espalda a la República para resarcirse de viejos reconcomios y cuitas. Toca ahora a una nueva generación de venezolanos, una generación de primera, echarse al país al hombro tras arrancárselo de las garras a la más feroz de las tiranías: la tiranía de los peores, hija dilecta del rencor que trajo consigo un día la revolución de los chavistas.