La torta del 21N no se puede repetir, por Xabier Coscojuela
Lo que mal comienza mal acaba, y en este caso aún pudo ser peor, pero los resultados electorales son menos malos de lo que se podía esperar. En votos, quienes adversan al chavismo son mayoría, algo que no pudo ser plasmado como correspondía en los cargos elegidos por la torpeza y mala fe con la que actuó la mayoría de los dirigentes de la oposición, tanto los que participaron como los que se abstuvieron.
La estrategia del gobierno de Maduro de cara a las elecciones del pasado 21 de noviembre tenía dos patas fundamentales: promover la abstención e impulsar la división de la oposición. Eso estaba clarito para el observador más desprevenido. Es imposible que los dirigentes de la oposición, en sus distintas versiones, no lo tuvieran presente, pero actuaron tal como al gobierno le convenía.
El G4 abandonó la política de la abstención y decidió participar en las elecciones del pasado 21 de noviembre, mal y tarde. Lo hizo sin dar ninguna explicación a los venezolanos y a última hora. La percepción en muchos es que lo hacían sin estar totalmente convencidos de que era el camino adecuado, o apenados por haber promovido la abstención con tan escasos frutos en los años precedentes.
Como si lo anterior no fuera suficiente, llegaron al terreno electoral creyéndose los amos del patio. Impusieron candidatos, sin reconocer a los liderazgos naturales de sus propios partidos, como Roberto Patiño, en Caracas, y lo mismo hicieron con los liderazgos naturales de otros partidos, como Laidy Gómez en Táchira y Henri Falcón en Lara. Los resultados electorales lo demuestran.
Desde la Alianza Democrática se planteó que quienes ya eran gobernadores fueran los candidatos unitarios de cara al 21N, tres de esos gobernadores rechazaron el apoyo de la Alianza Democrática. Desde esa coalición respondieron lanzando a sus propios candidatos, entre ellos el impresentable de José Brito en Anzoátegui. El resultado fue que los cuatro perdieron la gobernación.
A pesar de todo lo anterior, a pesar del control del gobierno de los medios masivos de comunicación, a pesar del uso y abuso de los recursos públicos por parte del madurato para la campaña electoral, a pesar de las inhabilitaciones ilegales de candidatos hechas por la Contraloría General de la República, a pesar de los abusos de los coordinadores de muchos centros de votación, a pesar de la falta de testigos por parte de los partidos de la oposición, los votos que se reflejaron en las actas electorales dan cuenta de una mayoría opositora, una mayoría que pudo ser mucho mayor si se hubiera actuado con inteligencia y generosidad.
Esa mayoría opositora hubiera podido alcanzar el poder en la mayoría de las gobernaciones y alcaldías, lo que sin duda sería un revulsivo en el ánimo opositor, un clarísimo mensaje al gobierno y un respaldo nada desdeñable de cara a las negociaciones de México, si es que estas se reanudan.
Sobre lo ocurrido no hay nada que se pueda hacer, pero debería servir para tomar mejores decisiones de cara al futuro. Si para el 21N las patas de la estrategia del madurismo fueron fomentar la abstención y la división opositora, esas mismas patas serán potenciadas al máximo de cara a un eventual referendo revocatorio o a las elecciones presidenciales que se deben realizar el 2024.
Es hora de actuar con inteligencia. De pensar con la cabeza fría. Hay que promover una alianza lo más amplia posible que aglutine a la mayor cantidad de venezolanos que quieren salir de esta tragedia que ha significado el chavismo, en cualquiera de sus versiones, para Venezuela. Los llamados de Manuel Rosales y Henrique Capriles apuntan en la dirección correcta. Hay tres años para ir desarrollando un vasto movimiento nacional que recupere la democracia en Venezuela e inicie el camino hacia un país productivo y más justo para todos.