Las llamas del fanatismo, por Luis Alberto Buttó
Twitter: @luisbutto3
Debido al desbordamiento de las pasiones que trae consigo en la búsqueda por materializar en la práctica las creencias que lo animan a la acción, el fanatismo es una postura canalla ante la vida. Sobradas evidencias históricas de por medio, la ruindad del fanatismo lo convierte en factor de altísima peligrosidad que pone en riesgo la convivencia social pacífica y equilibrada. La amenaza que en este sentido constituye el fanatismo, en cualquiera de sus manifestaciones, se incrementa de manera exponencial cuando campea en los terrenos de la religión o la política.
Cuando el fanatismo se impone en el conjunto social es porque ha logrado edificar con suma eficacia y crueldad el cementerio de la libertad. Para el fanático, el respeto a la condición humana es irrelevante, descartable; lo que determina y mueve su comportamiento es la supuesta superioridad de la idea enfermiza que tiene arraigada en mente y corazón, cuya vigencia está incluso por encima del valor de la vida.
Antónimos del concepto fanatismo son vocablos como integración, reconciliación, amor, diálogo. Entre sus sinónimos están palabras como despotismo, tiranía, opresión.
Quienes impulsan el fanatismo lo hacen desde la ambición desmedida de poder que los carcome, sea éste del tipo que sea. Quienes se dejan atrapar en sus redes maquiavélicas lo hacen por ignorancia desmedida.
Cuando el fanatismo se hace poder constituido el disenso se torna anatema, conducta aborrecible susceptible de persecución, en tanto y cuanto implica abandonar la lealtad perruna exigida a cambio de la no exclusión en un clima donde reina la idolatría y la manipulación de las conciencias. En el dominio del fanatismo, toda expresión en contrario, vale decir la no sometida por quienes se autoproclaman y erigen custodios de la verdad absoluta, es condenada a priori y termina siendo víctima de la furia y la irracionalidad persecutorias.
Lo contradictorio del asunto es que el fanático es, en sí mismo, reo de su propio espíritu intolerante. A él solo le está permitido repetir la inamovible y sacrosanta verdad generada en los cenáculos hegemónicos. La libertad que los fanáticos le niegan a los demás, es aquélla que él no disfruta, descartando de plano que pueda comprenderla. De hecho, en caso de experimentar dubitaciones en el camino asumido, el encono hacia él por parte de quienes le mandan será más inclemente que para otros, si cabe la posibilidad. Al igual que las revoluciones (fanáticas por definición), el fanatismo es insaciable a la hora de devorarse a sus hijos.
Porque se vive y sufre en estos lares, es perentorio recordar que en los meandros del marxismo latinoamericano el fanatismo ha sido una constante. Por supuesto, no se trata simplemente de la anecdótica reseña del poeta caribeño que rogaba a las divinidades africanas Changó y Ochun para que protegieran a Stalin o del poeta austral que lloró su muerte comparándolo con una especie de pan bondadoso. Amén de vergüenzas perennes como ésas, el pensamiento obtuso y potencialmente dañino de esta corriente política siempre ha ido mucho más allá.
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El marxismo latinoamericano (cabe para el mundial, igualmente) idolatra a figuras como la de aquel personaje que en hórrido texto de su autoría, intitulado Crear dos, tres…muchos Vietnam, desarrolló la escalofriante sentencia que sigue: …»El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar»… El odio como bandera, consigna e ideología; la esencia intrínseca del fanatismo.
El hecho de compartir la cicatería de tan infeliz pensamiento dice mucho y, por supuesto, dice mal, de quienes aquí y allá se proclaman marxistas y/o encuentran direccionalidad e inspiración para su comportamiento político en tal ideología. Dejan en evidencia que poco o nada les importa el sufrimiento, la opresión y el sojuzgamiento de los demás; es decir, de los que no comparten su cosmovisión. Al fin y cabo, el triunfo del ideal revolucionario es el bien supremo a alcanzar, independientemente de que ello se traduzca en triturar la maravillosa y hermosa particularidad del individuo.
En consecuencia, de la circunstancia de que tal manera de concebir la sociedad se haga poder solo puede esperarse la intransigencia en el trato para con el disidente al éste ejercer su derecho a levantar la voz de rechazo e inconformidad y el despojo y la negación de los espacios pertenecientes a la ciudadanía.
El imperio del fanatismo; huelga decir. En este contexto, se entiende perfectamente porque las llamas consumen iglesias bajo la excusa de la protesta.
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