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La venganza, por Marcial Fonseca



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La venganza
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Opinión TalCual | mayo 18, 2022

Twitter: @marcialfonseca


A continuación, el prólogo del texto detectivesco La Venganza, del autor de esta crónica, y publicado por amazon.com con el título La venganza – Novela policial, más otros relatos. La primera parte es una acción criminal que no alcanzará sus propósitos por la intervención nefasta del azar; y esta servirá al comisario F. Seamol, en su tercera investigación, para resolver el caso; y quedará para los lectores agobiar los destellos de la belleza del misterio. El resto del libro lo constituyen textos publicados en TalCual digital entre 12-2020 y 02-2022.

 

Prólogo

Dunraven, versado en obras policiales,

pensó que la solución del misterio siempre

es inferior al misterio. El misterio participa

 de lo sobrenatural y aun de lo

divino; la solución, del juego de manos.

Jorge Luis Borges

 

Terminado el juego de voleibol, el bachiller, así llamaban en Duaca a los educadores de primaria, le pidió que se subiera al poste y ayudara a soltar la parte superior de la malla. Nunca pensó que ese sería su inicio. Secándose el sudor de las manos en su pantalón color caqui, empezó a remontar el poste de hierro. No había subido dos metros y un sabroso cosquilleo invadió su entrepierna; más subía, y más agradable era; luego sintió un calientico en su muslo izquierdo y un leve temblor invadió todo su cuerpo; olvidó lo tibio y se concentró en el placer. Soltó la malla y se hizo el pendejo para no bajar tan rápido y así disfrutar el roce con el poste; además, si bajaba le descubrirían la humedad en el pantalón.

Esa noche, en su casa, se durmió tarde pensando en el placer. No sabía cómo reproducirlo. Lo repetiría al día siguiente en la escuela, o quizás en la columna que había en su casa, frente al zaguán, si convencía a sus padres de no acompañarlos a Chivacoa porque tenía que estudiar.

La familia se fue a Yaracuy. Él ya había preparado el pupitre para estudiar, y de hecho se entretuvo con unos problemas de interés compuesto, aún con sus padres y hermanas todavía en la casa. Unos veinte minutos después de que estos se fueran, cuando su papá ya estaría por Tamaca, inició el moneo de la columna. Por ser más baja que el poste de la escuela llegó muy rápido al tope y no sentía lo sabroso ni lo calientico de la experiencia anterior; se quedó arriba, como si estuviera en un palo ensebado, moviéndose en un mismo sitio. De repente lo sabroso, y luego lo tibiecito, llegó como una explosión. Ahora sintió hasta el recorrido del líquido abandonando su cuerpo; se tocó y olió lo que había impregnado los pantalones. Parecía amoníaco.

Semanas después, la que limpiaba en su casa se dio cuenta del jueguito, de las constantes subideras, y que siempre ocurrían cuando los padres estaban de viaje para Chivacoa o para Barquisimeto. Atrevida ella, o simplemente quería ver cómo era un muchacho de trece años en la cama, le dijo que lo esperaba en su cuarto. Quizás por su corta edad o por lo asustado que estaba, la hizo esperar unos cinco minutos; entró a su dormitorio, ella estaba en la cama, desnuda de la cintura para abajo, con la falda recogida hacia arriba.

La negra mancha lo impresionó, así como el olor a cigarrillo mezclado con un fuerte olor a orina empozada; su erección fue inmediata, años después se diría a sí mismo que si él se hubiera orinado en ese momento, se habría mojado la cara. También recordaría siempre lo rápido que eyaculó, y que lo marcó para toda la vida, aunque luego corrigió o, mejor dicho, buscó un paliativo que encantaría a sus futuras parejas de cama. Le gustó la experiencia en el cuarto; los olores percibidos, reconocería más tarde en su vida, lo convirtieron en un devoto de la gruta femenina, y más si había olor a orina y, en el ambiente, a cigarrillo.

Estaba en los exámenes finales de primer año, así que no se dio cuenta de que la muchacha de la limpieza ya no portaba por su casa. Quería que lo esperara nuevamente en su habitación. Disimuladamente le preguntó a su madre por ella. Había conseguido un trabajo con mejor paga, fue la explicación.

 

[email protected]

Marcial Fonseca es ingeniero y escritor.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo

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