La verdad del médico asesino, por Miro Popic
Parece título de una novela de misterio, pero no lo es. Tampoco tiene que ver con el Dr. Chirinos. Es el nombre de un botiquín ubicado en Catia, que se caracterizó por preparar diversas combinaciones de jugos de frutas con distintos alcoholes, algunos de dudosa procedencia, dentro de la tradición del guarapo y la guarapita. El origen del nombre no se relaciona con ningún profesional de la medicina, tiene que ver con un competidor de lucha libre mexicano de los años cincuenta del siglo pasado.
El guarapo fue por siglos la bebida de consumo masivo más apreciada por los sectores populares desde tiempos coloniales, con o sin alcohol, elaborada originalmente a partir de la caña de caña de azúcar, abarcando luego diversas preparaciones a base de frutas, algunas de ellas conocidas como guarapita. El concepto original de guarapo, tanto el nombre como su producción, es de origen africano y nace del jugo de la caña de azúcar sembrada y cultivada por esclavos que fueron llegando a la mala para cultivar y cosechar la dulce gramínea a comienzos de la colonia.
El alcohol empezó a aparecer en los guarapos poco a poco hasta que se transformó en la bebida embriagadora preferida por los indígenas y esclavos, como reseñan documentos de la época. El obispo Mariano Martí, en la obra Documentos relativos a su visita pastoral, de 1771-1784, dice que casi cuatrocientos indios habían muerto “desde que se introdujo el guarapo, que lo introduxo un francés en el año de 1741. Desde entonces se empezó a estender el guarapo, y con pretexto de ser ésta una bevida provincial (la cual se compone de azúcar de papelón y agua, y ahora le mezclan otras cosas como cabos de fumasos, pedazos de hierro, con lo que se hace agrio y muy fuerte y destempla los estómagos y emborracha mucho, y por un corto precio dan grande cantidad de esta bebida)”.
El rey decretó la privativa de vender guarapo al Hospital San Lázaro de Caracas, ante el peligro de que “acabará del todo a los indios y tiene perdida la tropa y otros españoles, y los indios se emborrachan mucho y se destruyen con esta bebida”. El sentido laxo del término guarapo contrasta con la precisión de guarapita a la que se le atribuye siempre alcohol entre sus componentes principales.
Aunque el obispo Martí ya había adelantado lo dañino de la guarapita que “mataba indios”, nada tiene que ver con la historia del médico asesino, cuyos orígenes son más recientes y se relacionan con una actividad deportiva conocida como lucha libre que se transformó en espectáculo televisivo a mediados del siglo pasado. En esa época, en la calle Colombia, en la parroquia Catia, existía un bar muy popular llamado Canaima, cuyo propietario era Ricardo Carvajal, ayudado por sus tres hijos, donde vendían preparaciones alcohólicas de jugo de frutas con caña blanca a las que llamaban guarapitas. Todos los viernes el local se llenaba para ver la transmisión por Venezolana de Televisión de la lucha libre que se realizaba en el Nuevo Circo. Entre los luchadores había un mexicano, llamado Cesáreo Alberto Manríquez González, famoso ya por el apodo de El médico asesino. Era el favorito de Carvajal y entre el entusiasmo de la lucha libre y la euforia del alcohol, la guarapita se hizo famosa a la que todo el mundo asoció y bautizó como la del médico asesino. Durante tres décadas, el lugar fue el favorito de los estudiantes universitario cortos de dinero que acudían a Catia a deleitarse con las preparaciones, sin considerar los estragos de la resaca.
Alcohol de caña de alta graduación, jugos de frutas tropicales, abundante azúcar y hielo, mucho hielo, eran la base de las preparaciones de Carvajal. Las preferidas eran las de piña, parchita y guanábana, aunque luego surgieron otras como el Zamurito, mezcla de brandy, vino y jugo de ciruelas. Se envasaban en las mismas botellas vacías de caña blanca envueltas en papel periódico. Eran muy económicas y en una de las paredes del local había un letrero que decía: “Si tomas para olvidar, no te olvides de pagar”.
Carvajal nunca registró la fórmula ya que siempre las preparaba él mismo. La más popular era la de jugo de parchita, a la que se le dejaban las pepitas. En ella se basaron luego Roberto Ammirata y Nadim Dao para, en 1999, sacar al mercado una bebida similar, pero de carácter industrial, a la que llamaron Dr. Killer. Aprovecharon así el recall de la popular bebida inventada por Carvajal y la sofisticaron bautizándola como médico asesino, pero en inglés. Que se sepa, pese a nombre, nunca mató a nadie.
Nota del autor. Estas y otras historias en Venezuela on the rocks!