Las utopías, por Gisela Ortega
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El anhelo de mundos ideales y perfectos que hagan posible una existencia feliz porque en ellos reinen la paz y la justicia, es tan antiguo como el ser humano.
Tomas Moro, en su famosa obra cumbre Utopía , publicada en 1516, tras hacer un detallado análisis de los problemas sociales, económicos, penales y morales de la Inglaterra de su época, describe una isla ficticia , Utopía, gobernada de acuerdo a los ideales humanistas dentro de los cuales no existen ni tienen cabida la pobreza, el crimen, la injusticia ni otros males.
Asimismo, existen las narraciones extraordinarias de Américo Vespucio sobre las recién avistadas islas brasileñas en 1503 —bautizadas Fernando de Noronha— y, en general, el espacio abierto por el descubrimiento de un Nuevo Mundo a la imaginación. Ambos son factores que estimularon el desarrollo de la Utopía de Moro.
Muchos pensadores han querido ver en esto el deseo de dejar claro que, por muy deseable que fuese un Estado de ese tipo, Utopía es un sueño imaginario e irrealizable.
Desde entonces ,suele considerarse utópico lo que, además de perfecto y modélico, es imposible de encontrar o construir.
El primer modelo de sociedad utópica se lo debemos a Platón —427- 347 a. C.—, en uno de sus diálogos más conocidos, La república. Según él, la República o el Estado perfecto estaría formado por tres clases sociales: los gobernantes, los guardias y los productores, porque en él gobernarían los más sabios (filósofos) y, además, cada uno desempeñaría una actividad conforme a sus aptitudes. Por tanto, todos contribuirían según sus posibilidades al bien común.
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En La ciudad de Dios, Agustín de Hipona —354-430—, doctor de la Iglesia católica, máximo pensador del cristianismo en el primer milenio, concibe la utopía de una ciudad espiritual. Esta habría sido, según él, fundada por Dios y en ella reinarían el amor y la justicia. Es la meta donde se encamina la humanidad y esta destinada a los justos.
Durante el Renacimiento se produjo un florecimiento del género utópico. La mayoría de los pensadores consideraban que la influencia del humanismo era la causa de este fenómeno. Es un periodo que se caracterizó por el auge de las artes y las ciencias, los cambios sociales y económicos.
Estas transformaciones no fueron igual de positivas para todos, ya que ocasionaron enormes desigualdades entre unos miembros y otros de la sociedad. El más importante de esta época es, indiscutiblemente, Utopía, de Tomas Moro.
También pertenece a esta etapa la comunidad ideal de Thelema, la obra del escritor y humanista francés, François Rabeláis —1494-1553—, quien escribió en 1532 su obra Gargantúa y Pantagruel.
«Gargantúa a la edad de ochocientos cuarenta y cuatro años, engendró a su vástago Pantagruel en su esposa llamada Badebec, hija del rey de los Amaurotas en Utopía, la cual murió de mal parto, pues la criatura era tan grande y pesaba tanto, que no pudo salir a la luz sin sacrificar a la que le parió».
Aunque ya en el siglo XVII pueden considerarse como utopías renacentistas La ciudad del Sol, del filósofo, poeta y religioso Italiano Tommaso Campanella —1566-1639—, publicada en 1623, destaca en su obra la organización política de esta singular república de carácter teocrático: «Los Ciudadanos de esta República filosófica, conocedores de que la propiedad privada engendra el egoísmo humano e incita a los hombres a enfrascarse en crueles luchas, han convenido en que la propiedad sea comunitaria. Todos los hombres habrán de trabajar pero los funcionarios harán la distribución de la riqueza.
La nueva Atlántida, del filósofo inglés Francis Bacón —1561-1626—, añade un elemento novedoso e importante, como es el aprovechamiento de los avances científicos y técnicos que entonces empezaban a darse en las condiciones de vida de los seres humanos.
Otro de los momentos fecundos en la ideación de sociedades utópicas fue a principios del siglo XIX.
Los profundos cambios sociales y económicos derivados por el industrialismo abonaron el terreno del descontento y la crítica, así como el deseo de comunidades mejores, más humanas y justas. De esta época proviene el socialismo utópico. Como representantes de este movimiento se destacan, el escritor francés, Luis Saint Simón —1675-1755—; el filósofo y sociólogo francés, Charles Fourier —1772-1837—, y el teórico inglés, Robert Owen —1771-1858—, a pesar de las diferencias entre ellos, propusieron reformas concretas para hacer de la sociedad un lugar más solidario, en el que el trabajo no fuera una carga alienante y en el que todos tuviesen las mismas posibilidades de autorrealizarse.
El politólogo y sociólogo alemán contemporáneo, Arnhelm Neususs, señala que las utopías modernas son esencialmente diferentes a sus predecesores. Desde esta perspectiva, están orientadas al futuro, son teleológicas, progresistas y, sobre todo, son un reclamo frente al orden cósmico entendido religiosamente, que no explica adecuadamente el mal y la explotación.
Así, las utopías expresan una rebelión frente a lo dado en la realidad y propondrían una transformación radical que, en muchos casos, pasa por procesos revolucionarios, como expresó en sus escritos Karl Mark.
Se ha criticado que las utopías tienen un carácter limitado. Pero también se suele añadir que le otorgan dinamismo al presente, le permiten una ampliación de sus bases democráticas y han sido una especie de sistema reflexivo de la actualidad por la cual esta ha mejorado constantemente. Por ello no sería posible entender la modernidad en su carácter utópico.
Gisela Ortega es Periodista.
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