La «revolución» se dispone a simular austeridad

En todos los comederos de la alta administración pública se respira pánico ante las medidas de austeridad anunciadas por el gobierno. Cada vez que ponen ejemplos de tales planes, la nomenklatura de postín comienza a sudar frío. Les van a quitar los celulares; también están en pico de zamuro los carros de lujo, pero no se sabe si es que no van a comprar más o van a vender los que tienen y, fin de mundo, la fiestas de Navidad se celebrarán con guarapita y no con el ya familiar Buchanan’s de 18 añitos. Un burócrata de alto coturno me confiaba, desolado, sus soliloquios. ¿Por qué la van a coger con nosotros? Tan pocos años disfrutando de las delicias de la burguesía y ahora El Jefe nos amenaza con retrotraernos a nuestra antigua condición de pequeña burguesía. ¿También nos irán a quitar las tarjetas de crédito? ¡Uff! ¡Qué angustia! ¿Qué me dicen de las compras de armas a Rusia? ¡Eso sí sería austeridad, reducir esa vaina innecesaria a la mitad! ¿Por qué no eliminan los maletines viajeros, por donde se va tanta plata? En Miami dijo Franklin Durán, diligentemente grabado por el compatriota revolucionario Antonini, que habían vendido una mercancía al gobierno cuyo costo fue de 14 mil dólares y la facturaron en 585 mil. Maraca de austeridad sería la de acabar con esas vagabunderías, porque lo del gordo Antonini y sus compinches del consejo comunal de Fort Lauderdale es concha de ajo al lado de lo de otros compañeros revolucionarios beneficiados por la política de redistribución de la riqueza propiciada por Rafaelito Ramírez, conocido en los bajos fondos como «El Largo». ¿Por qué no recortan ahí, ah, en lugar de venir a joderme a mí quitándome este Blackberry que apenas estoy aprendiendo a manejar? Pero, qué se va a hacer, cuando el pobre lava, llueve.